viernes, 31 de agosto de 2018

La creación (la verdadera historia)

En aquel tiempo no había humanos, solo los ángeles caminaban por la tierra. Con formas etéreas y fantásticas, tenían, como única función, crear los terrenos fértiles del Mundo, el cimiento de la humanidad que debía prosperar allí.

Pero no venían solos, sino en pareja, cada uno acompañado de un “Centinela”, quien era el encargado de cuidar no sólo sus cuerpos celestiales, sino la labor creada por ellos, como algo sagrado que debía ser perpetuo.

Cada ángel nacía junto con uno de estos fieles guardaespaldas, y era enviado a la tierra recién formada, junto con él, formando la sincronía de la pareja perfecta. Uno era el creador, el otro, el cuidador.

Eso fue en aquellos tiempos en que el mundo se creó, y todo dentro de él, donde sólo los ángeles podían bajar a esta tierra y eran creados por y para ella, para abastecerla y protegerla de cualquier agresión malévola, o de cualquier equivocación o disociación del curso normal de esta colosal creación.

Él no era distinto a toda aquella raza superior. ¿O sí lo era? A pesar de estar programado y creado para y por la misma razón de miles de millones de ángeles más, había algo que lo diferenciaba. Fue algo que comenzó sin darse cuenta, en un cierto punto, tan minúsculo como una sensación, que se tornó poco a poco en sentimiento, y finalmente, la idea que le dio la razón a esa diferencia.

No era solo la ya conocida emoción por la creación a la que estaba predestinada a dar su vida, sino un sentimiento más complejo y profundo. Eso que sentía, lo que le hizo distinto al resto, único en su especie, era el amor.

Aquello vetado para los dioses y entendido como un pecado mortal, lo llevaba, poco a poco, a ir por un camino diferente al resto de su prole.

Le cambió la mente, el cuerpo y el alma. Violó la más estricta norma: “amar sólo el fruto que creas”. Amó a alguien y no algo; se enamoró de su centinela.

No solo eso, no le bastó sentir, sino que aquel centinela se convirtió en su vida, en el centro de su eje natural, por varios miles de millones de años. Dejó de prestar atención a su pedazo de creación, y ésta, poco a poco, fue mitigando su energía vital, hasta quedar a las puertas de la muerte.

Cuando los dioses se enteraron de aquella calamidad, ya era demasiado tarde. Aquel pedazo de tierra que con tanto amor había sido creada, parecía irremediablemente, junto con cada estructura que la componía, todo su maravilloso ecosistema, un putrefacto páramo deshabitado desde siempre.

Esa situación, más que alarmante, era totalmente insostenible para todos e inadmisible desde todos los puntos de vista.

Es deber de los dioses construir y velar por el mundo. Para eso  crean a los ángeles, cada cierto tiempo, después de cada cíclico Big Bang. Cada ángel tiene un propósito; creadores, vigilantes, acompañantes de la vida y guiadores de la muerte, expertos en caos y pitonisas de la contrariedad; esos y miles más, cada uno hecho por un puntual propósito.

Si alguno no hace bien su trabajo, definitivamente, son los dioses los que no están haciendo bien el suyo. El peso del universo se hace grande, la balanza se mueve hacia la materia oscura y deja de existir el mundo, antes de su hora.

Era inminente la extinción de este mundo, hecho que había ocurrido millones de veces antes, pero nunca por esta causa.

El ámbito celestial estaba revuelto, nadie comprendía que había pasado, que había fallado, pero lo cierto era que había que tomar medidas al respecto. Nunca había  ocurrido  un error de esa magnitud.

Bien se sabe que la historia se acompaña de rumores. El mayor error conocido, involucra una manzana y a dos humanos (los primeros del mundo), como responsables del cataclismo que dio vida a las fuerzas del mal, a la cruz de la humanidad.  Pero esas eran sólo historias que los Dioses habían creado a su conveniencia, (otro más de los tantos mitos que tenían que introducir en las cabezas de la raza humana para dar un toque de fantasía y temor a la vida); enamorarse era el verdadero Pecado Original. Los ángeles no podían enamorarse de algo más allá de lo creado por sus aureolas espirituales, no estaban diseñados para eso.

Ese amor acabaría con el mundo, y no de la manera que pensaban, sino que podía llevarlo a existir para siempre en un estado de pecado eterno, ese pecado que ya no sería un mito, sino una realidad. Que fin podría ser más negro que ese. No sabían, si quiera, que podría pasar si continuaba la marcha está situación. Nadie estaba preparado para verlo, para reparar el desastre una vez establecido.

Debían detenerlo antes. Debía ser castigado, y así fue.

Los dioses no recordaban un antecedente a este tan devastador,  pero sí recordaban bien que, el mayor castigo para un ángel que se desvía de su propósito no es más que convertirse en lo más temido y triste, un fantasma. Un fantasma no es nada, no es nadie, no se ve ni se siente, no ve ni siente. Es un ente errante, que observa, eternamente, acontecimiento tras acontecimiento del mundo y de todos los que le sucederán;  de la vida, del tiempo, sin tener espacio y tiempo propios.

Ese es el mayor castigo y es el que merecía una falla como esa.

Cuando él se enteró de su destino, aún sin poder comprender lo que le había ocurrido, sin siquiera saber por qué había sentido lo que sentía, no hacía más que pensar en aquel ser capaz de provocarle ese sentimiento. Su mente atormentada no albergaba pena, sino una angustia enorme, mas no por el castigo que le esperaba, sino porque ya no podría verlo más.

Es así como se describe al amor, es así como se siente. Bien lo sabía, aunque fuera la primera vez que lo sentía, ese conocimiento estaba impregnado en su código mental.

Pero el descriptivo significado que tenía su cabeza, no era comparado con el sentimiento en sí y con la idea mortal de prescindir de ese amor para siempre.

Claro que lo podría ver, lo podría ver por toda la eternidad, pero no de la manera en que lo veía ahora. Una vez convertido en fantasma, sólo podría verlo porque su cuerpo omnipresente pero sin figura física, sin sentimiento ni sensación alguna, seguiría teniendo ese sentido de la vista. Ya no lo podría ver, nunca más, con los ojos que lo ven ahora, con ojos que sienten casi más que ver, solo puro y magnífico amor.

Solo le quedaba un día,  para despedirse para siempre de su esencia real en el mundo creado, de esa conexión que, aunque ya no sentía como al inicio, era única en su clase y, sobre todo, de su amado. Olvidó instantáneamente la raíz de su por qué y, de un momento a otro, ya no le importaba que el mundo se cayera en mil pedazos, solo verlo por última vez.

Decidió no esperar un minuto más, las 184 horas de ese día debían alcanzarle para buscar a su amado centinela y despedirse de él, de alguna manera, o al menos verlo por última vez.

Cuando lo vio, no supo si ir corriendo hacia él y abrazarlo, o quedarse llorando, a lo lejos, mientras veía su dorado rostro por última vez.

A fin de cuentas, ¿Sabría él de su existencia? ¿Había llegado a sus oídos el rumor del amor platónico que sentía por él? ¿Era realmente eso, un amor platónico o un amor compartido?

Quizás él lo sabía todo, así debía ser, pues nada hay oculto entre cielo y suelo. Además, un error tan grande como esta calamidad que había ocurrido, sin precedentes, era la noticia que primaba no solo en el firmamento, sino en la tierra.

Pero los centinelas tienen un único propósito, y no siempre se les informa de los asuntos angelicales que no le competen. El amor de su vida no debía estar enterado de nada.

Estos pensamientos le entristecieron el alma y, al mismo tiempo, le hicieron expirar un suspiro de alivio. Si él no sabía nada, o, mejor aún, si no sentía nada, podría acercarse sin temor, y adueñarse de su mirada, totalmente  ingenua a todo, por última vez, así como la vio la primera vez que lo conoció, cuando aún no sabía lo que era ese tipo de amor.

Ahí estaba, entre aquellos arbustos. Recordó al instante, el momento en que los creó, al tercer día. Al principio creía que esos arbolitos tan pequeños serían demasiado poco para un mundo tan perfecto, que opacarían su excelsa frescura. Pero la idea se fue desarrollando mejor en su mente y se le hizo bonito ese elemento, para adornar el paisaje. Así que los hizo, tal como su mente los visualizó y resultaron ser una combinación acertada y bonita.

Pero no imaginó su mente, que ese detalle pudiese verse más hermoso, hasta que lo vio entremezclado entre sus pequeñitas hojas verdes.

El centinela caminaba en línea recta y algo apresurado, así que aceleró el paso. Se estaba acabando el tiempo, debía verlo de cerca, quizás hablarle, despedirse para siempre con palabras; aunque sólo verlo de cerca, por última vez, le era suficiente.

Lo siguió por varios metros kilométricos. Aumentó bastante la velocidad de sus pasos, pero él siempre iba ganando la que ya parecía, no una carrera, sino una real persecución.

Estaba agotado, pero no impresionado. No era un secreto que los centinelas son veloces, extremadamente precisos y ágiles en sus movimientos. Debían ser así para hacer bien su trabajo, pues deben velar por que todo esté siempre funcionando en perfecta armonía. Mucha importancia se les da a los ángeles, se les venera a veces casi como a los dioses, pero son ellos, los centinelas, los que hacen el trabajo duro y constante. Los ángeles son los artistas, crean la obra y continúan su trayecto, creando más o retirándose hacia lo que llaman Descanso Eterno Celestial (lugar incierto sin espacio ni tiempo precisos, donde habitan los ángeles, en espera de una nueva tarea o una nueva vida); los centinelas son los  coleccionistas, los veladores del museo que guarda la vasta y perfecta obra.

Cuando lo vio entrando por la gruta, algo le pareció familiar. Fue un deja vu de algo no sólo ya visto, sino vivido.

Sin embargo, aquella  gruta familiar, no era lógica, pues no recordaba el momento en que la había creado. No solo eso, ni siquiera recordaba el haberla creado en lo absoluto.

Si hay algo de lo que los ángeles  se pueden sentir orgullosos, sin que sea considerado pecado, es de recordar cada segundo, cada milésima se segundo en que crean cada cosa del mundo. Es un recuerdo que a la vez es sensación, pues se impregna en cada receptor del cuerpo y de la piel y se convierte en eso, una pura sensación que mezcla todos los sentidos. Es el vínculo más poderoso del mundo, más que el de una madre y su hijo. Es como si el proceso de la creación formara parte de sus mismos cuerpos y se quedara como una huella indeleble en cada célula.

Pero aquella gruta no formaba parte de su impronta de memoria.

Con una ligera angustia reforzada por este último hecho tan peculiar y absurdo, lo siguió hasta el interior de la oscuridad de lo que parecía un foso profundo.

Dejó de verlo, se le perdió entre la nada, y sólo una inmensa y devastadora oscuridad lo rodeó por todas partes.

Entonces todo volvió a encenderse, pero de una forma mágica y surreal. No eran luces ordinarias lo que iluminaba aquel ocaso profundo, sino millones de pequeñas imágenes lumínicas que giraban a su alrededor.

Parecía estar en aquella dimensión de la que tanto había oído hablar, lejana a su tiempo de formación, aquella de los mundos del futuro que nunca tuvo oportunidad de ver o crear.

Las imágenes, aunque no eran muy grandes ni del todo nítidas, reflejaban miles de escenas que viajaban como flashes, rodeándolo por todos lados. Cada escena diferente, y sin embargo, con los mismos personajes recurrentes: el centinela y él.

¿Qué truco celestial era aquel que le hacía ver cosas que no conocía, de las que sólo había oído hablar en libros, de esas que llaman futurismo?

¿Por qué estaba él representado en ellas?

Solo unas milésimas de segundo bastaron, para darse cuenta de que aquello no era un simple truco, sino recuerdos de una vida anterior. ¡Pero no podía ser la suya! Eran sus acciones, mas no sus recuerdos.

¿Cómo puede un ángel perder recuerdos? No sabía que fuese posible, pues cada detalle de sus vidas se tallaba con precisión en su mente, para siempre. Al menos eso había pensado hasta este momento.

