martes, 14 de agosto de 2018

El animaforme



Sabía que, por más que corriera, nunca iba a dejar de sentir su sombra, detrás. Su aliento casi rozaba su nariz y podía sentir, si se concentraba bien, su corazón palpitando, a más de 500 latidos por minuto.  Quizás no era solo su corazón, sino una mezcla de los latidos del suyo propio, que casi se le quería salir de esa coraza que lo protege, esa que otros llamaron pecho.

Corría lo más que podía, y, aún así, sentía esos grandes ojos penetrantes, cerca, tan cerca que casi la hacían tropezar. Quizás tropezaba sobre sus propios pasos, sus alocados pasos que ni daban tiempo a que su mente coordinara con cada músculo de sus pies.

Sus ojos no miraban más que el camino, que parecía monótono  y a la vez sin sentido, pues, además de no tener fin, dibujaba una y otra vez el mismo recorrido, sobre y más allá del horizonte.

Era un camino lineal, solo interrumpido por pequeñas piedras, que en ocasiones parecían fundirse, como un todo, con una u otra parte de sus piernas y pies. A veces se quedaban estáticas, como debía pasar con todo lo inerte, mas, a veces, parecían moverse para abrirle paso.

Eso era extraño, cada cosa que pasaba era extraña. Incluso estar corriendo era extraño, pues a pesar de haber mirado de reojo varias veces, no había podido definir una figura que diera forma a ese ente raro y desorbitante, que, llena de pánico, la hacía correr desenfrenadamente.

¿Cuántos kilómetros había recorrido? ¿Dónde empezó la huída? ¿De qué y por qué estaba huyendo? Eran preguntas que le venían como ráfagas a la mente, sin poder contestar a ninguna de ellas. Solo atinaba a seguir, causa de una inercia inexplicable, los veloces pasos que ya hacían doler enormemente sus pies.

El corazón seguía a trote y la respiración parecía no suplir las necesidades de oxígeno de su cuerpo.

Miles de flashes luminosos rodeaban su campo visual, no sabía la causa, o si se trataban sólo de su poco nivel de oxígeno o su ya elevado pavor mental, pero formaban parte del paisaje.

Y si podían formar parte del contorno, pues serían igual de raras e inconcebibles, que aquellas piedras que se movían para abrirle paso.

Claro que pensó que era su imaginación, su mente que, alterada y obnubilada por tanta energía perdida, ya empezaba a crear alucinaciones visuales. Pero eran tan reales, se veía, ciertamente, tan real todo; espeluznante, pero real.

¿Sería también una alucinación aquella sombra, ente, cosa, bestia, lo que fuera, que la perseguía desde no recuerda cuanto tiempo?

Quizás era así, pero algo en su interior, el miedo que superaba la claridad de su mente, le repetía que siguiera corriendo. No podía correr el riesgo de confiar en su lucidez, la que le gritaba que aquello no era real; ese porciento de duda era todavía muy poco para detenerla.

Fue cuando tropezó contra una de esas rocas (la más grande que se había topado), que realmente se dio cuenta de donde estaba.

Solo un instante tuvo, para mirar a su alrededor, su corazón y su mente funcionaban 100 veces más rápido que lo normal, pues aún sentía la presencia cercana de aquella figura extraña. Pero ese único instante le bastó, para absorber con sus ojos, aquel extraño espectáculo.

Era algo mágico (si con una sola palabra se tuviese que describir) pero a la vez aterrador . No había suelo, no en verdad, sino algo gaseoso, que de alguna manera la sostenía. No se veía nada sólido debajo de ella, sólo la nada sostenía sus pies, y debajo, más “nada”.

Este sostén se mezclaba con el resto del entorno, semejando, como un todo, una ensarta de colores y formas, también de aspecto gaseoso, que de alguna manera formaban cada estructura a su alrededor.

Estos destellos de formas, de colores y luz, se mezclaban a sus lados, y también hacia arriba, donde debía haber un cielo. Mas no era cielo lo que había, sino la misma mezcla multicolor que formaba figuras parecidas a nubes, cuyas colas se hacían delgadas y bajaban, y se unían con aquellas formas parecida a árboles, que a su vez terminaban en lo que sostenía todo aquello que debía ser el suelo.

Así se veían rocas, algunas con colores claros y bellos, y otras no tan bonitas y fascinantes. Así se veían plantas, flores y quizás también pequeños animalejos, no animales, no, animalejos era la idea en su mente, de aquellas estructuras parecidas a animales. Y así eran también las plantas, que no eran en verdad plantas, y las rocas y las flores, que no eran en verdad plantas, ni rocas, ni flores, sino algo que se les parecía.

