sábado, 8 de septiembre de 2018

La felicidad

¿Cómo había llegado a ser tan feliz? En verdad, muy poca gente puede decir que es feliz sin poner un “pero lo sería más si……”. Para él había sido muy fácil, era una felicidad casi mágica, como salida de un cuento de hadas. De alguna manera, era de las pocas afortunadas personas en el mundo que son felices sólo con lo que tienen.

El motivo de su felicidad, su familia, ellos eran su propósito diario y su motivo de dicha infinita. Es increíble cómo se puede llegar a convertir en algo tan importante, una persona. En su caso, tres,  tres personas eran lo más importante en su vida y lo que le hacía desear continuar viviendo en esa inmensa y obnubilante felicidad.

La felicidad no es algo que se busca, simplemente se encuentra. Se encuentra en el camino de la vida como cuando tropiezas con una piedra y, de repente, te das cuenta de que era más que eso, una gema y otra maravilla, pero, en fin, algo que llega de la nada e incluso pudiendo ser casi nada, convertirse en el todo. Es algo que se te revela , de manera insignificante al inicio, pero de tantos matices, que va creciendo y creciendo cada vez más, hasta que te explota en la cara y se apodera de todo tu ser. Ya cuando llega a ese punto, no hay vuelta atrás, no puedes despegarte de ella sin más, pues te hace su presa de una manera mágica y se te cuela en cada uno de tus poros y pensamientos.  Empieza a gobernar todo tu ser y así, va definiéndose enteramente.  Gobierna tu forma de pensar, de sentir, de actuar ante las cosas más simples. Como algo que devora, se prende incluso de lo que nunca imaginaste. Y es tan coqueta, que trata de agarrar a todo el que pueda, rodea tu ser como un halo y, más allá de él, se traspasa hacia todo lo cercano. En ese momento ya no está solo en ti, sino que inunda mentes y cuerpos a tu alrededor, como una deseada  enfermedad contagiosa. Así pasa de persona a persona, sea un momento corto o largo, revolviendo las vidas de todo el que la acepte, transformándolo todo y a todos.

Era esta la clase de felicidad que había tomado su ser, aquella deseada por muchos y que, gracias a las fuerzas extrañas que de vez en cuando giran a favor de alguien, había tocado a su puerta.

Para él, su familia era su orgullo y lo más importante en su vida; era su motivo de vivir y seguir luchando por superarse y ser una mejor persona.

Veía totalmente ilógica una vida sin ese complejo familiar que, para él, era la única cosa que hacía posible una completa existencia humana.

Quizás no era lógico, pero no podía dejar de criticar a aquellas personas que no se interesaban en formar un núcleo familiar. Por esa parte, era un extremista sin corrección.

Muchos pleitos había tenido en su vida debido a este parecer. Lo habían tildado de dogmático, antiguo, involucionado y otros conceptos que incluían también sobre nombres irrisorios y despectivos. Todo por su pensamiento vital, centrado en que: quien no crea una familia, no puede decir que ha vivido.

Poco le importaba si esas personas habían escogido el camino de la soledad o, simplemente, el destino les había hecho vivir así; igualmente los criticaba con un toque autoritario y lastimoso a la vez.

Ese día se fue a su casa, más deseoso que nunca por abrazar a sus hijos y a su esposa.

Salió más temprano que de costumbre. Pasó por la dulcería que quedaba a unas cuadras del trabajo y compró unos dulces para sus pequeños muchachos.

Compró caracollillos para Ilsa y palmeritas para Torinio. Claro que dejó reservado el pastel para su querida Many. Nada menos para la heroína de la casa, el amor de su vida, quien le había dado los otros dos grandes amores, de una magnitud jamás imaginable.

Iba muy alegre de llegar justo antes de la cena y no, como cada noche, cuando los niños habían acabado de dormirse.

Olvidado por completo de las situaciones del trabajo y la oficina, solo cruzaban ideas felices por su mente. Iba emocionado, imaginando como lo recibirían sorprendidos y alegres, esos dos pequeñines, tesoro de su vida.