Toda una vida parecía haber olvidado, una que veía en esos millones de imágenes de sus recuerdos perdidos.

Mientras una lágrima,  (la única que pudo salir de sus ojos en toda su vida), bajaba por su delicado rostro, sintió un toque blando sobre su hombro derecho. Cuando miró hacia aquel lado vio al centinela y no pudo más que abrazarlo, fuerte, casi asfixiantemente y llorar más, mucho más de lo que lloran los mortales. Mientras lloraba sentía algo extraordinario, más que todo lo anteriormente experimentado, sintió más amor del que puede soportar un cuerpo celestial. Sentía no solo su amor, sino el del centinela, que era tan o más grande que el suyo propio. Y no logró parar de llorar.

Lloró un verdadero río, no en sentido figurado, sino literalmente; sólo los ángeles pueden llorar en tanta cantidad. Recordó, mientras inundaba todo aquel mundo, que aquel llanto también era legendario, solo visto en libros de antaño, libros celestiales de los que casi ya no se oye.

El diluvio duró 4 días y 3 noches. Cuando cesó, pudo ver aquel mundo que había creado, lejos, muy lejos, en el infinito.

No podía darse cuenta con certeza, de donde se encontraba, pero veía al mundo cada vez más pequeño. No se  daba cuenta de si el mundo implosionaba o era él que se alejaba de una rara manera.

Hasta que lo vio en la palma de su mano y lo levantó sobre su cabeza.

Y aún estaba ahí, él, el centinela. Dejó de abrazarlo. Éste unió sus manos a las suyas y las cuatro rodearon aquella pequeña bolita a la que se había reducido el mundo, que flotaba en ese contorno etéreo.

Ya no recordaba nada; nada del mundo creado ni del diluvio, nada del primer y único amor y nada de la angustia anteriormente experimentada.

Se envolvió en un caparazón mental y comenzó a crear el nuevo mundo, mientras el centinela protegía, por todos lados, cada pizca, cada milimétrico detalle de la creación.

Parecía el mundo más perfecto que jamás hubiesen hecho, de esas manos que encerraron, al inicio, nada más que partículas pequeñas, muy pequeñas, cósmicas, químicas, explosivamente perfectas.



A kilómetros de allí, en una distante dimensión celestial, aquella diosa escribía: experimento número: 3 millones 365 mil 563; resultado: fallido. Comentario: volvieron a enamorarse.

Experimento número: 3 millones 365 mil 564; en curso.


















jueves, 30 de agosto de 2018

Mientras estemos juntos


Mientras estemos juntos
Todo será posible
Enterrar una estrella
O sembrar en el mar
Mientras estemos juntos
Nada será imposible
Ni gritar sin sonido
Ni callar para hablar
Mientras estemos juntos
Sellaremos con fuego
La tormenta de hielo
Que pueda aparecer
Cuando parezca todo
Casi todo, imposible
Pues el resto del mundo
No nos podrá negar
Clamaremos al viento
Que a pesar de las cosas
Sin sentido, perdidas
Que nos puedan pasar
Venceremos la muerte
Aun sin estar vivos
Mientras estemos juntos
Nada nos detendrá

miércoles, 29 de agosto de 2018

El amor vuelve a sonreír


El amor vuelve a sonreír
Esta vez su sonrisa es más amplia
Más viva
Más pura
Siento que me mira y me llama
Y no quiero otra cosa
Que estar donde está
Vivir donde vive
Ir adonde va
El amor vuelve a preguntar:
¿Me acompañas?
Y siento que esta vez
Luego de tantos desengaños
Mi corazón se fortalece
Entre cenizas se crece
Y ya sin miedo
Puedo dar sus mismos pasos

martes, 28 de agosto de 2018

La casa

Era la casa más extraña que había visto, no por su inusual estructura arquitectónica o belleza, sino porque a pesar de tantos años recibiendo inquilinos y visitantes, parecía no tener huellas del tiempo. Todos en el pueblo hablaban de ella, no como en las películas, tildándola de “casa maldita”, sino todo lo contrario. Hablaban de ella como algo hermoso e inquebrantable, como un lugar al que todos desean ir, en el todos quisieran vivir.

Ubicada justo detrás del parque del pueblo, parecía sobresalir de entre todas las demás edificaciones, no por su tamaño, sino por su belleza peculiar, descoordinada con el resto de la urbanización. Era hermosa en verdad.

“La casa soñada” le decían algunos, otros, sólo la llamaban “La casa”, y ya con decir eso, todos sabían de que casa se trataba.

Muchos habían vivido ahí, y de algún modo, “la casa” los hacía cambiar, para bien. De alguna manera extraña, les cambiaba el carácter, la personalidad.  Vivir ahí les transformaba el alma e incluso el cuerpo.  Tal vez esto ocurría porque el cuerpo refleja lo que guarda el alma, o por pura sugestión de quienes miraban los cuerpos, los rostros y apariencia de los que vivían allí. Lo cierto es que había un cambio positivo en los habitantes de ese lugar.

Pero solo había un problema, que no duraban mucho tiempo en ella. En general, cada inquilino estaba allí por unos meses, y al cabo de este tiempo, abandonaban el lugar, se iban sin más. Nadie sabía adonde ni por que, pero siempre se marchaban.

Después del adiós, de la ausencia, la casa parecía  agradecerles su estancia activando sus colores, realzando su belleza.

Ese misterio no sorprendía a los locales, se habían habituado a esta dinámica y sólo se sentían felices de tener esta bella estructura entre ellos.

Hacía unos 7 u 8 meses que vivía allí y conocía de memoria esta historia, la había escuchado una y otra vez en todo ese tiempo. Más que eso, había vivido en carne propia los poderes curativos de la casa, el impacto sobre todos, sobre todo y sobre ella misma.

El día en que llegó, se sorprendió, como todos los que pasaban por ahí.  Nunca había visto una cosa tan bella. Parecía pura belleza natural, como si la mano del hombre no hubiese estado implicada en su construcción en lo absoluto, sino un poder superior. Era un lugar que sólo tenía cabida en la imaginación o los sueños, de esos que sabes que nunca existirán en la vida real.

Ella había llegado allí casi obligada por sus padres, que tenían un nuevo empleo y debían mudarse lo más cerca posible. Y no fue nada menos que ese pueblo, el punto más cercano y vacante que pudieron encontrar.

Como toda adolescente sin compromiso, nunca aceptó de buena gana la idea de la mudanza. ¿Quién querría alejarse de su círculo de amigos, de su recorrido diario, de sus acostumbradas juergas y salidas locas? Era un completo cambio de vida. Más aún, salir de la gran ciudad hacia un pequeño pueblito alejado de la citadinidad.

No, no le hacía nada de gracia, pero adolescente al fin, tenía que ir hacia donde fueran sus padres. Aunque no le agradó la idea, no le quedaba otro remedio que adaptarse a la nueva situación. En el fondo, aún refunfuñando, sabía que este cambio sería positivo para ella y su familia.

Vino todo el camino pensando, imaginando como sería el nuevo hogar, como serían las personas y sus futuros amigos.

Pero nada de lo que imaginó se comparó con lo que vio al llegar a la casa. La maravilla de ensueño le nubló cada idea que había tenido, sustituyendo sus pensamientos por puro asombro y deleite. Sintió una admiración emocionante y una curiosidad enorme por entrar, por vivir ya en aquel lugar. Incomprensiblemente, sentía en toda su piel, y llegar hasta su cerebro, una llamada sutil cuya procedencia no comprendía, pero que la hacía desear entrar al lugar y recorrer cada centímetro de él,  de inmediato.

Al entrar, lo hizo pausadamente, como quien tiene miedo de que sientan sus pasos. Sus padres aún se encontraba afuera, en la acera, coordinando como entrar los muebles y todas sus pertenencias, al nuevo hogar.

Se olvidó por un instante de brindar ayuda y comenzó a recorrerla  de una vez.

La sala era hermosa, parecía desprender una esencia con olor a lavanda o a algo muy limpio, como a ropa recién lavada. Las paredes tenían un ligero color verde claro mezclado con unas figuras color amarillo, que se fundían al color de manera muy particular. El techo era muy alto y estaba pintado con miles de mariposas multicolores, muy pequeñas, diminutas, que formaban formas más complejas, de animales, cosas, personas, figuras abstractas inentendibles. El suelo era muy brilloso y blanco, tan blanco como una mota de algodón recién procesada.

Había una escalera al fondo, con lozas tan pulidas que parecían nunca haberse pisado.

Subió lentamente la escalera, mirando los pasamanos, pasando su mano lentamente por ellos, como cuando admiras una obra de arte. Mientras avanzaba miró hacia el techo y se dio cuenta de un resplandor de luz, que se veía salir de la cúspide de la escalera.  Siguió subiendo, y al llegar a la cima, pudo comprender el origen del resplandor. Aquel destello provenía de un gran ventanal en la pared del fondo, al final de la escalera, de hecho.

La vista era asombrosa. Se veía un gran jardín, en la parte posterior de la casa, que rebasaba los límites de la imaginación. El fondo del horizonte era una amplia y hermosa pradera, con hierba verde esmeralda, que le hizo recordar el cuento de la ciudad del Mago de Oz, pero mucho más hermosa a sus ojos. Al final del espectáculo visual, el bosque, un tupido bosque, a solo un kilómetro de allí.

A esa altura, justo al final de escalera, un bifurcado pasillo, lo suficientemente ancho como para que cupieran dos personas, de normal grosor. A cada lado de este pasillo, una puerta, cada una abierta, incitando mucho más  su curiosidad. Tenía que entrar, había que recorrer más, conocer más de la casa.

Instintivamente, se decidió a entrar en la que le quedaba a la izquierda, confirmando al fin lo que se podía ver desde el pasillo. Se trataba de una espaciosa e iluminada habitación, con otra puerta que daba a un pequeño baño.

Había un hermoso y amplio ventanal, parecido al que había admirado hacía  sólo un momento, en la cúspide de la escalera. La claridad cálida de aquel ventanal le dio unos inmensos deseos de acostarse y estirarse. No había muebles, así que se tiró en el suelo, como hacen los niños pequeños cuando no quieren dormir en sus camas.

Ahí quedó sumida en el sueño más profundo y delicioso, uno que no había tenido desde pequeña. En aquel suelo, que sentía más blando y cómodo que cualquier cama que hubiese probado, podía jurar sentir música provenir de algún lado, arrullándola mientras caía profundamente en los brazos de Morfeo.

Despertó casi 4 horas después; estaba anocheciendo. Se encontraba arropada y con una almohada apoyando su cabeza. Seguramente sus padres no la habían querido despertar. A su alrededor se encontraban todos los muebles que formarían la habitación, desordenados, en espera de que los organizara en algún momento. No supo porque había dormido tan profundamente, al punto de no sentir ni siquiera el ruido de pasos, enseres rodando de un lado a otro, gente gritando; en fin, todo el bullicio normal de las mudanzas. Tampoco recordaba lo que había soñado, pero el haber despertado embotada, le sugería que debía haber sido bastante extraño o inusual.

Bajó las escaleras hacia donde sentía unos ruidos de platos, hacia la cocina.

-Al fin te levantaste, ya vamos a comer, siéntate.

Se sentó junto a su padre, mientras su madre acomodaba los últimos platos en la mesa. Hacía tiempo que no disfrutaban de una cena en familia, pero pensó que sería en honor al nuevo cambio de vida.

 Durante la cena ocurrió algo extraño e indescriptible, al menos para ella. Sus padres parecían más relajados que de costumbre, demasiado relajados y desestresados. Se miraban a la cara y sonreían, como hacía tiempo no habían hecho. Su madre le acariciaba el pelo, como antes, antes de que ocurriera la crisis entre ellos. Le tomó la mano a su padre y hasta le limpió restos de comida de la comisura de la boca, mientras hacían cuentos e historias de días pasados, días en que eran felices.

Todo eso le pareció extraño, pero agradable. Realmente necesitaba revivir aquel espíritu familiar, así que dejó la duda a un lado y disfrutó el momento.

La noche transcurrió tranquila, mucho más que de costumbre. Casi logró olvidarse de la lejanía y empezar a saborear el placer de este nuevo extraño lugar, que provocaba un efecto positivo sobre sus padres y un estado de calma y sosiego en ella.

