domingo, 26 de agosto de 2018

La bestia

Era la más bella del pueblo. Con ojos azules y cristalinos, cabello tan blanco como la nieve, que de vez en cuando se volvía azulado cuando le daba el resplandor del Sol, boca perfectamente delineada y labios rosados y carnosos, que incitaban a tocarlos y morderlos como a una fruta prohibida. Su cuerpo, proporcionalmente maravilloso, se añadía a esta magnífica representación de una figura humana de ensueño.

Corría el año 2913 y la tecnología era la más avanzada que pudiese imaginarse. Así también en el área de la genética, que era donde más se había desarrollado la humanidad.

Era un mundo perfecto, donde cada persona nacía predestinada, con un rol, capacidades y aptitudes preestablecidas.

Ningún detalle biológico se repetía; cada ser era único, exclusivo. Los códigos genéticos estaban perfectamente distribuidos. Era el sueño de antaño, hecho realidad, de poder escoger la perfecta creación, antes de la procreación. A ella le tocó la belleza, la más sublime, perfecta, espectacular y casi irreal.

Cada pueblo, pequeñito, con una población de tan sólo 1000 habitantes, tenía un ejemplar humano genuino.

Eran creados según la necesidad mundial, y asignados a las familias de acuerdo al equilibrio que mantenía el curso perfecto del desarrollo.

Miles de años habían tardado. Miles de mentes escudriñaron en sus neuronas y las exprimieron para sacar el jugo óptimo que daría luz y vida al sueño, de aquellos científicos y otros locos magnates, de crear el mundo perfecto.

Ella era la mujer perfecta; sí, la belleza más colosal; y así de colosal era su tristeza.

Esa excelsa fisionomía la sumía en un profundo vacío, pues la rutina de su vida era ser el ornamento a la vista de mentes envidiosas o idiotizadas.

Desde su primer pensamiento consciente, solo recordaba haber sido muy infeliz. Si esa infelicidad podía traducirse en algo de más alcance, algo que caracterizara su psiquis, el concepto más preciso sería eso que los mejores psicólogos llamaron, en algún momento del pasado, “Depresión Mayor”.

Lo más extraño no era su pena , sino el mismo hecho de sentirla. En aquel mundo, todos parecían estar conformes con su destino, menos ella.

Por algún acto de cinismo inexplicable, comprendió que no debía mostrarse al mundo tal y como se sentía, y aprendió a comportarse ante aquella ilógica dinámica de vida, con la mayor neutralidad  espiritual  posible.

Pero aquel sentimiento se volvió aún más fuerte con el transcurso del tiempo, y se apoderó de ella una insistente obsesión: hallar una cura para aquella expresión de genes que, para ella, era la más cruel alternativa de vida.

Decidió que, aunque tuviera que cambiar su rostro y su figura, de la manera más drástica, se desharía de aquella forma que impregnaba cada espíritu, de magia negra.

Se hundió en esa búsqueda más allá de lo que nadie pudiera imaginar, tratando de entender porque su belleza era tan  perturbadora. En ese viaje, se adentró a mundos reales y otros casi salidos de cuentos. Visitó a todos los que pudieran darle alguna esperanza y sólo consiguió las miradas de sumisión alabadora, de todos, una y otra vez.

En vez de hallar soluciones, sólo conseguía ser una droga que atacaba a todo el que la veía. La hacían mover sólo con la mirada y, por ello, cada remedio que le daban, parecía que iba más a favor de ellos, que del suyo propio.

Después de tanto buscar, oyó hablar de algo inusual, una mujer nueva había aparecido en el pueblo, totalmente singular. Algunos decían que era una bruja pero, ¿Quién podía creer en brujas en esa época? ¿No era acaso un pensamiento arcaico y totalmente absurdo creer en la existencia de brujas?

El pueblo estaba agitado por este acontecimiento.

 Así la llamaban en los medios: ”la bruja”. Algunos la alababan y otros le temían y pregonaba injurias contra ella. Pero todos, sin excepción, decían que tenía un gran poder, y que era capaz de resolver instantáneamente cualquier problema. El pueblo entero estaba agitado por este acontecimiento y ella, por la esperanza de una solución.

No esperó más, no podía; a la mañana siguiente fue a visitarla. La mujer solo recibía personas hasta medio día, así que decidió llegar muy temprano.

No era una casa mística el escenario de aquella intrigosa  mujer, solo una normal para la época.  Penetró en la saleta de espera y allí esperó aproximadamente 40 minutos, antes de ver salir a dos personas (una pareja), con gran emoción y alguna que otra lágrima, de una de las habitaciones.