Al cruzar por la avenida casi lo arrolla un auto, debido a su embeleso. Estaba tan desconectado de la realidad que lo rodeaba, que ni siquiera oyó los gritos del conductor, que lo maldijo de mala manera, por haberse cruzado en su camino sin mirar el auto.

Sólo reparó en el error unas milésimas de segundo, y siguió su trayecto.

Para cortar camino, decidió atravesar un callejón, que le ahorraría unas cuantas calles de viaje. Allí se topó con una anciana limosnera que parecía vivir entre los papeles de periódicos que le hacían abrigo. Como había gastado todo su efectivo en dulces, no tenía nada que darle; así que sólo se disculpó y siguió de largo.

No llegó a ver lo que la anciana hacía detrás de él, ni escucho las palabras que salieron de su boca, pero, por el tono, debían ser ofensas grotescas. Un frío extraño inundó su cuerpo y su mente, que lo llenó de una sensación muy rara y estremecedora que duró milésimas de segundo; una angustia sin razón, pero suficientemente intensa como para bloquear, por ese lapso de tiempo, sus pensamientos.

Volvió en sí, se arropó el chaleco lo más que pudo, bajó la cabeza como quien busca refugio de una brisa fría, friccionó una mano contra la otra y siguió adelante. A pesar de que no fue consciente de que hubiese nadie a su alrededor, en ese momento, tuvo la sensación de que alguien le veía desde atrás.

A estas alturas ya estaba un poco nervioso. Miró hacia los lados y vio la calle muy desolada. Por alguna razón no miró atrás, y jamás llegó a ver aquella sombra oscura que se apoderó de su cuerpo.

Siguió caminando, esta vez con pasos más rápidos.

A pesar de haber notado un cierto cambio, una cosa sí que se mantenía estable, sus pensamientos felices.

Volvió a su mente la idea de su familia y todo en torno a ella.

Quizás eso lo hizo mantener cierta calma interior ante aquella situación inusual, pues, a pesar de que su cuerpo reaccionó como defensa ante una amenaza, no llegó al punto de la ansiedad propiamente dicha.

Retomó el paso, esta vez más rápido, y siguió su ritmo mental anterior.

Lo más preciado de su vida se veía reflejado en sólo tres personas, todo su mundo giraba en torno al espacio que estas ocupaban. Sus hijos Ilsa y Tonirio y su esposa Many, eran su motivo de existir, su más preciado logro.

Ilsa era pequeña, pero astuta, y siempre trataba de buscarle el por qué a cada cosa. Realmente lo desesperaba a veces con tantas preguntas, al punto casi de atormentarlo, pero al ver su carita angelical, preguntando ansiosa las cuestiones que su diminuta mente ya empezaba a procesar, no podía hacer más que explicarle, de la mejor manera, lo que ella le preguntaba. Para él, era la luz que encendía su mente luego de una gran faena. Se pasaba horas enseñándole todo cuanto podía, leyéndole libros acorde a su edad y obligándole a desenvolverse en las tareas más simples, pero de manera autónoma.

Tonirio era más pequeño, un verdadero príncipe de cuentos de hadas. Era demasiado altivo para su edad. Con sólo 3 años, siempre estaba inventando, en su cabecita loca, algo nuevo que crear o hacer. Se le veía siempre jugando y tratando de fundar nuevos pequeños proyectos que en su mente seguramente eran algo grande y fantástico. Estaba más apegado a la madre, con la que pasaba horas jugando y formulando siempre alguna nueva actividad.

¡Que decir de Many, era la luz de sus ojos! La manera en que se conocieron no fue, para nada, salida de una novela de amor. Ciertamente fue un primer encuentro el que dio el flechazo al corazón, pero él no pudo ser más torpe ese día. Ella venía de comprar en el mercado y estaba repleta de bolsas hasta más no poder. Envuelta entre tantas cosas, se le cayó una lata y fue rodando justo hacia él. Lo ideal hubiese sido que él se convirtiera en el héroe de la historia, parara la lata con el pie, para luego dársela a ella y ayudarla a llevar las compras.

