domingo, 12 de agosto de 2018

La herencia (Como en los libros y revistas)


Cuando le dijeron que había heredado aquel viñedo, fue como estar dentro de una novela. ¿Cómo era posible que fuese heredera de “cualquier cosa” fuera de su país? No podía negar sus raíces españolas y, de hecho , sabía que sus ancestros fueron, algún día, dueños de grandes viñedos allá en la “Madre Tierra”. Pero en verdad no sabía de la existencia de ninguna propiedad que, en la actualidad, tuviese relación genealógica con ella.

Cuando le llegó el email de la persona que le dio la extraña noticia, pensó que alguien le estaba jugando una mala pasada. Luego, con los consecutivos mensajes, se convenció de que se trataba de algo real.

Aunque aquella persona desvariaba a veces, o al menos eso parecía en algunos fragmentos de sus extensas cartas electrónicas, algo en su interior le decía que era real y ese algo la llamaba a sentirse cada vez más atraída por aquella historia.

Aquel señor le contó la historia de su familia, y la relación que tuvo con la de ella, a través de más de un siglo.

Le pareció extremadamente fantástica, pero en aquel momento catastrófico de su vida, un toque de fantasía no le venía nada mal.

Resulta que aquel anciano de 76 años, decía ser el último sobreviviente de una línea familiar de “guardianes viticultores”, y clamaba su presencia urgentemente, como si fuese un asunto de vida o muerte.

Al principio no entendía bien de que se trataba todo aquel asunto, pensó que aquel hombre estaba un poco chiflado realmente. Tuvo que investigar bastante, para cerciorarse de que aquella propiedad existía.

Nada podía perder en verdad, así que sé decidió a conocer a aquel hombre y aquella tierra que le llegó de regalo, en aquel momento no pensado de su vida.

Quizás era la emoción por ver aquella herencia, una nueva tierra, conocer  los detalles de esa fábula, a aquel hombre tan intrigante al que le urgía verla por razones estrambóticas, o la necesidad de huir de aquel momento penoso de su vida.

Así que voló hasta “España la bella”.

Por el camino iba pensando, más bien imaginando, que era lo que encontraría allá, si sería como se lo habían contado, como en los libros y revistas, como en las películas.

En esto y en otras cosas pensaba, como en su actual situación sentimental. Este viaje era la excusa perfecta para escapar de ella, para olvidar su pena.

No todo el mundo tiene la dicha de conocer a su media naranja, algunos mueren sin haberlo hecho, quizás las mayoría. Ese no era su caso, al menos eso creía. Pero ¿Qué es mejor,  conocerla y perderla o nunca haberla conocido? Cualquiera de las dos es igual de funesta, o así le parecía a ella.

¿Cómo podría adaptarse a la ausencia de su complemento, su otra mitad, después de haberlo encontrado y amado por tanto tiempo?

10 años es mucho, bastante para una historia de amor. Y esa sí que fue una bonita historia, hasta que terminó. Por una causa que aún después de 6 meses no podía entender, él se había marchado, así, como si nada de lo que hubiesen vivido importara, “de la noche a la mañana”. La dejó, con todo ese amor inmenso que no era capaz de soltar y todo ese dolor que le era imposible  tolerar.

Solo una nota de despedida, incomprensible, dejó aquel vasto amor. “No eres tú, soy yo, se me acaba el tiempo. Volveremos a vernos”, fue la oración que figuraba en el papel que aún guardaba, de aquel que fuera su “verdadero amor”.

¿Qué tenía que entender? ¿A qué tiempo se refería? ¿Al tiempo que había pasado con ella? ¿Al tiempo que veía malgastado en una relación que nunca representó para él, lo mismo que para ella?

“No eres tú, soy yo”, es el cliché más famoso de aquellos que se apartan por cobardía, falta de sentimientos o desinterés.

El "volveremos a vernos” no tenía el más mínimo sentido y le parecía aún más cínico y cruel.

No podía creer que todo lo vivido hubiese sido fingido, pero al parecer estaba tan ciega que no podía ver que fue la protagonista de la mayor escena de amor simulado.

Todo eso iba pensando y, aunque no lloraba (quizás porque ya no tenía más lágrimas que verter), sentía, igual que cada vez que le llegaba aquel recuerdo, una presión enorme en el pecho, expresión de la profunda amargura y angustia acumuladas.

 Sin darse cuenta, intrincada en sus pensamientos, el avión aterrizó. Se percató de que había llegado a su destino, Andalucía.

El viaje hacia la finca era de unos cuantos kilómetros, que debía recorrer en tren y luego en autobús, suficiente plataforma para perforar aún más sus pensamientos. Es que por alguna razón que no comprendía, aquella tierra le exprimía más el corazón, y no le dejaba desprender las ideas recurrentes de aquella pérdida fatal.