Su corazón latía muy fuerte, por la expectativa que recreaba su mente. Se preguntaba por la apariencia de aquella mujer y su forma de ser, por supuesto, pero más que todo, se sentía nerviosa de pensar cual sería la manera en que resolvería su problema. Tras ese nerviosismo, se escondía también una gran angustia, ya que, muy adentro, sentía que ese sería un paso igual que los otros, que no llevaron a nada.

Sentía miedo de pensar que aquella mujer respondería como los otros y que, embelesada por esa extraña belleza, que era la cruz de su vida, sólo se sentiría seducida e incitada a engañarla, siendo una pérdida más de tiempo y de fe.

Le tocó el turno de entrar, a una habitación que no tenía nada fuera de lo normal; no era nada de lo que se esperaba. Con el nombre de “bruja”, había pensado que sería un entorno lleno de misticismo y misterio, o simplemente aterrador.

Nada como eso, sólo era una habitación como cualquier otra. Con sus paredes rosado pálido, una mesa pequeña en el centro y dos sillas totalmente clásicas muy bien adornadas. Sobre la mesa se veían vestigios de lo que podría haber sido una merienda. No había nadie en la habitación, pero se divisaba otra puerta en el extremo opuesto de la entrada. Pensó que debía ser por esa por donde entraría “la bruja”. Decidió quedarse parada unos instantes pero, cansada de esperar tras quince minutos, se sentó en una de la sillas.

Pasaron cinco minutos más, hasta que entró un niño de alrededor de nueve años, hermoso en verdad. Se levantó sobresaltada, pues creyó que sería algún mensajero. Pero su asombro fue al ver que éste se sentó en la otra silla y la invitó a retomar su puesto.

-Soy a quien todos llaman “la bruja”, cuéntame tu aflicción- le dijo el joven mientras sacaba un cigarrillo de su bolsillo.

Quedó atónita ante aquellas palabras.

-¿Cómo puedes ser tú “la bruja”? ¿Acaso no es una mujer?

-Soy lo que quieras que sea, puedo convertirme en la imagen de tu mente; lo que desea tu corazón que yo sea, lo que te haga sentir más cómoda y abierta, fuera de temores y dudas.

Lanzó un suspiro de alivio mezclado con extrañeza y se acomodó en la silla para comenzar su relato, el cuento, la triste historia de su vida.

Su cita fue de más de dos horas. Contar su vida entera no era una tarea sencilla, pues era una historia llena de pesares y desconsuelo.

Aquel niño al que todos llamaban “la bruja”, no se sobresaltó ni por un instante. Ella pensó que era una reacción normal ¡Cuántos pesares y aflicciones debía haber oído!

Terminó su historia y quedó en el aire un vacío eterno. Debieron haber pasado mil ángeles en aquel silencio muerto. “La bruja” no dijo ni una palabra y, por más de tres minutos, ella tampoco.

Después de ese tiempo y de haber terminado el último cigarrillo, “la bruja” por fin habló.

-Tu problema tiene una solución simple, pero debes abrir completamente tu mente. Todo tendrá fin cuando encuentres al ser más feo de la tierra. Solo la fealdad externa extrema puede acabar con la belleza más sublime.

Dijo esto, al instante en que se levantó de la silla y se perdió tras la misma puerta por donde había entrado, sin darle tiempo de preguntar o alegar nada más.

Toda la habitación quedó a oscuras, sólo con una pequeña bombilla roja alumbrando sobre la puerta del otro extremo, por la cual hacía más de dos horas había entrado.

Salió anonadada y casi de manera automática. Solo sus pasos iban hacia la puerta principal, pues su mente, aturdida y nauseabunda, estaba en algún otro sitio perdido y lejano.

Al salir de la casa, con el primer toque del sol sobre su cara, su mente quedó completamente en blanco y no pudo recordar nada de lo que había pasado en aquella habitación. Solo recordaba que había llegado allí en busca de un consejo y se había ido con la manos vacías.

Regresó a su casa como quien regresa de un viaje largo y extenuante y estuvo varios días algo confundida, entre los pesares de su vida, que sentía casi inhumana.

Así pasaron varios meses en los que sentía que había algo perdido en su memoria, algún recuerdo que no llegaba a figurar con claridad.

Durante un tiempo, oyó hablar más de una vez de “la bruja”, y esto le sonó como un eco lejano, sin interés especial para ella. El difuso recuerdo de aquel ser, se fue perdiendo poco a poco en su memoria, hasta desaparecer por completo.

Un día inesperado, todo se volvió nuevamente agitado en el pueblo. Llovían los escándalos y gritos de personas, hablando exasperadamente, con intención de miedo y espanto en sus palabras. Todo estaba envuelto en una situación de alarma.