Pero no pasó nada como eso. El muy torpe trató de esquivar la lata y saltó sobre ella, derramando todo el contenido. El chorro a presión, los empapó a los dos de la pegajosa salsa chili.

De alguna manera ese desastre culminó en una historia de amor ya que, a fin de cuentas, el desenlace fue un estallido de risas mezcladas con salsa. Al final, la acompañó a su casa, y hasta el día de hoy siguen riendo de esa divertida historia que forma parte del primer capítulo de sus vidas.

Embebido en estos pensamientos, llegó a su casa, al fin de esta extraña caminata.

Al subir la escalera hacia la puerta de entrada, notó que aquella sensación seguía en su interior.

La impresión de angustia no se iba de su cuerpo. Su conciencia le decía que esa idea era fruto de su imaginación, pero su subconsciente lo amedrentaba y le imprimía un miedo ante aquel cambio, que aún ilógico, estaba presente en él inexpugnablemente.

La conciencia racional ganó, y decidió que no era más que el cansancio y el ansia por llegar a su casa, que le hizo caer en una pequeña alucinación.

Abrió la puerta y ahí estaban. Sus tres soles le estaban esperando como hacía tiempo que no ocurría. Ilsa y Tonirio se abalanzaron hacia él, al tiempo que Many se aproximaba a darle un caluroso beso.

Disfrutó ese momento como nunca, ya que hacía tiempo que no llegaba a casa antes de que sus dos pequeños estuvieran dormidos.

Se quedó un rato con los niños, mientras Many preparaba la cena. Ilsa le leía un libro de cuentos, emocionada por demostrarle cuando había avanzado en el aprendizaje de la lectura. Mientras, Tonirio jugaba con un tren de juguete por toda la sala de estar; que de vez cuando rodaba por todo el brazo del sofá donde él e Ilsa estaban sentados. Cada cierto tiempo él hacia el sonido de la locomotora y el niño, emocionado, aumentaba la velocidad de su pequeño tren de juguete, haciéndolo correr más aprisa de un lado a otro.

Era un momento que hubiese querido nunca tuviera fin. El olor del estofado, cociéndose poco a poco en la estufa, y Many tarareando una canción mientras sus chicos se entretenían a su alrededor. ¡La verdadera gloria! No podía existir más felicidad que esta en el mundo.

Sin darse cuenta se quedó dormido sobre el brazo del sofá, entre la algarabía que le rodeaba.

Al despertar, algo había cambiado. La habitación se veía igual, pero un detalle distintivo la hacía diferente, él mismo.  Se encontraba,  de manera irracional, parado frente a él mismo.

Estaba tan concentrado en este surreal evento, que olvidó, por unos momentos, a sus hijos y su esposa. Solo tenía mente para detallar a su propia persona, viéndose como un clon, frente a él.

Entonces miró hacia todos los puntos y pudo divisar la estancia entera. La sala de estar se veía un poco diferente desde ese punto de vista, algo más pequeña de lo que la veía diariamente.  Podía ver, desde ese ángulo, a los niños y a su esposa y a su propio ser, sumido sobre el sofá, en un profundo sueño. Fue algo extraño verse de esa manera, nunca lo había hecho tan detalladamente. Podía sentir su respiración aún viendo desde lejos, y algún que otro movimiento reflejo. Era como ser dos personas en una, pues sentía por dos realmente.

Le invadió una curiosidad enorme y no pudo aguantar las ganas de explorar más allá y recorrer la casa en aquella posición espacial extraña donde se encontraba.

No podría describir la manera en la que se sentía, era como un ente que podía no sólo volar, sino abarcar con una mirada de 360 grados, cada rincón. Era como si no tuviera cuerpo y se pudiera mover en cualquier dirección con solo pensarlo. Sin embargo, se miró los brazos, las piernas, las manos y los pies y todos los dedos y todo estaba en su sitio y con la misma forma y tamaño.