Por un momento le dio la sensación de estar dentro de una pintura de acuarela, sí, como aquella pintura de acuarela que estaba en la sala de casa de su abuela, aquella que siempre observaba, por largo rato, en cada visita de los domingos.

Pero no había entes extraños en casa de su abuela, ni allí tampoco. En ese solo instante, que le bastó para observar todo aquello, no había nada más, nada que pudiera ver, nada de lo que escapar y correr. A pesar de ello, de alguna manera, lo sentía, lo sentía respirar cerca de ella. Era más que respiración , era un vaho mezclado con miedo, como si de ese aliento saliera una música espantosa, de aquellas que sólo se oyen en las bandas sonoras de las películas de terror.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que todos los sentidos se mezclaban ahí. Podía escuchar el aliento tenebroso y sentir en la piel la mirada de unos ojos amarillos. ¿Por qué amarillos?; no sabría decir. No los veía, no veía en verdad ningún color, no veía ninguna presencia en verdad, pero podía sentir el color amarillo de aquellos ojos penetrantes.

Estaba muerta de miedo y de asombro; de miedo, porque, de alguna manera, sentía la presencia de esa bestia, con los pocos detalles que la hacían ser eso, una bestia, esos detalles que provenían no del sentido de la vista, sino de una mezcla de sensaciones que ya no sabía si eran visuales,  auditivas o táctiles; de asombro, porque era demasiado anormal y nuevo todo aquello.

Era como el mundo de Alicia, la del País de las Maravillas, con la presencia del Lobo Feroz. Solo que no era realmente el País de las Maravillas, sino algo más abstracto (aunque esto pareciese casi imposible) y realmente, no era un Lobo Feroz, sino “algo” que daba más miedo, mucho más, porque no sabía que era.

Entonces tocó la roca, o al menos pudo sentirla con sus dedos, pues en verdad no era roca, sino la misma estructura gaseosa multicolor. Era grande. Se elevaba ante ella, casi bloqueándole el paso por completo.  Fue por eso que cayó, fue por eso que se detuvo su carrera. Aquella estructura colosal no podía hacer otra cosa que obstruir completamente su camino.

Estaba ahí, tendida sobre ese algo, con la mano puesta sobre aquella forma rocosa sin material rocoso. Miró por un momento su mano y vio que ésta no solo pudo traspasar totalmente  hacia el interior de la estructura, sino que permitió que tras ella cayera todo su cuerpo, como si se hubiera desvanecido lo que la sostenía. Su cara tocó lo que parecía suelo y la oyó golpear contra aquello, aunque realmente no sintió nada, nada en verdad. Era una sensación auditiva la que le transmitía la capacidad de notar que su cara había tocado ese suelo. Seguía, una y otra vez, la misma combinación extraña de vías aferentes , tan distintas a las normales.

Fue en ese momento que reaccionó. Se paró sobre sus dos pies y, como si hubiese recibido un impulso eléctrico, continuó corriendo, quizás 10 veces más rápido que al inicio.

Sentía cerca, más cerca aquella presencia. Todo a su alrededor se volvió oscuro. No veía los colores, sino que los sentía, los sentía volverse cada vez más opacos y lúgubres. Los sentía  como un escalofrío en la piel, volverse oscuros. Ya no quedaban más que tonos grises y marrones. Se le mezclaban en el aire y se metían, en cada inspiración que era  capaz de realizar, casi cada milésima de segundo, hasta cada célula de su cuerpo.

Todo se puso más y más oscuro y pudo ver, realmente ver, por primera vez, el armazón de algo enorme ante ella.

Era una combinación de materia gaseosa y sólida. La forma de un cuerpo,  donde los contornos al filo de la piel, o aquello que lo recubría, salían flotando, en forma de nubes de vapor o gas. Era humanoide, por las partes en que estaba dividido su cuerpo, mas demasiado grande y grotesco para ser algo antes visto o conocido.

Podía ver su cabeza, con un pequeño halo que le sobresalía, como un fuego fatuo, por encima, pero muy pegada a ella. Sus ojos eran amarillos, amarillo fosforescente y profundos, tan profundos como un abismo.

No podía ver su boca, más oía (esta vez sí oía, realmente oía), un sonido que provenía del interior, como los sonidos que emiten las personas al hablar. Sí, era un lenguaje, mas no salía por la boca. De alguna manera lo oía y las palabras salían por algún otro lado; casi podría jurar que salían de todo el cuerpo, como un eco que rebotaba alrededor de todo el entorno, hasta entrar justo en su mismo oído, donde pudiese realmente escuchar.