Al llegar a la finca sintió tristeza, o quizás una sensación de pena, esta vez no por su propio pesar,  sino por la escena que cubría su alrededor. El paisaje no se parecía a lo que tenía impregnado en la mente. Aquella idea de campos frondosos de viñedos despampanantes, ese paisaje rojo vino que había visto en libros y revistas, no era nada parecido a la desolación que veían sus ojos en estos momentos.

Estaba todo desierto y vacío, sólo 2 o 3 arbustos decoraban la casa principal y uno que otro perrito azorado, que andaba de un lado al otro por la gran plazoleta de en frente.

No tuvo que llegar al pórtico. Un hombre viejo, canoso, de algunos 70 años, se aproximó, caminando con dificultad, hacia ella.

Como tardó aproximadamente 2 minutos en recorrer los 5 metros de distancia que había entre ambos, tuvo tiempo de detallar sus rasgos gruesos.

Detrás de las canas y la barba , también canosa, que cubría casi todo su rostro, se asomaba una mirada cansada pero profunda, generosa podría decir, una que, aun extraña, parecía enormemente familiar.

Una botella de Jerez fue el recibimiento de aquel viejo que, más que recelo, le provocaba una intriga y cierto cariño inconcebible.

- Solo necesito que lo pruebes-dijo.

Eso fue suficiente para que, con el suave toque de aquel mosto exquisitamente procesado, sus papilas emitieran miles de estímulos a su cerebro.

Sus neuronas se activaron de una forma nunca antes concebida. Flechas de pensamientos iban y venían de un lado a otro de su mente. Sintió una punzada, que fue desde el centro de su cerebro, hasta su vientre. Abrió los ojos casi hacia afuera de las órbitas.

Al abrirlos, ya nada de lo que había visto estaba frente a ella; la realidad había cambiado.

No estaba frente a ella aquel viejo (fue lo primero de lo que pudo percatarse). Todo estaba medio borroso. Sintió un ligero vértigo, como si se moviera el piso, aunque no lo veía moverse.

Los colores, formas, contornos, se fueron haciendo más detallados cada vez. Hasta que pudo ver, al fin, que todo a su alrededor había cambiado. La casa era la misma, pero diferente, más nueva, más colorida.

Dio una vuelta de 360 grados sobre sus pies, y vio todo verde, lleno de plantas, arbustos repletos de hojas, flores. Respiró un aire puro y medio dulce y fue cuando a lo lejos, vio el campo, lleno a más no poder de viñedos, cuyo color púrpura casi coloreaba el cielo.

Una sensación extraña le inundó el cuerpo. Era algo confuso y delicioso a la vez. Podía sentir en su paladar, el sabor de las uvas, de todas las diferentes variedades, y pudo diferenciarlas, sin haber aprendido nunca nada sobre ello.

Pudo sentir la tierra en su piel, la sensación del agua entrando por sus poros y un proceso metabólico que sólo podía describir como “fantástico”.

Al inicio no supo que era, hasta segundos después, cuando vio la plaga de filoxeras llegar.

¿Cómo sabía ese nombre, “filoxera”? ¿Cómo sabía su significado? Y ¿Cómo sintió temor con su llegada, sin recordar haber adquirido conocimientos previos sobre la existencia de ese insecto? No era comprensible, pero era real.

Un momento después, sintió sus  mordiscos, horadándole la piel. Se empezó a dar palmadas en el cuerpo, que se convirtieron en golpes, tratando de quitarse algo de encima, aquellos insectos que sentía que le comían el cuerpo a mordidas. Se sacudía y corría de un lado a otro y no veía nada. Creyó que se estaba volviendo loca, pues sentía ese dolor en la piel y hasta en sus órganos internos, y no veía nada.

Sentía que su cuerpo se iba carcomiendo y deteriorando y sin fuerza, se desvaneció hacia el suelo. Ahí tendida, agonizando, no pudo más que pensar en aquel viejo y maldecir el momento en el que decidió salir de su tierra para venir a este sin sentido que la llevaba poco a poco a la muerte.

Ahí tendida, pudo voltear la cabeza a un lado y ver, a lo lejos, todo el viñedo, cubierto de plaga, esa que también la estaba matando. Sentía un dolor profundo, gritos que venían de allá a lo lejos, y de todo su alrededor.  No veía a nadie, y sin embargo, sentía los lamentos con extrema potencia.

Aún no podía ver nada agrediéndola y pensó que la locura finalmente se había apoderado de ella, o que estaba soñando la peor de sus pesadillas. ¡Pero todo se sentía tan real!