Pero no se sentía normal, sino como una nube; liviano, omnipresente.

Cada detalle visto desde allí (sea cual fuera), era mejor percibido que estando en su lugar habitual, el suelo.

Al ver que podía moverse hacia donde quisiera, con la facilidad de una pluma movida por el viento, comenzó a recorrer la casa. Salió de la sala de estar y fue hacia los dormitorios. No solo había cambiado el punto de vista, sino las imágenes en sí y los olores; todo era más intenso. Podía oler el césped, desde su habitación y todo su alrededor enaltecido en una mezcla colorida, que semejaba pedazos de acuarela, en vez de simples objetos de la realidad que hasta ese entonces lo había rodeado.

El sonido estaba exaltado también. Desde allí, a algunos metros, pudo sentir las burbujas de vapor que cocinaban los alimentos en la cocina, explotando una tras una.

Era algo mágico pero extraño, potente pero deseable.

Siguió adentrándose en las habitaciones siguientes, el baño y los pasillos. Llegó a la sala trasera y no aguantó las ganas de salir por una de las puertas de aquella parte de la casa, justo al final del pasillo central. Parecía un niño dando los primeros pasos.

No tuvo ni que abrir la puerta, sólo pensó en salir y se vio afuera. Fue como un tele transporte, no sintió nada, pero pudo hacer las acciones sin saber cómo. Ahí se sintió como un fantasma, traspasando paredes sin ningún inconveniente, y volvió a reparar en su cuerpo, que increíblemente se veía tan sólido y normal como siempre.

Todo lo que estaba pasando, traspasaba los límites de la lógica y la física, pero eso no le importaba, sino seguir explorando más allá de las barreras que pudiese imaginar.

Al verse en el portal trasero, sintió todas las sensaciones de la naturaleza y del exterior, magnificadas miles de veces. Sentía el aire pasar por sus poros y seguir de largo, atravesándole el cuerpo. Pudo sentir los autos de la avenida, que se encontraba a 5 kilómetros de allí y hasta las conversaciones de los vecinos.

Sintió ganas de escabullirse entre las casas que le rodeaban, pero prefirió subir hacia lo alto. Se empinó hacia el cielo; subió y subió. Se entremezcló entre las nubes y allí , en aquel punto distante, a miles de kilómetros del suelo, sintió una sensación de angustia, terrible, como la que había sentido en aquel callejón horas antes. Ya no tenía aquella bendita euforia de hace un momento, sino literal y enfermiza angustia.

En ese punto, a miles de kilómetros del suelo, donde podía ver toda la ciudad y sentir todas las cosas que en ella ocurrían en ese justo momento, se le acumularon miles de imágenes ante sus ojos, miles de rostros. Eran rostros angustiados, rostros con lágrimas e infelicidad dibujada. Eran arrugas acumuladas en miles de frentes y sollozos salidos de miles de gargantas.

Al principio, fue abrumador, pero después, se tornó insoportable.  No podía entender nada de lo que decían, solo la intención triste de sus palabras.

Después, todo se fue tornando más claro, ya podía entender las palabras, las voces se hicieron más sosegadas y claras al oído. Empezó a escucharlas con más atención y calma.

Sin darse cuenta se vio envuelto en lágrimas, lágrimas propias de tantas historias tristes que veía por primera vez ante sus ojos. Era la primera vez que sentía tanta tristeza en su vida, y asombrosamente debido a los pesares de otras, muchas personas, que nada tenían que ver con su historia.

Siempre se había vanagloria do de su familia, y presumía de ella ante todos, sin límites ni raciocinio, sin darse cuenta, hasta ese momento, de los millones a los que se les había negado esa dicha.

De repente sintió un impulsó indescriptible, que lo halaba desde el interior, y arremetió a toda velocidad de vuelta a su hogar. Atravesó nuevamente las paredes hacia la misma sala de donde había salido recientemente.