El cuerpo era de una forma extraña en verdad, pero de entre toda esa estructura, se podían diferenciar cinco extremidades.

De alguna forma, esa figura humanoide, bestial, animalesca, por primera vez presentada ante ella, la hizo caer en un desierto mental.

No sentía ya más temor. Todo su cuerpo se relajó al extremo, y su mente se sentía más tranquila que nunca. Sentía su cuerpo como flotando, como si no existiese la gravedad que, hace unos segundos, la hacía correr sobre aquel extraño suelo.

Todo, por un momento, quedó blanco ante sus ojos. Todas aquellas formas extrañas desaparecieron de su alrededor;  todos los colores, los destellos gaseosos, todo desapareció. Quedó solo un inmenso e infinito vacío blanco, donde sólo veía a aquel ser que acababa de aparecer ante ella.

Y entonces todo volvió a cambiar. Blanco se tornó todo y gris de nuevo, y más y más oscuro otra vez. El animal humanoide se expandió como una gran masa, que se acercó velozmente a su cara.

Se oyó un grito que la hizo gritar también, de dolor. Sintió sus oídos sangrar, o al menos, de ellos, salir un líquido tan caliente y burbujeante como la sangre fresca.

Todos los sentidos volvieron a transmutarse. De nuevo, no podía oír, sino sentir los sonidos, no podía ver, sino oír las imágenes cambiar una y otra vez; y la imagen de aquella “bestia” le rodeó todo el cuerpo. Penetró en su cuerpo, chocando antes contra él, tan fuertemente que la hizo caer.

Y cayó, cayó hacia un abismo que era como un túnel, como un inmenso túnel de luces que iban a una velocidad mayor que cualquier cosa existente en el universo.

Mientras caía, veía a aquel animal salir de su cuerpo, como si ya ni tuviese nada que hacer allí, o como si ya lo hubiese hecho. El animal se elevó y se quedó flotando en la boca del túnel, mientras ella caía hacia abajo; cada vez más y más abajo.

Sintió miedo nuevamente, su corazón volvió a acelerarse y su respiración volvió a precipitarse.

Estaba de espaldas a aquel vacío y el animaforme (que fue el nombre que le vino a la mente para nombrarlo, como si alguien se lo hubiese enseñado), se quedaba más y más lejos.

Sintió otro sonido, mezclado con aquellas palabras extrañas que salían del animaforme, y por primera vez, vio una boca abrirse en su cara.

Se oyó un grito, nuevamente un grito de dolor, que oyó claramente salir de la garganta de aquel ser.

Cayeron dos gotas de los ojos, de aquellos ojos amarillos, hacia los de ella, y al sentirlas, frías, casi congeladas, tocar su piel, todo desapareció.

En ese momento despertó. Estaba completamente empapada de sudor. De sus ojos corrían dos lágrimas, solo dos lágrimas que se sentían pegadas a su piel. Se llevó las manos hacia su rostro y sintió dos pedazos de hielo; eran lágrimas convertidas en hielo, dos trozos de escarcha pegados en sus mejillas, casi a punto de volverse parte de ellas.

 Sintió un súbito susto del que, por un instante, no encontraba razón. De pronto lo entendió, estaba en su cuarto, todo parecía normal, mas no lo estaba.

Ella no era normal, su respiración no era normal, incluso se sentía con otra forma y cuerpo. Miró sus manos, sus pies, pero todo estaba bien, no había nada diferente en ellos. Se tocó desesperada la cara, el pelo, no había nada diferente, pero se sentía diferente, todo se sentía diferente.

Al mirar  su alrededor, vio en su cuarto, todo tal cual lo recordaba; cada mueble en el mismo sitio, cada cosa del mismo modo y color.

Sólo notó esas lágrimas, pegadas a su cara, secas y frías, como dos pedazos gruesos de hielo, que no se despegaban por más que tratara.

En ese momento no recordó nada más, pero esas lágrimas y esa extraña sensación de susto en su interior, le avisaban sobre algo diferente.

Se paró de un sólo movimiento, incorporándose de la cama y fue rápidamente a mirarse en el espejo, que estaba justo al lado de su cama. Era un espejo grande, donde podía ver todo su cuerpo.

A pesar de que los movimientos fueron muy rápidos, sintió la angustia y la duda, mientras se acercaba a él.

Se paró frente a él y se vio, su corazón se precipitó y su susto, su miedo, se convirtieron en puro terror.

No era ella la que estaba allí, no era su imagen frente al espejo, era la propia bestia, el animaforme, su propio reflejo.






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