A medida que pasaban los días y los meses, este karma blanco de su entorno, se hizo parte de su vida, borrando casi de su mente, la anterior que había vivido.

Ya sus padres no peleaban ni se disgustaban, con nada ni nadie, por nada ni nadie. Vivían como en una especie de nube, en un cuento de princesas y príncipes, o un dibujo animado, de esos donde  todos tienen la sonrisa dibujada a flor de piel, inamovible aún en las escenas más dramáticas.

 Pero aquella escena feliz no se limitaba a su casa y sus padres. Toda la gente del pueblo emanaba una anormal felicidad, que plastificaba el entorno, afectando incluso la vegetación y hasta los objetos inanimados.

Sin embargo, lo  más desconcertante no era este sentimiento explosivo, sino que por momentos, percibía cierta idolatría y admiración, por parte de los vecinos y toda la comunidad en general, casi espeluznante e irracional. Era una ilógica adoración que se acompañaba de caras y gestos, llenos de agradecimiento inmerecido, hacia ellos, hacia sus padres, esos que ya eran más extraños para ella que la propia nueva vecindad.

Al principio no había percibido nada de esto, ella también estaba viviendo en aquella nube. Pero por razones que no llegaba a entender, poco a poco comenzó a percibir la diferencia, como algo fuera de lo normal, e ilógico.

Así pasaron varios días, en los que se preguntaba lo mismo, repetidamente: ¿Qué la hacía diferente? Más de mil veces al día la misma pregunta le venía a la mente, sin encontrar una pista a la respuesta. Su entorno parecía vivir en una secuencia distinta a la de ella. Era como ver una película, como estar rodeada de actores que repasan un guion, una y otra vez, siendo ella la única persona fuera de escena.

213 mañanas pasaron, antes de aquella, que nunca creyó sería más extraña que todos los días anteriores.

Aquel día,  al levantarse, creyó que se encontraría la ya habitual escena; sus padres riendo durante el desayuno y el olor a algo delicioso que provenía de la cocina. Aunque su madre nunca había sido una gran cocinera, desde que todo cambió, de forma mágica, se convirtió en un excelente chef.

Bajó como de costumbre, mas no sintió el agradable olor, tampoco se oían las risas de sus padres. De hecho, solo se sentía un abrumador silencio. Incluso pareció notar el ambiente ligeramente nublado, como si una gran nube estuviera dentro de la propia casa, ensombreciéndolo todo.

Buscó en cada habitación, y no encontró más que muebles acomodados, adornando los espacios.

Ni un vestigio de sus padres.

Marcó cada centímetro de la casa, con sus pasos nerviosos e irregulares, viendo a medida que avanzaba en la búsqueda, que no era la ausencia de sus padres lo que  llamaba su atención.

Había algo diferente allí, algo que faltaba, algo inaparente, pero perceptible en el ambiente.

Era la vida, la propia vida de la casa, lo que estaba ausente.

Ya no había brillo en las paredes ni destellos de Sol inundando las habitaciones.

Las paredes, de una forma increíblemente rápida y desconcertante, se agrietaban, formando una enorme red que envolvía, como un cascarón, todo el esqueleto de las casa. Horadaban también el suelo y el techo , haciendo parecer aquel fantástico refugio, como la más tétrica escena viviente, de terror.

Por un momento, allí, en la sala principal, espantada de ver aquel deterioro progresivo, no pensó en la ausencia de sus padres. Olvidó lo que la llevó a buscar, como una demente, cada resquicio del lugar. Se quedó estática, sólo mirando, aterrada, como el lugar más precioso y fantástico que había visto, se convertía en un lúgubre territorio.

Se sintió en el centro del universo, y no por que estuviera pasando por un psicodélico momento de fascinación. Era porque estaba inmersa en una crisis de pánico que le hacía sentir que estaba en medio de un verdadero Apocalipsis.

Por todas aquellas grietas, comenzó a correr un río de agua, que rellenaba los espacios sin derramar ni una gota fuera del lugar. Parecía estar en una película de ciencia y ficción o dentro de un sueño. Aquella agua hacía un recorrido anti gravedad, yendo desde el piso hasta el mismo centro del techo, terminando justo en la gran lámpara de lágrimas.

Miró hacia arriba y vio como aquella agua se acumulaba en la base de la lámpara, bajando por los tubos que la sostenían al techo y recorría toda la estructura , yendo hasta cada una de las pequeñas lagrimitas. De ellas salían pequeñas gotas, que luego se fueron haciendo cada vez más gruesas, hasta convertirse en finos chorros que daban justamente en su cara, que estaba atónita contemplando aquella insólita escena. Y no fue hasta que sintió la primera gota, que despertó de su asombro.

Quizás fue la gota, o el estruendo que salía resonante, de todas las paredes y el piso. Lo cierto es que despertó, justo antes de quedar totalmente empapada por lo que ya no eran gotas, sino gruesos chorros.

El inminente derrumbe la hizo salir del lugar, justo a tiempo de que cayera toda la lámpara, catastróficamente, a sólo 1 metro de distancia de ella.

Se quitó un pedazo de vidrio que se había pegado a su tobillo y salió corriendo, presa de un pánico atormentante.

A medida que iba corriendo hacia la puerta, todas las paredes se iban rompiendo y estallando. Pedazos de piedra explotaban cerca de sus pies y otros, que caían del techo, le obligaban a hacer una carrera en zig zag hacia la salida.

Aquella luz en la puerta se hizo lo más preciado. Mientras corría, volvió a recordar  la ausencia de sus padres, que ante tales circunstancias parecía estar relacionada con todo aquel holocausto. Esto provocó una doble angustia, por la incertidumbre de esta historia y por el desastre que parecía estar a punto de acabar con su vida.

Cuando al fin salió a la calle y respiró con alivio, alzó la cabeza y el asombro volvió a apoderarse de ella instantáneamente, al ver a todo el pueblo reunido delante de ella, delante de la casa.

Paso por paso fue avanzando por la línea recta que hacía un camino creado por aquellas personas. Se habían colocado una detrás de otra, en dos filas enormes, que iban desde la misma entrada de la casa, justo al terminar la acera, hasta varias cuadras más allá. Como si estuvieran observando una procesión, estaba aquella gente, con los cuerpos rígidos y la mirada absorta en la nada.

Mientras sus pasos iban progresando por el larguísimo camino (el único que habían dejado viable), miraba cada rostro, notándolos vacíos y pétreos. Era como estar caminando entre estatuas.

Nadie se movía, nadie hablaba, nadie parecía tan siquiera respirar.

Tocó a algunos y les hizo señas delante de sus ojos, sin obtener ninguna respuesta animada. Eran estatuas vivientes. Estaban vivos pero no presentes, como si estuviesen hipnotizados o en otra dimensión mental.

Varias cuadras tuvo que recorrer. No se dio cuenta de como lo hizo con tanta facilidad, pues su cuerpo caminó todo ese trayecto sin la mínima señal de cansancio. Quizás ella también estaba hipnotizada, pero mientras más recorría, más ansiedad sentía por ver el final. Y, una vez más, sustituyó la búsqueda de sus padres, por la búsqueda de la respuesta al final de ese túnel de gente.

A pocos pasos del final de la enorme fila, se dio cuenta de que, entre todas esas caras, faltaban dos que llevaba buscando hacía rato. Sus padres, que volvieron de nuevo a su memoria, no habían aparecido y tampoco se encontraban entre todas aquellas personas. Ya no quedaba nadie que ver en aquel pueblo y sus padres no aparecían.

Justo al final, se detuvo, y, contagiada por aquella calma fantasmal totalmente inaudita, se dio vuelta a observar, por primera vez, todo lo que había recorrido.

A lo lejos se veía la casa, opaca y lúgubre. De ella salían destellos oscuros que iban, desde todos los ángulos, hacia cada una de las personas de aquellas extrañas filas.

Aquel fenómeno que posiblemente  había durado unas horas, se detuvo.

Las personas reaccionaron, sus ojos parpadearon y sus rostros volvieron a tener vida. Se vieron a la caras, de los que tenían frente a frente y de aquellos a sus dos costados, y comenzaron a llorar. Todos lloraban y suspiraban, profunda y sentidamente.

Se tocaban las caras y se abrazaban, como si se conocieran por primera vez o se reconocieran, después de un largo tiempo sin verse, sin estar presentes en el mismo espacio y tiempo.

-Heeeeey!- fue el grito ronco que salió angustiado de su garganta, como una explosión retenida.

Todos se tornaron hacia ella y la rodearon formando un pequeño círculo de muchas, muchas paredes de cuerpos.

Los más próximos la tomaron de la mano, delicada pero impositivamente. Las paredes del círculo se abrieron y ella fue conducida hacia un lado del camino.

No entendió a que se debía todo. Aquellas personas, con la cara cubierta de lágrimas y el rostro blando y lastimado, como el de una abuelita cuando le baja la fiebre a su nietecito, la dejaron en un lugar de la calle, justo frente a la casa,  donde no había más que arbustos.

Se alejaron de ella y rehicieron la formación anterior, mas esta vez frente a ella, siendo ella la única de este lado de las múltiples capas de filas.

Se oyó un estruendo, que la hizo voltearse hacia atrás, hacia los arbustos. La tierra comenzó a agrietarse, tal y como lo habían hecho las paredes de la casa, justo frente a ella, al borde de sus pies, rodeando todo el perímetro de la casa. La grieta aumentó rápidamente y separó la casa del resto de la ciudad, mediante un enorme barranco.

No podía creer lo que estaba viendo, no podía ser real aquel panorama, pero lo era.

Ante sus ojos había miles y miles de personas, en ataúdes de cristal. Aquellos cadáveres, que no sabía a ciencia cierta si eran eso o cuerpos en estado de hibernación, formaban las paredes de aquel desfiladero, que más bien era un foso de terror.

Y ahí, justo al nivel de sus pies, en la pared del frente, estaban sus padres, su padres perdidos que deseó, en ese momento, que estuviesen realmente muertos y enterrados, o simplemente desaparecidos sin más, y no en aquel estado espeluznante de pseudoembalsamamiento.

Aunque estaba aterrada, en esos pocos segundos, pasaron miles de ideas por su mente y tuvo tiempo de ver que aquellos ataúdes estaban agrupados sutilmente, de manera ex profesa. Por cada grupo había un número, que le costó algo de trabajo enfocar al principio. Era de cuatro dígitos. El que correspondía a sus padres era 1984. Asustada, rodeó con la mirada todos los grupos que se encontraban en su campo visual y dio un salto hacia atrás.

Ahí comprendió que aquellos números no eran más que nombres de años, miles de años empotrados en aquel precipicio.

Volteó hacia atrás nuevamente y vio a todas aquellas personas, mirándola fijamente. Entonaron un canto que le pareció satánico. Elevaron sus manos hacia delante, con las palmas hacia el frente y comenzaron a acercarse.

Aquel sonido espantoso penetraba en sus oídos como mosquitos sedientos succionando cada gota de su sangre.

Se detuvieron justo a dos pies de distancia de ella.

La tierra tembló nuevamente y el foso comenzó a cerrarse.

Fue demasiado para ella. De una embestida salió a correr a toda velocidad.

Como animal detrás de una presa, iba  más velozmente de lo que jamás creyó humanamente alcanzar. Iba cubierta en llanto y sofocada, casi sin aliento. Pero no podía parar, tenía que huir de aquel ritual que la llevaría, inevitablemente, a ser una pieza más de aquel sepulcro.

Miró hacia atrás, temerosa de que alguien la estuviese siguiendo. Eran muchos contra ella, no tenía muchas probabilidades de salir con vida. A pesar de eso, su instinto de supervivencia la hacía correr y correr, como si sus pies y su cabeza fueran dos entidades independientes.

Nadie la estaba siguiendo. Aquel océano de gente se había quedado estática, muchas cuadras atrás.

Sin embargo, debía seguir corriendo, debía llegar a la entrada del pueblo.