Algo lo hizo aproximarse a su cuerpo, dormido sobre el sofá, y se introdujo en el como una masa gelatinosa que entra en un frasco.

La reacción posterior inmediata fue un suspiro de alivio, al verse ya, indiscutiblemente sobre el sofá. Se pasó la mano por la frente, sudada de tanto agobio. Se tendió hacia atrás y siguió suspirando, hasta dibujar una sonrisa   con sus labios, antes de voltear hacia sus pequeños hijos que estaban a su lado.

Pero no había nadie más, sólo él entre pocos muebles.  La sala estaba casi totalmente llena de su sola presencia humana. Se levantó de un tirón y corrió hacia cada esquina gritando sus nombres:

-Ilsa, Tonirio, ¿Dónde están hijos míos? Many, amor, ¿Dónde se han metido, están jugando al escondite sin avisarme? ¿Están aprovechándose de que me quedé dormido en el sofá?

Así pasaron más de 10 minutos, en los que buscó por toda la casa, sin encontrar nada. Pasaron 10 más en los que también trató de encontrarlos  en los alrededores de la casa.

Como un loco desesperado entró y llamó por teléfono al celular de Many, fue extraño que dijera la operadora que el número no existía. Pensó que era un problema con las líneas telefónicas y siguió buscando. Buscó rastros de ellos en las calles vecinas, en todos los rincones del vecindario y más allá,  hasta donde dieron sus pies.

Entró desesperado y angustiado a la casa, voceando sus nombre una vez más. Cubierto de lágrimas y con el corazón apretado haciéndole un nudo en la garganta, volvió a la sala. Miró hacia la mesa de la cocina y observó un reguero de papeles que emitían un halo extraño. Se acercó olvidando por un momento el motivo anterior de su agobio. Los tomó en su mano y comenzó a leerlos. Lo que leyó fue una historia, una triste historia de alguien, cierto hombre, que tuvo algún día familia, un desastre universal y un mundo que ya no existía desde hacía mucho tiempo.

De un sobresalto tiró los papeles al suelo, acongojado por un dolor y rabia sin precedentes. Había tres asientos en la mesa, tres más, aparte del suyo, con tres personas ocupándolos. Dos niños y una mujer lo miraban sonriente. Se levantaron y fueron calmadamente hacia él. Entonces los abrazó cubierto en llanto y se quedó fundido en ese abrazo por un tiempo largo, eterno, incontable, sintiendo como se quedaba sin respiración poco a poco.

Se sacó el ojo biónico, insertado perfectamente en su cráneo, dejando ver el orificio de metal vacío, en su cabeza. Ellos desaparecieron fugazmente ante sus ojos.

Esta vez había durado menos el simulacro. Aquel día, que repetía una y otra vez, como parte de una auto tortura interminable, ese en que perdió la esencia, el motivo de su felicidad, era lo único que a la vez lo mantenía en pie, con vida. Ese recuerdo, el más amargo que pudiese existir, habitaba allí, en aquel ojo, que cíclicamente se había convertido en su mejor compañero de vida.

Lo limpió concienzudamente, abrió la ventana y expiró. Sintió un frío extraño que dejaba vacío su cuerpo y  su mente; como había sentido en alguna ocasión, muchos años atrás.

Observó el mundo destrozado que lo rodeaba por todas partes, desde aquel 1089 piso de aquella torre aérea, donde ahora estaba su casa. Recordó su antiguo hogar, su antigua casa y sintió una extraña presencia amiga que abandonaba su cuerpo. Su mente, abstraída de la horrible realidad que le rodeaba hacía unos 10 siglos, sólo pensaba en una cosa, la misma idea repetida, obsesiva, que lo perseguía una y otra vez.

-Pronto estaré con ustedes- susurró, por enésima vez, mientras apretaba aquel ojo contra su pecho, estrujando  aquel diario que guardaba   el recuerdo su mujer y sus dos hijos. Aquel amasijo de papeles torpemente organizados,  era lo único que le quedaba de aquello que pudo algún día, llamar felicidad.



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