“El ser más feo de la tierra” le decían, a aquel que se había adueñado de las noticias del día. Los hilos noticiosos se limitaban a llamarle: “la bestia”.

Algo había sido visto la noche anterior, un ser grotesco y horrible. Un hombre al parecer, pero extremadamente deforme y repulsivo a la vista. Algunos iban más allá, alegando que se trataba de un ser salido del infierno, un verdadero demonio.

Aquella noticia taladró su mente. Sintió algo muy fuerte que, contrario al sentimiento de la mayoría, la atraía a la búsqueda y el encuentro con aquel ser.

Aquella sensación guio sus pasos hacia “la bestia”.

Llegó a la vivienda a eso de las nueve de la noche. Su corazón latía fuerte, pero no sentía miedo. A pesar de que albergaba un ligero presentimiento extraño, una mala corazonada, sus pasos eran decididos, confiados y firmes.

No tuvo que tocar la puerta, sólo con acercar su mano, ésta se abrió de par en par, dejando ver una enorme y lujosa sala.

La puerta se cerró de un portazo y la habitación se iluminó esplendorosamente.

Pero nadie salió y, por alguna razón, ella tampoco lo hizo. Continuó adentrado sus pasos por la espaciosa habitación rodeada de muchas puertas extrañas.

Y esperó, esperó como había hecho hace un tiempo (ya ausente de su mente), en su encuentro con “la bruja”.

Pasaron unos cinco minutos antes de que viera salir la primera sombra de aquel individuo.

Era de estatura mediana, sobre lo delgado, y traía una gorra puesta, o un sombrero algo raro. Fue todo lo que divisó a lo lejos. Rápidamente se levantó y se acercó hacia él.

A medida que se acercaba, su corazón latía más y más rápido. No entendía el porqué, pero ya no estaba confiada, sino temerosa.

Con pasos tembloroso y maltrechos caminó hacia él, hasta el punto de poder ver su figura entera, totalmente deforme de la cabeza a los pies. Y ahí, a pesar de esa aberrante visualización, su corazón amainó toda la anterior cabalgata de ansiedad.

Detrás de aquella fealdad, pudo divisar sus ojos. Eran unos ojos tan oscuros, que parecían más que negros, casi azules, como el más profundo vacío.

De alguna manera se sintió atraída hacia aquellos ojos, de un modo fuera de lo normal, demasiado intenso. Era una fuerza que le halaba desde el centro de su alma y le atravesaba la piel desgarrando sus pensamientos. Casi llegó a dolerle penetrar en aquellos ojos y, de alguna manera, oyó una voz desde adentro de aquella deforme cabeza que le dijo: “eres quien he estado esperando”.

En ese momento, perdió la noción del tiempo y el espacio, y se vio en un mundo espectral, lleno de tinieblas. Sintió un ligero escalofrío y otras sensaciones extrañas que rodeaban su cuerpo y su mente.

Tenía los ojos abiertos, mas no podía ver más que sombras.  Su visión se había distorsionado y sus sentidos ser hundieron  en un equilibrio psicodélico que se movía en ciclos de extremada rapidez y ralentización. Sintió la presencia de una figura y miró hacia un lado. Era “la bestia”, que había tomado una forma diferente, extraña, pero todavía desagradable a la vista.

Acercó sus manos a él, lentamente. Su corazón volvió a acelerarse y sus manos volvieron a  temblar, al sentir que se estaba acercando a su piel. Presintió que se trataría de algo áspero y frío, y a pesar de eso, había algo poderoso que la seguía atrayendo y la hacía querer acercarse más.

Ya sobre su piel, sintió un calor inmenso, un calor como el fuego, sofocante, quemante, pero aún tolerable para ella.

Sus manos seguían aproximándose. Al tocar su piel, voló por los aires. Se vio en una nube celeste, volar por sobre un mundo extraño.

Sintió la piel de “la bestia”, suave como el terciopelo, y se fundió en su cuerpo de la manera que encontró.

Fue el orgasmo más intenso y más largo de su vida, uno eterno que la dejó estática,  por horas, en un mundo de éxtasis, del cual no quería salir nunca más.

Al día siguiente, en el Consejo, todos estaban abrumados y confundidos. Nadie entendía como había sucedido ¿Podía aquel ser creado, como muchos otros, perfectamente inmaculado de fallas genéticas , tener la más grande de todas, esa sensación carnal primaria que por tantos siglos habían tratado de borrar de la existencia humana?

¿Era posible que fuera aquella mujer el primer androide capaz de sentir un orgasmo?




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