¿Sería posible que nadie sobreviviera a aquella casa? ¿Por qué tantas víctimas? ¿Por qué por tanto tiempo? ¿Es algún tipo de maldición? ¿ Por qué me dejan escapar? ¿Esto es real? ¿Yo soy real? Eran pocas de millones de preguntas que le pasaban por su mente loca.

Al fin se detuvo. De alguna manera sintió una enorme calma y sus pies se relajaron totalmente, cayendo desplomados hacia el asfalto. Ya no estaba en el pueblo, la carretera era lo que sostenía su fatigado cuerpo.

Su aliento se recobró como por arte de magia y se incorporó nuevamente sobre sus piernas, que ya no estaban cansadas.

Echó a andar carretera abajo, ya sin un vestigio de lágrimas en su cara.

Una fresca ráfaga de viento le rozó la cara, dejando todo su pelo aventarse de un lado a otro. Y vio, entre toda aquella alocada melena que le cubría los ojos, un enorme camión de mudanza.

Se detuvo y lo siguió con la vista, hasta perderse por la entrada del pueblo.

Le respondió el saludo a aquella familia que, en medio de una feliz algarabía, iba dando saltos de un lado a otro de la parte delantera de la plataforma remolque, que debía llevar todos los muebles.

La escena le pareció conocida, pero en ese momento, no se dio cuenta del porqué; no le vino nada a la mente, que le ayudara a encontrar la semejanza.

Volvió sus pasos al camino y continuó acariciando su barriga. Debía llegar a algún destino cercano, cuanto antes. Ya le estaban molestando las pataditas. No recordaba la razón, pero supo que aquello significa que era hora de comer. Los bebés se ponen muy exigentes dentro la barriga.









































domingo, 26 de agosto de 2018

La bestia

Era la más bella del pueblo. Con ojos azules y cristalinos, cabello tan blanco como la nieve, que de vez en cuando se volvía azulado cuando le daba el resplandor del Sol, boca perfectamente delineada y labios rosados y carnosos, que incitaban a tocarlos y morderlos como a una fruta prohibida. Su cuerpo, proporcionalmente maravilloso, se añadía a esta magnífica representación de una figura humana de ensueño.

Corría el año 2913 y la tecnología era la más avanzada que pudiese imaginarse. Así también en el área de la genética, que era donde más se había desarrollado la humanidad.

Era un mundo perfecto, donde cada persona nacía predestinada, con un rol, capacidades y aptitudes preestablecidas.

Ningún detalle biológico se repetía; cada ser era único, exclusivo. Los códigos genéticos estaban perfectamente distribuidos. Era el sueño de antaño, hecho realidad, de poder escoger la perfecta creación, antes de la procreación. A ella le tocó la belleza, la más sublime, perfecta, espectacular y casi irreal.

Cada pueblo, pequeñito, con una población de tan sólo 1000 habitantes, tenía un ejemplar humano genuino.

Eran creados según la necesidad mundial, y asignados a las familias de acuerdo al equilibrio que mantenía el curso perfecto del desarrollo.

Miles de años habían tardado. Miles de mentes escudriñaron en sus neuronas y las exprimieron para sacar el jugo óptimo que daría luz y vida al sueño, de aquellos científicos y otros locos magnates, de crear el mundo perfecto.

Ella era la mujer perfecta; sí, la belleza más colosal; y así de colosal era su tristeza.

Esa excelsa fisionomía la sumía en un profundo vacío, pues la rutina de su vida era ser el ornamento a la vista de mentes envidiosas o idiotizadas.

Desde su primer pensamiento consciente, solo recordaba haber sido muy infeliz. Si esa infelicidad podía traducirse en algo de más alcance, algo que caracterizara su psiquis, el concepto más preciso sería eso que los mejores psicólogos llamaron, en algún momento del pasado, “Depresión Mayor”.

Lo más extraño no era su pena , sino el mismo hecho de sentirla. En aquel mundo, todos parecían estar conformes con su destino, menos ella.

Por algún acto de cinismo inexplicable, comprendió que no debía mostrarse al mundo tal y como se sentía, y aprendió a comportarse ante aquella ilógica dinámica de vida, con la mayor neutralidad  espiritual  posible.

Pero aquel sentimiento se volvió aún más fuerte con el transcurso del tiempo, y se apoderó de ella una insistente obsesión: hallar una cura para aquella expresión de genes que, para ella, era la más cruel alternativa de vida.

Decidió que, aunque tuviera que cambiar su rostro y su figura, de la manera más drástica, se desharía de aquella forma que impregnaba cada espíritu, de magia negra.

Se hundió en esa búsqueda más allá de lo que nadie pudiera imaginar, tratando de entender porque su belleza era tan  perturbadora. En ese viaje, se adentró a mundos reales y otros casi salidos de cuentos. Visitó a todos los que pudieran darle alguna esperanza y sólo consiguió las miradas de sumisión alabadora, de todos, una y otra vez.

En vez de hallar soluciones, sólo conseguía ser una droga que atacaba a todo el que la veía. La hacían mover sólo con la mirada y, por ello, cada remedio que le daban, parecía que iba más a favor de ellos, que del suyo propio.

Después de tanto buscar, oyó hablar de algo inusual, una mujer nueva había aparecido en el pueblo, totalmente singular. Algunos decían que era una bruja pero, ¿Quién podía creer en brujas en esa época? ¿No era acaso un pensamiento arcaico y totalmente absurdo creer en la existencia de brujas?

El pueblo estaba agitado por este acontecimiento.

 Así la llamaban en los medios: ”la bruja”. Algunos la alababan y otros le temían y pregonaba injurias contra ella. Pero todos, sin excepción, decían que tenía un gran poder, y que era capaz de resolver instantáneamente cualquier problema. El pueblo entero estaba agitado por este acontecimiento y ella, por la esperanza de una solución.

No esperó más, no podía; a la mañana siguiente fue a visitarla. La mujer solo recibía personas hasta medio día, así que decidió llegar muy temprano.

No era una casa mística el escenario de aquella intrigosa  mujer, solo una normal para la época.  Penetró en la saleta de espera y allí esperó aproximadamente 40 minutos, antes de ver salir a dos personas (una pareja), con gran emoción y alguna que otra lágrima, de una de las habitaciones.

Su corazón latía muy fuerte, por la expectativa que recreaba su mente. Se preguntaba por la apariencia de aquella mujer y su forma de ser, por supuesto, pero más que todo, se sentía nerviosa de pensar cual sería la manera en que resolvería su problema. Tras ese nerviosismo, se escondía también una gran angustia, ya que, muy adentro, sentía que ese sería un paso igual que los otros, que no llevaron a nada.

Sentía miedo de pensar que aquella mujer respondería como los otros y que, embelesada por esa extraña belleza, que era la cruz de su vida, sólo se sentiría seducida e incitada a engañarla, siendo una pérdida más de tiempo y de fe.

Le tocó el turno de entrar, a una habitación que no tenía nada fuera de lo normal; no era nada de lo que se esperaba. Con el nombre de “bruja”, había pensado que sería un entorno lleno de misticismo y misterio, o simplemente aterrador.

Nada como eso, sólo era una habitación como cualquier otra. Con sus paredes rosado pálido, una mesa pequeña en el centro y dos sillas totalmente clásicas muy bien adornadas. Sobre la mesa se veían vestigios de lo que podría haber sido una merienda. No había nadie en la habitación, pero se divisaba otra puerta en el extremo opuesto de la entrada. Pensó que debía ser por esa por donde entraría “la bruja”. Decidió quedarse parada unos instantes pero, cansada de esperar tras quince minutos, se sentó en una de la sillas.

Pasaron cinco minutos más, hasta que entró un niño de alrededor de nueve años, hermoso en verdad. Se levantó sobresaltada, pues creyó que sería algún mensajero. Pero su asombro fue al ver que éste se sentó en la otra silla y la invitó a retomar su puesto.

-Soy a quien todos llaman “la bruja”, cuéntame tu aflicción- le dijo el joven mientras sacaba un cigarrillo de su bolsillo.

Quedó atónita ante aquellas palabras.

-¿Cómo puedes ser tú “la bruja”? ¿Acaso no es una mujer?

-Soy lo que quieras que sea, puedo convertirme en la imagen de tu mente; lo que desea tu corazón que yo sea, lo que te haga sentir más cómoda y abierta, fuera de temores y dudas.

Lanzó un suspiro de alivio mezclado con extrañeza y se acomodó en la silla para comenzar su relato, el cuento, la triste historia de su vida.

Su cita fue de más de dos horas. Contar su vida entera no era una tarea sencilla, pues era una historia llena de pesares y desconsuelo.

Aquel niño al que todos llamaban “la bruja”, no se sobresaltó ni por un instante. Ella pensó que era una reacción normal ¡Cuántos pesares y aflicciones debía haber oído!

Terminó su historia y quedó en el aire un vacío eterno. Debieron haber pasado mil ángeles en aquel silencio muerto. “La bruja” no dijo ni una palabra y, por más de tres minutos, ella tampoco.

Después de ese tiempo y de haber terminado el último cigarrillo, “la bruja” por fin habló.

-Tu problema tiene una solución simple, pero debes abrir completamente tu mente. Todo tendrá fin cuando encuentres al ser más feo de la tierra. Solo la fealdad externa extrema puede acabar con la belleza más sublime.

Dijo esto, al instante en que se levantó de la silla y se perdió tras la misma puerta por donde había entrado, sin darle tiempo de preguntar o alegar nada más.

Toda la habitación quedó a oscuras, sólo con una pequeña bombilla roja alumbrando sobre la puerta del otro extremo, por la cual hacía más de dos horas había entrado.

Salió anonadada y casi de manera automática. Solo sus pasos iban hacia la puerta principal, pues su mente, aturdida y nauseabunda, estaba en algún otro sitio perdido y lejano.

Al salir de la casa, con el primer toque del sol sobre su cara, su mente quedó completamente en blanco y no pudo recordar nada de lo que había pasado en aquella habitación. Solo recordaba que había llegado allí en busca de un consejo y se había ido con la manos vacías.

Regresó a su casa como quien regresa de un viaje largo y extenuante y estuvo varios días algo confundida, entre los pesares de su vida, que sentía casi inhumana.

Así pasaron varios meses en los que sentía que había algo perdido en su memoria, algún recuerdo que no llegaba a figurar con claridad.

Durante un tiempo, oyó hablar más de una vez de “la bruja”, y esto le sonó como un eco lejano, sin interés especial para ella. El difuso recuerdo de aquel ser, se fue perdiendo poco a poco en su memoria, hasta desaparecer por completo.

Un día inesperado, todo se volvió nuevamente agitado en el pueblo. Llovían los escándalos y gritos de personas, hablando exasperadamente, con intención de miedo y espanto en sus palabras. Todo estaba envuelto en una situación de alarma.

“El ser más feo de la tierra” le decían, a aquel que se había adueñado de las noticias del día. Los hilos noticiosos se limitaban a llamarle: “la bestia”.

Algo había sido visto la noche anterior, un ser grotesco y horrible. Un hombre al parecer, pero extremadamente deforme y repulsivo a la vista. Algunos iban más allá, alegando que se trataba de un ser salido del infierno, un verdadero demonio.

Aquella noticia taladró su mente. Sintió algo muy fuerte que, contrario al sentimiento de la mayoría, la atraía a la búsqueda y el encuentro con aquel ser.

Aquella sensación guio sus pasos hacia “la bestia”.

Llegó a la vivienda a eso de las nueve de la noche. Su corazón latía fuerte, pero no sentía miedo. A pesar de que albergaba un ligero presentimiento extraño, una mala corazonada, sus pasos eran decididos, confiados y firmes.

No tuvo que tocar la puerta, sólo con acercar su mano, ésta se abrió de par en par, dejando ver una enorme y lujosa sala.

La puerta se cerró de un portazo y la habitación se iluminó esplendorosamente.

Pero nadie salió y, por alguna razón, ella tampoco lo hizo. Continuó adentrado sus pasos por la espaciosa habitación rodeada de muchas puertas extrañas.

Y esperó, esperó como había hecho hace un tiempo (ya ausente de su mente), en su encuentro con “la bruja”.