Casi a punto de perder el aliento, ese último que quita finalmente la vida, pudo entender que el viñedo, todo el campo de vid, no era más que ella misma.  De alguna manera estaba conectada a aquellas parcelas, y sentía su pesar en carne propia.

Vio aparecerse a lo lejos, a aquel hombre extraño, mas conocido al mismo tiempo, como si lo hubiese visto antes, en alguna parte.

Él se aproximó presuroso y la tomó en sus brazos.

A lo lejos se oyó una explosión y tembló el suelo. Al mismo tiempo, emergió de la tierra un inmenso volcán. Erupcionó y provocó un mar de lava que fue hacia el cielo y, sin quemar absolutamente nada, quedó flotando justo sobre ellos.

Inmediatamente cayó una lluvia, una abundante lluvia de cenizas, que inundó todo el campo sembrado.

Sintió que su cuerpo se cubría de un traje gris, polvoriento, y su dolor se iba mitigando poco a poco.

Al ver el valle cubierto de aquella ceniza, entendió que aquel hombre le había regresado la vida, aquella que estaba ligada a los propios viñedos.

Mientras recuperaba su aliento, su respiración, su ritmo cardíaco normal, notó que aquel hombre se iba quedando sin vida.

Solo un instante después, la soltó, de un sobresalto que casi le provocó caer al suelo, para inmediatamente desplomarse él mismo sobre la tierra cubierta de cenizas.

Su cuerpo se deterioró rápidamente, pasando de hilachas de carne, a hueso y de ahí a cenizas, hasta mezclarse con las propias cenizas del suelo.

Por alguna razón, esto le electrocutó  el corazón. Un grito mudo salió de su garganta, al mismo tiempo que sus manos tocaron el suelo, aproximando su frente a ellas, que ya estaban empapadas de aquellas cenizas.

Se llenó de cenizas la cara, de aquellas cenizas que habían sido el cuerpo del hombre que le había salvado la vida. Se restregó esos restos por los labios y el vestido, que comenzó a desgarrar, al mismo tiempo que se embarraba los brazos, las piernas y todo el cuerpo, hasta las partes más íntimas.

Y recordó quien era él, o quien había sido para ella. Lloró un mar de lágrimas mientras su pecho explotaba de dolor y su corazón se rasgaba con cada latido. Se quedó tendida en el suelo, entre los despojos polvorientos de ese que acababa de extinguirse.

De pronto sintió una paz enorme, que casi parecía una especie de vacío en el ambiente.

Abrió los ojos  y lo vio. Ahí. estaba. Su amor perdido, como por arte de magia, estaba frente a ella. Le extendió la mano y la haló hacia arriba, la levantó del suelo y la llevó hacia él.

Ella no podía creer lo que veía, ni lo que supo en ese mismo instante , por un pensamiento acelerado que llegó a su mente.

Era el mismo viejo, aquel septuagésimo señor,  pero con el rostro de su amante.

-¿Comprendes ahora? Nunca te dejé, sólo te estaba esperando- le dijo mientras le acarició la mejilla.

Vio que el paisaje había cambiado. Todo se tornó como en aquel trance, antes de la plaga; bonito, esplendoroso.

Él le tomó la mano y la llevó hacia la casa.

En el corto camino, detalló los viñedos, que estaban esbeltos y radiantes de vida, coloreando todo de rojo, como en los libros y revistas.

Se sintió más viva que nunca y sintió, nuevamente, agua correr, por sus extremidades  y todo su  cuerpo, sumergido de nuevo en aquel veloz proceso metabólico, que recordó al instante.

Su cuerpo estaba realmente ligado a esos viñedos; su cuerpo era esos viñedos. No había sido sólo un trance, sino parte de la realidad, una nueva realidad que empezaba a gustarle.

Lo vio a él, llevándola de la mano, mirándola, sonriendo de amor y felicidad y recordó la frase escrita en una de las tantas cartas del viejo: “guardianes viticultores”. Entendió al fin, que él era el guardián, y ella no era más que la misma tierra. Entendió que debían estar unidos, que estaban destinados a estar unidos para siempre, y que él había sido siempre su mitad, no perdida, sino solo sacrificada por un bien mayor. Entendió que ellos y sólo ellos, eran los responsables de esa tierra, los padres, los que le darían vida eterna; ella, su alma y él, su guardián.




Cerró el libro y miró hacia lo lejos, hacia los campos de vid entre los que había nacido, crecido. Respiró hondo y profundamente, hasta sentir el sabor de la uva en sus pulmones, aunque esto fuese fisiológicamente imposible.

 Miró hacia el cielo y dio gracias a sus ancestros, que le permitieron formar parte de la línea de vida que mantendría, para siempre vivo, aquel hermoso campo, como en los libros y revistas.


































































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