Pasaron unos cinco minutos antes de que viera salir la primera sombra de aquel individuo.

Era de estatura mediana, sobre lo delgado, y traía una gorra puesta, o un sombrero algo raro. Fue todo lo que divisó a lo lejos. Rápidamente se levantó y se acercó hacia él.

A medida que se acercaba, su corazón latía más y más rápido. No entendía el porqué, pero ya no estaba confiada, sino temerosa.

Con pasos tembloroso y maltrechos caminó hacia él, hasta el punto de poder ver su figura entera, totalmente deforme de la cabeza a los pies. Y ahí, a pesar de esa aberrante visualización, su corazón amainó toda la anterior cabalgata de ansiedad.

Detrás de aquella fealdad, pudo divisar sus ojos. Eran unos ojos tan oscuros, que parecían más que negros, casi azules, como el más profundo vacío.

De alguna manera se sintió atraída hacia aquellos ojos, de un modo fuera de lo normal, demasiado intenso. Era una fuerza que le halaba desde el centro de su alma y le atravesaba la piel desgarrando sus pensamientos. Casi llegó a dolerle penetrar en aquellos ojos y, de alguna manera, oyó una voz desde adentro de aquella deforme cabeza que le dijo: “eres quien he estado esperando”.

En ese momento, perdió la noción del tiempo y el espacio, y se vio en un mundo espectral, lleno de tinieblas. Sintió un ligero escalofrío y otras sensaciones extrañas que rodeaban su cuerpo y su mente.

Tenía los ojos abiertos, mas no podía ver más que sombras.  Su visión se había distorsionado y sus sentidos ser hundieron  en un equilibrio psicodélico que se movía en ciclos de extremada rapidez y ralentización. Sintió la presencia de una figura y miró hacia un lado. Era “la bestia”, que había tomado una forma diferente, extraña, pero todavía desagradable a la vista.

Acercó sus manos a él, lentamente. Su corazón volvió a acelerarse y sus manos volvieron a  temblar, al sentir que se estaba acercando a su piel. Presintió que se trataría de algo áspero y frío, y a pesar de eso, había algo poderoso que la seguía atrayendo y la hacía querer acercarse más.

Ya sobre su piel, sintió un calor inmenso, un calor como el fuego, sofocante, quemante, pero aún tolerable para ella.

Sus manos seguían aproximándose. Al tocar su piel, voló por los aires. Se vio en una nube celeste, volar por sobre un mundo extraño.

Sintió la piel de “la bestia”, suave como el terciopelo, y se fundió en su cuerpo de la manera que encontró.

Fue el orgasmo más intenso y más largo de su vida, uno eterno que la dejó estática,  por horas, en un mundo de éxtasis, del cual no quería salir nunca más.

Al día siguiente, en el Consejo, todos estaban abrumados y confundidos. Nadie entendía como había sucedido ¿Podía aquel ser creado, como muchos otros, perfectamente inmaculado de fallas genéticas , tener la más grande de todas, esa sensación carnal primaria que por tantos siglos habían tratado de borrar de la existencia humana?

¿Era posible que fuera aquella mujer el primer androide capaz de sentir un orgasmo?




sábado, 25 de agosto de 2018

La burbuja

Había un pececito en una burbuja de cristal. Cada día daba millones de vueltas, recorriendo los pocos centímetros de aquel diminuto habitáculo. Podía ver a las gaviotas posarse todos los días en la ventana. Un día pidió un deseo. La burbuja se rompió y salió volando, hacia afuera, hacia la ventana. Una gaviota se posó y, de un mordisco, se lo comió.

viernes, 24 de agosto de 2018

Remedio para la felicidad

La perra se recostaba, cada día, sobre la alfombra del portal. El viejo la miraba desde la sala, pensando en sus propias desgracias. La vieja sufría, al verlo tan desgraciado. Un día, en la madrugada, la vieja hizo un pacto con el diablo. Al otro día, el viejo despertó convertido en perro. La vieja y la perra se fueron a caminar, y caminaron, hasta caer desfallecidas, en algún camino olvidado.

jueves, 23 de agosto de 2018

La imagen repetida

En una pequeña oficina, había una mujer sentada, cada día, haciendo el mismo trabajo. Tenía que velar, durante 8 horas, las cámaras de seguridad del Banco Central del País de la Desdicha. Un día entró un niño y la mató. Su cara quedó guardada en las grabaciones de aquel día, como una imagen repetida. Nadie se acordaba de ella.

miércoles, 22 de agosto de 2018

La canción mágica


Era la canción más bonita del mundo. Estaba en una bola de cristal. Retumbaba en las paredes y las hacía vibrar. Un día la niña levantó la tapa de la bola. De pronto, todos empezaron a llorar, hacía tiempo que no sentían una lágrima en su rostro. La niña jamás pudo volver a llorar.

martes, 21 de agosto de 2018

El asesino de penas


Era un asesino en serie, y estaba contento con eso. Siempre creyó que estaba destinado a ese trabajo. En verdad lo hacía muy bien. Este año era una mala racha para el negocio, sólo había matado 354 penas.


lunes, 20 de agosto de 2018

Cambiarme por ti


Cambiarme por ti podría
Sentir todo lo que sientes
Tocar todo cuanto tocas
Besarme muy lentamente
Cambiarme por ti podría
Para intentar conocerme
Para saber qué me gusta
Y hasta lo que más detesto
¡Eso sería tan fácil
Para llegar a entendernos!
De la manera más corta
Ahorrándonos tanto tiempo
Cambiarme por ti podría
Y conocer mis secretos
Pero mi amor
¿No es más fácil
Darle tiempo a nuestro tiempo?
¿Conocernos poco a poco
A través de los tropiezos?
¿Y extrañarnos cuando falte
En nuestra historia un recuerdo?
Cambiarme por ti podría
Pero si fuese posible
Si en ello hubiese algo cierto
No estaríamos los dos
Contándonos este cuento

domingo, 19 de agosto de 2018

Ya no me verás volver


Aliméntate de mí
Como si fuese la última noche
Como si fuese el último momento
Como si fuese el último encuentro
Recréate en mi mirada
Como si fuese tu última visión
Como si fuese la última luz
El ultimo destello
El último color
Respira profundo mi aire
Como si fueses a morir
Como si fueses dejarme
Como ahogándote en el mar
Recuérdame con tus manos
Como si fueran a caer tus dedos
Como si fuesen a quemar tu piel
Sonríeme y hazme sentir
Como si fuese la última vez
Porque esta noche amor
Al voltearme
Ya no me verás volver

El trato


La novia estaba en el altar. Ya habían pasado 15 minutos, que,  para ella, habían sido como varias horas. Nunca había visto en persona, a aquel que se convertiría en su esposo. Cuando él entró, todo se paralizó. Los invitados no se movieron por varios segundos. La habitación se volvió mortalmente fría. Cuando dieron el sí, el se prendió de su cuello, enterrando sus colmillos profundamente. Cumplió con el trato y vivió junto a ella, para siempre, con su cuerpo de reptil enroscado en todo su cuerpo.

La sonrisa perdida

Había un hombre que siempre estaba triste. De tanta tristeza, ya no tenía lágrimas. Un día vio su reflejo en un charco de agua. Pateó contra el agua y un poco le cayó en la cara. Desde aquel día, no paró de sonreír.

Deseo frustrado

El pobre portero sueña ser aquel señor que siempre entra en su extravagante carro. El señor llega a su casa, cada día, y se sienta en la mesa, a ver su bola de cristal, que muestra los deseos más profundos del corazón. Cada noche la misma imagen se refleja en la bola: el portero cenando con su familia.

sábado, 18 de agosto de 2018

Que se siente saber que te aman


Dices que me amas
Y tus palabras
Son tan vacías como la nada
Me aprietas fuerte
Diciendo que me extrañas
Y siento que me ahogas
Hasta ya no respirar
¿Por qué me cortan tus besos
Y con tus ojos me dañas?
¿Por qué descanso en las sobras
Y siento todo tan mal?
¿Quieres saber que se siente
Que te amen de verdad?
No necesitas decirlo
Sólo debes demostrar
La necesidad inmensa
De no poder descansar
Hasta que un roce te haga
Sentir amado en verdad
Y una mirada sea todo
Principio, puente y final

¿Cómo saber?

Si te vas como una ola
Y regresas como el mar
Es un eterno vaivén
La historia que has de contar
Si no pisas tierra firme
Y te ahogas sin parar
No hay isla que sobreviva
A tu cuento sin final
Es algo etéreo, vacío
Pasajero, irracional
Sin solidez ni color
Sin alegría ni paz
Es como agotar la lógica
Y dormir sin descansar
Es respirar sin sentirlo
Y sentirte sin tocar
Si te vas como una ola
Y regresas como el mar
¿Cómo saber que algún
Junto a mí te quedarás?

viernes, 17 de agosto de 2018

Lo que ahora siento

Tus dedos me rozan
Yo sólo estremezco
No hago ni un esfuerzo
Supera mi mente
Este sentimiento
De sentirme libre
Y a la vez esclava
De mis pensamientos
Tus besos se clavan
Mas no siento el filo
Cortadas sutiles
Avivan las gotas
Que forman las lágrimas
Que llegan al sur
Siguiendo lunares
Bordeando el declive
Es más que una masa
Es una escultura
Es un todo en uno
Como el puntillismo
Parece y no es
Sofoca la mente
Proyectando el cielo
Y el infierno mismo
Es casi confuso
Respiro y me ahogo
Exploto despacio
Justo desde adentro
Sintiendo a mi lado
Todo el universo
Y por más que trate
Por más que preguntes
Por más que me impregne
De este sentimiento
Cuando todo acabe
Si me lo preguntas
No podré explicarte
Lo que ahora siento

jueves, 16 de agosto de 2018

Que me digas te quiero

En cualquier momento
Que te me aparezcas
Podría escaparse
De mí, un te quiero
Es que tengo tanto
Tanto para darte
Que añoro tu risa
Y por más que te veo
No puedo aguantar
Las ganas de besarte
Y lloro en las noches
Mirando tu ausencia
Sintiendo tu voz
Aunque esté muy lejos
En cualquier momento
Que te me aparezcas
Podría abrazarte
Dormirte en mi pecho
Y por más que quieras
No dejarte ir
En cualquier momento
Si te me apareces
Podría evitar
Reírme de más
O gritarte fuerte
Un¨ te amo¨ sordo
Hasta que algún dia
Ya sin darte cuenta
Me digas te quiero
Así, sin pensar

martes, 14 de agosto de 2018

El animaforme



Sabía que, por más que corriera, nunca iba a dejar de sentir su sombra, detrás. Su aliento casi rozaba su nariz y podía sentir, si se concentraba bien, su corazón palpitando, a más de 500 latidos por minuto.  Quizás no era solo su corazón, sino una mezcla de los latidos del suyo propio, que casi se le quería salir de esa coraza que lo protege, esa que otros llamaron pecho.

Corría lo más que podía, y, aún así, sentía esos grandes ojos penetrantes, cerca, tan cerca que casi la hacían tropezar. Quizás tropezaba sobre sus propios pasos, sus alocados pasos que ni daban tiempo a que su mente coordinara con cada músculo de sus pies.

Sus ojos no miraban más que el camino, que parecía monótono  y a la vez sin sentido, pues, además de no tener fin, dibujaba una y otra vez el mismo recorrido, sobre y más allá del horizonte.

Era un camino lineal, solo interrumpido por pequeñas piedras, que en ocasiones parecían fundirse, como un todo, con una u otra parte de sus piernas y pies. A veces se quedaban estáticas, como debía pasar con todo lo inerte, mas, a veces, parecían moverse para abrirle paso.

Eso era extraño, cada cosa que pasaba era extraña. Incluso estar corriendo era extraño, pues a pesar de haber mirado de reojo varias veces, no había podido definir una figura que diera forma a ese ente raro y desorbitante, que, llena de pánico, la hacía correr desenfrenadamente.

¿Cuántos kilómetros había recorrido? ¿Dónde empezó la huída? ¿De qué y por qué estaba huyendo? Eran preguntas que le venían como ráfagas a la mente, sin poder contestar a ninguna de ellas. Solo atinaba a seguir, causa de una inercia inexplicable, los veloces pasos que ya hacían doler enormemente sus pies.

El corazón seguía a trote y la respiración parecía no suplir las necesidades de oxígeno de su cuerpo.

Miles de flashes luminosos rodeaban su campo visual, no sabía la causa, o si se trataban sólo de su poco nivel de oxígeno o su ya elevado pavor mental, pero formaban parte del paisaje.

Y si podían formar parte del contorno, pues serían igual de raras e inconcebibles, que aquellas piedras que se movían para abrirle paso.

Claro que pensó que era su imaginación, su mente que, alterada y obnubilada por tanta energía perdida, ya empezaba a crear alucinaciones visuales. Pero eran tan reales, se veía, ciertamente, tan real todo; espeluznante, pero real.

¿Sería también una alucinación aquella sombra, ente, cosa, bestia, lo que fuera, que la perseguía desde no recuerda cuanto tiempo?

Quizás era así, pero algo en su interior, el miedo que superaba la claridad de su mente, le repetía que siguiera corriendo. No podía correr el riesgo de confiar en su lucidez, la que le gritaba que aquello no era real; ese porciento de duda era todavía muy poco para detenerla.

Fue cuando tropezó contra una de esas rocas (la más grande que se había topado), que realmente se dio cuenta de donde estaba.

Solo un instante tuvo, para mirar a su alrededor, su corazón y su mente funcionaban 100 veces más rápido que lo normal, pues aún sentía la presencia cercana de aquella figura extraña. Pero ese único instante le bastó, para absorber con sus ojos, aquel extraño espectáculo.

Era algo mágico (si con una sola palabra se tuviese que describir) pero a la vez aterrador . No había suelo, no en verdad, sino algo gaseoso, que de alguna manera la sostenía. No se veía nada sólido debajo de ella, sólo la nada sostenía sus pies, y debajo, más “nada”.

Este sostén se mezclaba con el resto del entorno, semejando, como un todo, una ensarta de colores y formas, también de aspecto gaseoso, que de alguna manera formaban cada estructura a su alrededor.

Estos destellos de formas, de colores y luz, se mezclaban a sus lados, y también hacia arriba, donde debía haber un cielo. Mas no era cielo lo que había, sino la misma mezcla multicolor que formaba figuras parecidas a nubes, cuyas colas se hacían delgadas y bajaban, y se unían con aquellas formas parecida a árboles, que a su vez terminaban en lo que sostenía todo aquello que debía ser el suelo.

Así se veían rocas, algunas con colores claros y bellos, y otras no tan bonitas y fascinantes. Así se veían plantas, flores y quizás también pequeños animalejos, no animales, no, animalejos era la idea en su mente, de aquellas estructuras parecidas a animales. Y así eran también las plantas, que no eran en verdad plantas, y las rocas y las flores, que no eran en verdad plantas, ni rocas, ni flores, sino algo que se les parecía.

Por un momento le dio la sensación de estar dentro de una pintura de acuarela, sí, como aquella pintura de acuarela que estaba en la sala de casa de su abuela, aquella que siempre observaba, por largo rato, en cada visita de los domingos.

Pero no había entes extraños en casa de su abuela, ni allí tampoco. En ese solo instante, que le bastó para observar todo aquello, no había nada más, nada que pudiera ver, nada de lo que escapar y correr. A pesar de ello, de alguna manera, lo sentía, lo sentía respirar cerca de ella. Era más que respiración , era un vaho mezclado con miedo, como si de ese aliento saliera una música espantosa, de aquellas que sólo se oyen en las bandas sonoras de las películas de terror.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que todos los sentidos se mezclaban ahí. Podía escuchar el aliento tenebroso y sentir en la piel la mirada de unos ojos amarillos. ¿Por qué amarillos?; no sabría decir. No los veía, no veía en verdad ningún color, no veía ninguna presencia en verdad, pero podía sentir el color amarillo de aquellos ojos penetrantes.

Estaba muerta de miedo y de asombro; de miedo, porque, de alguna manera, sentía la presencia de esa bestia, con los pocos detalles que la hacían ser eso, una bestia, esos detalles que provenían no del sentido de la vista, sino de una mezcla de sensaciones que ya no sabía si eran visuales,  auditivas o táctiles; de asombro, porque era demasiado anormal y nuevo todo aquello.

Era como el mundo de Alicia, la del País de las Maravillas, con la presencia del Lobo Feroz. Solo que no era realmente el País de las Maravillas, sino algo más abstracto (aunque esto pareciese casi imposible) y realmente, no era un Lobo Feroz, sino “algo” que daba más miedo, mucho más, porque no sabía que era.

Entonces tocó la roca, o al menos pudo sentirla con sus dedos, pues en verdad no era roca, sino la misma estructura gaseosa multicolor. Era grande. Se elevaba ante ella, casi bloqueándole el paso por completo.  Fue por eso que cayó, fue por eso que se detuvo su carrera. Aquella estructura colosal no podía hacer otra cosa que obstruir completamente su camino.

Estaba ahí, tendida sobre ese algo, con la mano puesta sobre aquella forma rocosa sin material rocoso. Miró por un momento su mano y vio que ésta no solo pudo traspasar totalmente  hacia el interior de la estructura, sino que permitió que tras ella cayera todo su cuerpo, como si se hubiera desvanecido lo que la sostenía. Su cara tocó lo que parecía suelo y la oyó golpear contra aquello, aunque realmente no sintió nada, nada en verdad. Era una sensación auditiva la que le transmitía la capacidad de notar que su cara había tocado ese suelo. Seguía, una y otra vez, la misma combinación extraña de vías aferentes , tan distintas a las normales.

Fue en ese momento que reaccionó. Se paró sobre sus dos pies y, como si hubiese recibido un impulso eléctrico, continuó corriendo, quizás 10 veces más rápido que al inicio.

Sentía cerca, más cerca aquella presencia. Todo a su alrededor se volvió oscuro. No veía los colores, sino que los sentía, los sentía volverse cada vez más opacos y lúgubres. Los sentía  como un escalofrío en la piel, volverse oscuros. Ya no quedaban más que tonos grises y marrones. Se le mezclaban en el aire y se metían, en cada inspiración que era  capaz de realizar, casi cada milésima de segundo, hasta cada célula de su cuerpo.

Todo se puso más y más oscuro y pudo ver, realmente ver, por primera vez, el armazón de algo enorme ante ella.

Era una combinación de materia gaseosa y sólida. La forma de un cuerpo,  donde los contornos al filo de la piel, o aquello que lo recubría, salían flotando, en forma de nubes de vapor o gas. Era humanoide, por las partes en que estaba dividido su cuerpo, mas demasiado grande y grotesco para ser algo antes visto o conocido.

Podía ver su cabeza, con un pequeño halo que le sobresalía, como un fuego fatuo, por encima, pero muy pegada a ella. Sus ojos eran amarillos, amarillo fosforescente y profundos, tan profundos como un abismo.

No podía ver su boca, más oía (esta vez sí oía, realmente oía), un sonido que provenía del interior, como los sonidos que emiten las personas al hablar. Sí, era un lenguaje, mas no salía por la boca. De alguna manera lo oía y las palabras salían por algún otro lado; casi podría jurar que salían de todo el cuerpo, como un eco que rebotaba alrededor de todo el entorno, hasta entrar justo en su mismo oído, donde pudiese realmente escuchar.

El cuerpo era de una forma extraña en verdad, pero de entre toda esa estructura, se podían diferenciar cinco extremidades.

De alguna forma, esa figura humanoide, bestial, animalesca, por primera vez presentada ante ella, la hizo caer en un desierto mental.

No sentía ya más temor. Todo su cuerpo se relajó al extremo, y su mente se sentía más tranquila que nunca. Sentía su cuerpo como flotando, como si no existiese la gravedad que, hace unos segundos, la hacía correr sobre aquel extraño suelo.

Todo, por un momento, quedó blanco ante sus ojos. Todas aquellas formas extrañas desaparecieron de su alrededor;  todos los colores, los destellos gaseosos, todo desapareció. Quedó solo un inmenso e infinito vacío blanco, donde sólo veía a aquel ser que acababa de aparecer ante ella.

Y entonces todo volvió a cambiar. Blanco se tornó todo y gris de nuevo, y más y más oscuro otra vez. El animal humanoide se expandió como una gran masa, que se acercó velozmente a su cara.

Se oyó un grito que la hizo gritar también, de dolor. Sintió sus oídos sangrar, o al menos, de ellos, salir un líquido tan caliente y burbujeante como la sangre fresca.

Todos los sentidos volvieron a transmutarse. De nuevo, no podía oír, sino sentir los sonidos, no podía ver, sino oír las imágenes cambiar una y otra vez; y la imagen de aquella “bestia” le rodeó todo el cuerpo. Penetró en su cuerpo, chocando antes contra él, tan fuertemente que la hizo caer.

Y cayó, cayó hacia un abismo que era como un túnel, como un inmenso túnel de luces que iban a una velocidad mayor que cualquier cosa existente en el universo.

Mientras caía, veía a aquel animal salir de su cuerpo, como si ya ni tuviese nada que hacer allí, o como si ya lo hubiese hecho. El animal se elevó y se quedó flotando en la boca del túnel, mientras ella caía hacia abajo; cada vez más y más abajo.

Sintió miedo nuevamente, su corazón volvió a acelerarse y su respiración volvió a precipitarse.

Estaba de espaldas a aquel vacío y el animaforme (que fue el nombre que le vino a la mente para nombrarlo, como si alguien se lo hubiese enseñado), se quedaba más y más lejos.

Sintió otro sonido, mezclado con aquellas palabras extrañas que salían del animaforme, y por primera vez, vio una boca abrirse en su cara.

Se oyó un grito, nuevamente un grito de dolor, que oyó claramente salir de la garganta de aquel ser.

Cayeron dos gotas de los ojos, de aquellos ojos amarillos, hacia los de ella, y al sentirlas, frías, casi congeladas, tocar su piel, todo desapareció.

En ese momento despertó. Estaba completamente empapada de sudor. De sus ojos corrían dos lágrimas, solo dos lágrimas que se sentían pegadas a su piel. Se llevó las manos hacia su rostro y sintió dos pedazos de hielo; eran lágrimas convertidas en hielo, dos trozos de escarcha pegados en sus mejillas, casi a punto de volverse parte de ellas.

 Sintió un súbito susto del que, por un instante, no encontraba razón. De pronto lo entendió, estaba en su cuarto, todo parecía normal, mas no lo estaba.

Ella no era normal, su respiración no era normal, incluso se sentía con otra forma y cuerpo. Miró sus manos, sus pies, pero todo estaba bien, no había nada diferente en ellos. Se tocó desesperada la cara, el pelo, no había nada diferente, pero se sentía diferente, todo se sentía diferente.

Al mirar  su alrededor, vio en su cuarto, todo tal cual lo recordaba; cada mueble en el mismo sitio, cada cosa del mismo modo y color.

Sólo notó esas lágrimas, pegadas a su cara, secas y frías, como dos pedazos gruesos de hielo, que no se despegaban por más que tratara.

En ese momento no recordó nada más, pero esas lágrimas y esa extraña sensación de susto en su interior, le avisaban sobre algo diferente.

Se paró de un sólo movimiento, incorporándose de la cama y fue rápidamente a mirarse en el espejo, que estaba justo al lado de su cama. Era un espejo grande, donde podía ver todo su cuerpo.

A pesar de que los movimientos fueron muy rápidos, sintió la angustia y la duda, mientras se acercaba a él.

Se paró frente a él y se vio, su corazón se precipitó y su susto, su miedo, se convirtieron en puro terror.

No era ella la que estaba allí, no era su imagen frente al espejo, era la propia bestia, el animaforme, su propio reflejo.






lunes, 13 de agosto de 2018

Dos mujeres, un reflejo

En el momento en que miró  a “aquella mujer”, recordó todo lo que había sufrido por su causa.

Quizás no debía culparla por lo sucedido, pero era su imagen la que venía a su mente cada vez que recordaba el momento más bochornoso de su vida.

Cuando la encontró con él, ese que una vez fue el amor de su vida, quiso que la tierra se volviera un hoyo negro, y que su cuerpo fuera tragado o trasladado a otra galaxia; todo con tal de no estar presente. Sintió que el pecho se le comprimía y apenas podía respirar. Un nudo en la garganta le impedía usar ni siquiera una palabra, o un sonido, aunque fuese gutural.

Sólo fue capaz de hacer brotar por sus mejillas, una lágrima, tan espesa como el mismo mar. Sus ojos no veían nada de tanto llanto acumulado en tan solo unos segundos, haciendo correr esa lágrima, gruesa como una ola, con la fluidez de un río, hasta su barbilla, y de ahí, precipitadamente hasta sus pies.

Ni siquiera el frío de esa lágrima en los dedos ventilados por sus sandalias, la sacó de aquel trance mental que había provocado aquella imagen.

Aquella mujer, toda ella, con su cuerpo desnudo cabalgando sobre su esposo, fue la imagen que se convirtió en la idea fija, que aún 5 años después, y ya estando divorciada, le exprimía la mente.

Incluso en los días más alegres, le venía el recuerdo, como una obsesión inevitable repleta de dolor y pena.

El momento en que dejó esa habitación, la de su propia casa, con ellos dos sorprendidos de aquella captura infraganti, fue el inicio del fin de su vida.

Muchos fueron los intentos de él por terminar la relación en buenos términos. Pero después de aquella charla en la que le dejó claro que no la quería más, sino a “aquella mujer”, y tras haber vivido aquella escena que solo creía que vería en un drama, de los peores, no habían buenos términos para aquella ruptura.

Sabía que no era lógico que la odiara a ella más que a él, pero la mente femenina es así.  Nunca había creído en eso de enfocar a cada género en los estigmas de las diferencias que, con el paso del tiempo, los habían caracterizado independientemente; pero esta vez la biología le jugó la mala pasada de la huella de la historia en la humanidad.

A pesar de todo, ese sufrimiento le sirvió de algo, le sirvió para ser más fuerte. Y sí que lo tuvo que ser cuando, sólo 6 meses después, le sobrevino lo peor que había vivido hasta sus cortos 36 años.

Aquella agonía del desengaño fue brutal sin dudas, le dejó el alma agrietada de por vida. Pero aquella situación no fue remotamente cercana a lo que sufrió después, cuando le diagnosticaron Cáncer de Mama.

Algo que solo había leído en libros y, por pura curiosidad, se había convertido en la tela negra que cubría su vida, aún 4 años después de, gracias a la vida, rebasarlo totalmente.

Haber tenido el apoyo de su familia no fue suficiente para apagar la tristeza que acompañó la situación, aunque sí fue la clave indispensable para salir con el juicio sano, de aquel momento lúgubre, que aún después de tanto tiempo parecía reciente.

Cada vez que iba a las consultas de seguimiento y control, sentía aquella opresión en el pecho, la verdadera angustia por la remota posibilidad de una recidiva.

Aún conociendo todo el protocolo, no podía evitar que todo su sistema nervioso se disparara y la sumiera en un estado de alarma y excitación, que sólo terminaba cuando el Dr. decía: “todo está  bien, nos vemos en 6 meses”.

Y ese era justo el momento que acababa de terminar, aquel en el que, cada vez, respiraba profundamente de alivio, al irse la desesperación, y cruzar al fin la puerta de salida, con la alegría devuelta al cuerpo.

Por eso, aún viendo a “aquella mujer” justo frente a ella, no pudo más que tomar su mano y apretarla fuertemente contra su pecho, acariciar su mejilla y decirle: Todo estará bien.

Todo el odio del mundo no fue suficiente para borrar aquella opresión, al oír el llamado de la sala de “Cuidados Paliativos”, adonde se dirigió “aquella mujer”, justo antes de reconocerla y hacer caer dos lágrimas, justo sobre sus pies.




domingo, 12 de agosto de 2018

La herencia (Como en los libros y revistas)


Cuando le dijeron que había heredado aquel viñedo, fue como estar dentro de una novela. ¿Cómo era posible que fuese heredera de “cualquier cosa” fuera de su país? No podía negar sus raíces españolas y, de hecho , sabía que sus ancestros fueron, algún día, dueños de grandes viñedos allá en la “Madre Tierra”. Pero en verdad no sabía de la existencia de ninguna propiedad que, en la actualidad, tuviese relación genealógica con ella.

Cuando le llegó el email de la persona que le dio la extraña noticia, pensó que alguien le estaba jugando una mala pasada. Luego, con los consecutivos mensajes, se convenció de que se trataba de algo real.

Aunque aquella persona desvariaba a veces, o al menos eso parecía en algunos fragmentos de sus extensas cartas electrónicas, algo en su interior le decía que era real y ese algo la llamaba a sentirse cada vez más atraída por aquella historia.

Aquel señor le contó la historia de su familia, y la relación que tuvo con la de ella, a través de más de un siglo.

Le pareció extremadamente fantástica, pero en aquel momento catastrófico de su vida, un toque de fantasía no le venía nada mal.

Resulta que aquel anciano de 76 años, decía ser el último sobreviviente de una línea familiar de “guardianes viticultores”, y clamaba su presencia urgentemente, como si fuese un asunto de vida o muerte.

Al principio no entendía bien de que se trataba todo aquel asunto, pensó que aquel hombre estaba un poco chiflado realmente. Tuvo que investigar bastante, para cerciorarse de que aquella propiedad existía.

Nada podía perder en verdad, así que sé decidió a conocer a aquel hombre y aquella tierra que le llegó de regalo, en aquel momento no pensado de su vida.

Quizás era la emoción por ver aquella herencia, una nueva tierra, conocer  los detalles de esa fábula, a aquel hombre tan intrigante al que le urgía verla por razones estrambóticas, o la necesidad de huir de aquel momento penoso de su vida.

Así que voló hasta “España la bella”.

Por el camino iba pensando, más bien imaginando, que era lo que encontraría allá, si sería como se lo habían contado, como en los libros y revistas, como en las películas.

En esto y en otras cosas pensaba, como en su actual situación sentimental. Este viaje era la excusa perfecta para escapar de ella, para olvidar su pena.

No todo el mundo tiene la dicha de conocer a su media naranja, algunos mueren sin haberlo hecho, quizás las mayoría. Ese no era su caso, al menos eso creía. Pero ¿Qué es mejor,  conocerla y perderla o nunca haberla conocido? Cualquiera de las dos es igual de funesta, o así le parecía a ella.

¿Cómo podría adaptarse a la ausencia de su complemento, su otra mitad, después de haberlo encontrado y amado por tanto tiempo?

10 años es mucho, bastante para una historia de amor. Y esa sí que fue una bonita historia, hasta que terminó. Por una causa que aún después de 6 meses no podía entender, él se había marchado, así, como si nada de lo que hubiesen vivido importara, “de la noche a la mañana”. La dejó, con todo ese amor inmenso que no era capaz de soltar y todo ese dolor que le era imposible  tolerar.

Solo una nota de despedida, incomprensible, dejó aquel vasto amor. “No eres tú, soy yo, se me acaba el tiempo. Volveremos a vernos”, fue la oración que figuraba en el papel que aún guardaba, de aquel que fuera su “verdadero amor”.

¿Qué tenía que entender? ¿A qué tiempo se refería? ¿Al tiempo que había pasado con ella? ¿Al tiempo que veía malgastado en una relación que nunca representó para él, lo mismo que para ella?

“No eres tú, soy yo”, es el cliché más famoso de aquellos que se apartan por cobardía, falta de sentimientos o desinterés.

El "volveremos a vernos” no tenía el más mínimo sentido y le parecía aún más cínico y cruel.

No podía creer que todo lo vivido hubiese sido fingido, pero al parecer estaba tan ciega que no podía ver que fue la protagonista de la mayor escena de amor simulado.

Todo eso iba pensando y, aunque no lloraba (quizás porque ya no tenía más lágrimas que verter), sentía, igual que cada vez que le llegaba aquel recuerdo, una presión enorme en el pecho, expresión de la profunda amargura y angustia acumuladas.

 Sin darse cuenta, intrincada en sus pensamientos, el avión aterrizó. Se percató de que había llegado a su destino, Andalucía.

El viaje hacia la finca era de unos cuantos kilómetros, que debía recorrer en tren y luego en autobús, suficiente plataforma para perforar aún más sus pensamientos. Es que por alguna razón que no comprendía, aquella tierra le exprimía más el corazón, y no le dejaba desprender las ideas recurrentes de aquella pérdida fatal.

Al llegar a la finca sintió tristeza, o quizás una sensación de pena, esta vez no por su propio pesar,  sino por la escena que cubría su alrededor. El paisaje no se parecía a lo que tenía impregnado en la mente. Aquella idea de campos frondosos de viñedos despampanantes, ese paisaje rojo vino que había visto en libros y revistas, no era nada parecido a la desolación que veían sus ojos en estos momentos.

Estaba todo desierto y vacío, sólo 2 o 3 arbustos decoraban la casa principal y uno que otro perrito azorado, que andaba de un lado al otro por la gran plazoleta de en frente.

No tuvo que llegar al pórtico. Un hombre viejo, canoso, de algunos 70 años, se aproximó, caminando con dificultad, hacia ella.

Como tardó aproximadamente 2 minutos en recorrer los 5 metros de distancia que había entre ambos, tuvo tiempo de detallar sus rasgos gruesos.

Detrás de las canas y la barba , también canosa, que cubría casi todo su rostro, se asomaba una mirada cansada pero profunda, generosa podría decir, una que, aun extraña, parecía enormemente familiar.

Una botella de Jerez fue el recibimiento de aquel viejo que, más que recelo, le provocaba una intriga y cierto cariño inconcebible.

- Solo necesito que lo pruebes-dijo.

Eso fue suficiente para que, con el suave toque de aquel mosto exquisitamente procesado, sus papilas emitieran miles de estímulos a su cerebro.

Sus neuronas se activaron de una forma nunca antes concebida. Flechas de pensamientos iban y venían de un lado a otro de su mente. Sintió una punzada, que fue desde el centro de su cerebro, hasta su vientre. Abrió los ojos casi hacia afuera de las órbitas.

Al abrirlos, ya nada de lo que había visto estaba frente a ella; la realidad había cambiado.

No estaba frente a ella aquel viejo (fue lo primero de lo que pudo percatarse). Todo estaba medio borroso. Sintió un ligero vértigo, como si se moviera el piso, aunque no lo veía moverse.

Los colores, formas, contornos, se fueron haciendo más detallados cada vez. Hasta que pudo ver, al fin, que todo a su alrededor había cambiado. La casa era la misma, pero diferente, más nueva, más colorida.

Dio una vuelta de 360 grados sobre sus pies, y vio todo verde, lleno de plantas, arbustos repletos de hojas, flores. Respiró un aire puro y medio dulce y fue cuando a lo lejos, vio el campo, lleno a más no poder de viñedos, cuyo color púrpura casi coloreaba el cielo.

Una sensación extraña le inundó el cuerpo. Era algo confuso y delicioso a la vez. Podía sentir en su paladar, el sabor de las uvas, de todas las diferentes variedades, y pudo diferenciarlas, sin haber aprendido nunca nada sobre ello.

Pudo sentir la tierra en su piel, la sensación del agua entrando por sus poros y un proceso metabólico que sólo podía describir como “fantástico”.

Al inicio no supo que era, hasta segundos después, cuando vio la plaga de filoxeras llegar.

¿Cómo sabía ese nombre, “filoxera”? ¿Cómo sabía su significado? Y ¿Cómo sintió temor con su llegada, sin recordar haber adquirido conocimientos previos sobre la existencia de ese insecto? No era comprensible, pero era real.

Un momento después, sintió sus  mordiscos, horadándole la piel. Se empezó a dar palmadas en el cuerpo, que se convirtieron en golpes, tratando de quitarse algo de encima, aquellos insectos que sentía que le comían el cuerpo a mordidas. Se sacudía y corría de un lado a otro y no veía nada. Creyó que se estaba volviendo loca, pues sentía ese dolor en la piel y hasta en sus órganos internos, y no veía nada.

Sentía que su cuerpo se iba carcomiendo y deteriorando y sin fuerza, se desvaneció hacia el suelo. Ahí tendida, agonizando, no pudo más que pensar en aquel viejo y maldecir el momento en el que decidió salir de su tierra para venir a este sin sentido que la llevaba poco a poco a la muerte.

Ahí tendida, pudo voltear la cabeza a un lado y ver, a lo lejos, todo el viñedo, cubierto de plaga, esa que también la estaba matando. Sentía un dolor profundo, gritos que venían de allá a lo lejos, y de todo su alrededor.  No veía a nadie, y sin embargo, sentía los lamentos con extrema potencia.

Aún no podía ver nada agrediéndola y pensó que la locura finalmente se había apoderado de ella, o que estaba soñando la peor de sus pesadillas. ¡Pero todo se sentía tan real!

Casi a punto de perder el aliento, ese último que quita finalmente la vida, pudo entender que el viñedo, todo el campo de vid, no era más que ella misma.  De alguna manera estaba conectada a aquellas parcelas, y sentía su pesar en carne propia.

Vio aparecerse a lo lejos, a aquel hombre extraño, mas conocido al mismo tiempo, como si lo hubiese visto antes, en alguna parte.

Él se aproximó presuroso y la tomó en sus brazos.

A lo lejos se oyó una explosión y tembló el suelo. Al mismo tiempo, emergió de la tierra un inmenso volcán. Erupcionó y provocó un mar de lava que fue hacia el cielo y, sin quemar absolutamente nada, quedó flotando justo sobre ellos.

Inmediatamente cayó una lluvia, una abundante lluvia de cenizas, que inundó todo el campo sembrado.

Sintió que su cuerpo se cubría de un traje gris, polvoriento, y su dolor se iba mitigando poco a poco.

Al ver el valle cubierto de aquella ceniza, entendió que aquel hombre le había regresado la vida, aquella que estaba ligada a los propios viñedos.

Mientras recuperaba su aliento, su respiración, su ritmo cardíaco normal, notó que aquel hombre se iba quedando sin vida.

Solo un instante después, la soltó, de un sobresalto que casi le provocó caer al suelo, para inmediatamente desplomarse él mismo sobre la tierra cubierta de cenizas.

Su cuerpo se deterioró rápidamente, pasando de hilachas de carne, a hueso y de ahí a cenizas, hasta mezclarse con las propias cenizas del suelo.

Por alguna razón, esto le electrocutó  el corazón. Un grito mudo salió de su garganta, al mismo tiempo que sus manos tocaron el suelo, aproximando su frente a ellas, que ya estaban empapadas de aquellas cenizas.

Se llenó de cenizas la cara, de aquellas cenizas que habían sido el cuerpo del hombre que le había salvado la vida. Se restregó esos restos por los labios y el vestido, que comenzó a desgarrar, al mismo tiempo que se embarraba los brazos, las piernas y todo el cuerpo, hasta las partes más íntimas.

Y recordó quien era él, o quien había sido para ella. Lloró un mar de lágrimas mientras su pecho explotaba de dolor y su corazón se rasgaba con cada latido. Se quedó tendida en el suelo, entre los despojos polvorientos de ese que acababa de extinguirse.

De pronto sintió una paz enorme, que casi parecía una especie de vacío en el ambiente.

Abrió los ojos  y lo vio. Ahí. estaba. Su amor perdido, como por arte de magia, estaba frente a ella. Le extendió la mano y la haló hacia arriba, la levantó del suelo y la llevó hacia él.

Ella no podía creer lo que veía, ni lo que supo en ese mismo instante , por un pensamiento acelerado que llegó a su mente.

Era el mismo viejo, aquel septuagésimo señor,  pero con el rostro de su amante.

-¿Comprendes ahora? Nunca te dejé, sólo te estaba esperando- le dijo mientras le acarició la mejilla.

Vio que el paisaje había cambiado. Todo se tornó como en aquel trance, antes de la plaga; bonito, esplendoroso.

Él le tomó la mano y la llevó hacia la casa.

En el corto camino, detalló los viñedos, que estaban esbeltos y radiantes de vida, coloreando todo de rojo, como en los libros y revistas.

Se sintió más viva que nunca y sintió, nuevamente, agua correr, por sus extremidades  y todo su  cuerpo, sumergido de nuevo en aquel veloz proceso metabólico, que recordó al instante.

Su cuerpo estaba realmente ligado a esos viñedos; su cuerpo era esos viñedos. No había sido sólo un trance, sino parte de la realidad, una nueva realidad que empezaba a gustarle.

Lo vio a él, llevándola de la mano, mirándola, sonriendo de amor y felicidad y recordó la frase escrita en una de las tantas cartas del viejo: “guardianes viticultores”. Entendió al fin, que él era el guardián, y ella no era más que la misma tierra. Entendió que debían estar unidos, que estaban destinados a estar unidos para siempre, y que él había sido siempre su mitad, no perdida, sino solo sacrificada por un bien mayor. Entendió que ellos y sólo ellos, eran los responsables de esa tierra, los padres, los que le darían vida eterna; ella, su alma y él, su guardián.




Cerró el libro y miró hacia lo lejos, hacia los campos de vid entre los que había nacido, crecido. Respiró hondo y profundamente, hasta sentir el sabor de la uva en sus pulmones, aunque esto fuese fisiológicamente imposible.

 Miró hacia el cielo y dio gracias a sus ancestros, que le permitieron formar parte de la línea de vida que mantendría, para siempre vivo, aquel hermoso campo, como en los libros y revistas.


































































sábado, 11 de agosto de 2018

Los hijos

Había tenido 2 hijos, pero no se llevaban bien. Ya no sabía que hacer con ellos. Una noche enloqueció y los mató a los dos. Cuando estaba enterrando sus cuerpos, vio a dos lobos, a lo lejos, aullar. La tierra tembló y, el árbol que estaba a su lado, le cayó encima, enterrándola, justo al lado de los dos cuerpos.

viernes, 10 de agosto de 2018

La sonrisa perdida

Cuando dormía, todo cambiaba. Todos pensaban que sólo reposaba, pero en verdad, se transportaba a otro mundo. En aquel mundo, no había más que sonrisas, que volaban más allá de las caras de la gente. Al regresar la mañana, volvía a vivir misma tortura que soportaba ya por 500 años, en aquel frío calabozo de la Isla de las Calaveras.

jueves, 9 de agosto de 2018

El veneno del corazón

La mujer estaba parada en la habitación, justo delante de su esposo, viendo su respiración. Recordó todo lo que había sufrido a su lado. Cuando el hombre despertó, vio mucha sangre a su alrededor. La mujer yacía a su lado, muerta, con un pedazo de carne en la boca. Al mirar hacia su propio pecho, lo encontró vacío. Le habían arrancado el corazón.



miércoles, 8 de agosto de 2018

La canción mágica

Era la canción más bonita del mundo. Estaba en una bola de cristal. Retumbaba en las paredes y las hacía vibrar. Un día la niña levantó la tapa de la bola. De pronto, todos empezaron a llorar, hacía tiempo que no sentían una lágrima en su rostro. La niña jamás pudo volver a llorar.


martes, 7 de agosto de 2018

La canción no es del mago

Oía la misma canción todos los días, aunque no podía comprenderla; nada sabía del idioma de los magos.  Aquella melodía le recordaba su niñez, cuando aún no había guerras en el mundo y la gente aún cantaba. Todos decían que los magos se habían extinguido, pero él seguía oyendo la misma canción. En el salón principal del Castillo de Magia, un mago de apenas 8 años, tocaba la misma melodía, cada día, pensando que nadie la oiría.

lunes, 6 de agosto de 2018

Mi único pecado


Como puedes pedir, amor
Que yo te quiera
Si no te quieres a ti mismo
Y sientes pena
De contarme algún error que cometiste
Y prefieres ocultármelo sin más
Como puedes querer, amor
Que no te hiera
Diciéndote las cosas que haces mal
Si cada vez que suelo equivocarme
Tú conviertes la calma en temporal
Como puedes  clamar, amor
Por mi consuelo
Si he llorado tantas noches por tu ausencia
Pidiéndole a los cielos tu presencia
Aun habiendo tenido un desacuerdo
Y ahora amor, pregunto como puedes
Gritar por mi partida, reclamando
Que yo soy la culpable de tu llanto
Cuando es mi único pecado amarte tanto

El recolector de vidas


Se dedicaba a recolectar vidas, pero sólo podía vivir una. Tenía que escoger con cuál de ellas se quedaría. Las tenía encerradas en un saco, por si alguna se escapaba y se perdía. Les hizo pasar una prueba a todas, para ver quien de ellas era la más apta para él. Las que iba descartando, iban,  apagadas, al Pozo de los Sueños. La última, la ganadora, lo miró, le sonrió y salió volando.

domingo, 5 de agosto de 2018

Oportuno final


Pensé que me querías
De la forma más pura
De esa forma bonita
Que solía soñar
Como si fuese mágico
Como un cuento de hadas
Como principio siempre
Y nunca más final
Como si fuera yo
La única por siempre
Como si la pasión
Nunca fuera a acabar
Más tarde desperté
De aquel sueño rosado
Encontrándome justo
Con el color real
No borraría nada
De lo que ahora siento
Aunque ya sé que nunca
Me podré perdonar
No haber puesto mi mente
Y mis pies en la tierra
Ni haber puesto a mis sueños
Oportuno final
Si no hubiese pensado
Mi amor, que me querías
No dolería tanto
Ver sangrar cada día
La herida que me dice
Que jamás me amarás

El trabajo del taxista

Iba manejando, como cada día, durante los 365 días del año, por, al menos, 12 horas. Había una clienta en la parte de atrás de su taxi. Ella iba revisando su celular, sin prestar atención a nada más. Sólo un segundo bastó para que sus párpados se cerraran. Al abrir los ojos, todo parecía transcurrir igual que siempre, mas no había ya nadie en el asiento trasero. Nunca pudo saber que había sucedido, no con exactitud. A partir de ese momento, su trabajo sería conducir a todas las almas perdidas, hacia las puertas del paraíso.

sábado, 4 de agosto de 2018

Alma sin vida

Eran las 9:00pm y ya casi cuadraba la caja para cerrar la tienda. Sentía que algo le faltaba, pero no se daba cuenta de qué. Terminó de contar el dinero y apagó todas las luces, no sin antes revisar que todo estuviese en orden. La calle estaba llena de gente.  Revisó sus bolsillo para ver si se llevaba consigo todas sus pertenencias. Todo estaba en su lugar, mas seguía sintiendo que algo le faltaba. Cerró la puerta y, al dar el primer paso hacia la calle, vio a una mujer que le traspasó el cuerpo. Se había convertido en fantasma. Era eso, la vida, lo que le faltaba.


Para casarse con el vampiro

En aquel entonces, la raza humana convivía con los seres sobrenaturales. De hecho, eran los vampiros los Reyes de esa tierra. El nuevo rey se enamoró de una humana, pero sólo aquel humano que pasara la prueba de sacrificio, podría sentarse en el trono, junto a él. Ella estaba muy enamorada y lo aceptó. Tomó la pócima que la llevó a retroceder en el tiempo y reencarnar en la primera de sus esposas. Vivió su vida como si fuera la suya propia. Cuando volvió, le cortó la cabeza y bebió su sangre tal y como aquella se lo pidió.

viernes, 3 de agosto de 2018

El duende y el ogro


El duende miró al ogro, que estaba parado, imponente, delante de él. Con su canastica de raíces, parecía una pequeña ardilla al lado de aquel ser monumental. El ogro lo miró con ojos rojos y arrugados, la boca abierta y una mueca de terror en la boca. El pequeño duende se echó para atrás y se agachó, dejando caer su canasta. Cerró fuerte los ojos y apretó su cara contra sus rodillas. Sintió un temblor en la tierra. Cuando abrió los ojos, vio al otro tumbado en el suelo. De su boca abierta y muerta, salía una espuma amarillosa. No quedaba ni una porción de las raíces que había recogido.