domingo, 30 de septiembre de 2018

La puerta del olivar




Entraron en el olivar, como estaba planeado.

Habían tenido mucho tiempo, para repasarlo una y otra vez.

Él la tomaba fuertemente de la mano. Su mano se sentía sudorosa, pero no podía estar segura de si era por miedo, o por el calor insoportable que hacía.

Cualquiera de las dos cosas era igual de probable, pero pesimista como era, se decidió por la teoría del calor. A fin de cuentas, ¿Quién aguanta aquel ropaje, a las 2 de la tarde, a 35 grados de temperatura, sin sudar? Ciertamente, no un humano.

Ella también sudaba, pero de miedo, de pánico ante la incómoda situación en que se encontraba y, más aún, la que aún le esperaba atravesar.

Tenía aún mucho tiempo para llegar y, sin embargo, no podía dejar de pensar en ese momento, en como se sentiría allá al final, cuando todo acabase. Sobre todo porque no sabía cómo acabaría. Por más que se hubiera aprendido, una y otra vez, cada detalle y la secuencia general, la intriga no le permitía dejar de pensar en millones de finales, todos ellos funestos.

Su corazón latía tan fuerte que le daba la impresión de que se divisaba a través del vestido.

Pero no le quedaba más remedio que seguir. No había escapatoria, así, presa del más brutal pánico, tenía que seguir con el plan.

El camino hacia el objetivo era de casi 1 kilómetro de distancia, y eso es lo que debían recorrer, así, con esa angustia interna y todo ese calor endemoniado.

Aunque estaba acostumbrada a ese calor, por alguna razón, sentía que ese día era más intenso y sofocante, casi asfixiante.

El vestido de seda, casi transparente no le dejaba refrescar más que un abrigo de piel de oso, haciéndola sudar profusamente. Pero el sudor era frío, casi helado, totalmente anormal.

A medida que progresaban en el camino, él le apretaba más y más la mano, llegando a dolerle en alguna ocasión.

Pero no se quejó en ningún momento, ni siquiera chistó. No miró hacia el lado, ni de reojo, para ver a quien estaba a su lado, y le tomaba la mano, como quien entra a una prueba de vida.

Y eso era, una prueba de vida, o de muerte quizás, o al menos así se sentía.

Quien lleva preparándose toda la vida para algo, no debería sentir presión ninguna al llegar el momento esperado. Pero ella no podía evitarlo, su cuerpo obedecía al pie de la letra  lo que su mente  le dictaba. Era un fuerza mayor, algo que no podía controlar.

Ni siquiera estaba segura de saber el verdadero motivo de su temor, pero la realidad era que lo sentía, por más que tratara, no podía luchar contra él.

Acordonada por todo ese miedo, sus pasos iban, temblorosos, pisada tras pisada, metro tras metro, imaginando lo que le esperaba al final de la explanada.

Mientras caminaba, iba meditando sobre toda aquella extraña situación, en la que aún su mente se encontraba afuera, aunque su cuerpo estuviese en plena acción.

Aquel extraño que caminaba a su lado, que pegaba su sudor en su mano, le impregnaba una esencia que le tenía congelados el corazón y el alma. Le producía escalofríos, que eran totalmente ilógicos a esa temperatura, y pensamientos aterradores sobre lo que le esperaba al final del camino. Esa persona, totalmente extraña y desconocida para ella, sería el responsable del horrible desenlace que le esperaba.

En su ensimismamiento, notó extrañada, cuando habían  recorrido casi la mitad del camino, que realmente no era a él a quien temía.

Por alguna razón, él era lo único,  a miles de millas a la redonda, que le brindaba cierta seguridad.

Es que aquella situación no la había escogido ninguno de los dos.

Es cierto que al principio le tuvo algo de miedo a él también, y cierto recelo; es que era la primera vez que lo veía. ¿Cómo confiar en un extraño?

Aunque ese extraño era, teóricamente, harto conocido por ella, aunque sabía que lo vería en algún momento y llevaba todo ese tiempo  estudiándolo, conociendo sobre él, era sólo teoría, realmente no lo conocía, hasta este momento.

Pero a medida que avanzaban los pasos, fue confiando más y más en él.

Quizás era porque sabía que compartían la misma desdicha, la misma angustia, o porque en su tormento necesitaba un halo de esperanza, algo que le hiciera creer que a pesar de todo, la situación no era tan grave. Puede que se sintiera segura sabiendo que ella no era la única que atravesaba tan espeluznante suerte, y egoístamente se sintiese aliviada por eso.

Entonces empezó a creer que la otra mano, esa que aguantaba la suya con ahínco, no sudaba por el calor, sino precisamente por eso, por miedo, uno que sentían ambos. Y se refugió en eso para continuar, aunque sus fuerzas parecían extinguirse.

Nunca entendió que tuvieran que hacer esto, que los hubiesen obligado, pero lo aceptó, con la idea de que lo que hacían, era realmente  un bien mayor.

Claro que tenía que ser allí, en el olivar, que era el corazón del pueblo.

Claro que tenían que ser ellos, estaban predestinados desde que nacieron, como muchos otros.

Hasta el olivar estaba presa de  una suerte que no se merecía, que por alguna razón desconocida, apagaba su brío, su luz.

Antes no era así, antes los olivos eran un símbolo de prosperidad, belleza, seguridad; eran lo que debía ser algo sagrado, pura magnanimidad.

Pero todo había cambiado, ahora no eran más que un montón de árboles, en el último lugar de la tierra; árboles en peligro de extinción que imploraban salvación.

Ellos, los olivos, también tenían pánico. No podía verlo, claro está, pero lo sentía.

Parecían pensativos y tristes. Era como si ellos también estuvieran atravesando la misma tortura. Y eso lo sentía, en el aire tóxico que cundía el olivar, y hasta en ese empecinado calor fuera de lo normal, que parecía derretir todo.

Sólo que ellos habían sufrido un poco más, más que ellos dos. Habían sufrido lo mismo, pero más tiempo. Veinte siglos es mucho tiempo, y eso era lo que habían vivido esos olivos, rasgando la última gota de vida.

Al menos eso era lo que les habían contado, lo que habían aprendido, así como habían aprendido que eso, lo que estaban haciendo ese día, era su cometido en la vida. Durante toda su vida se había preparado para ello, y al fin el día esperado había llegado. Habían pasado veinte siglos, y varias generaciones, preparándose para el gran acontecimiento que sólo ellos podrían resolver.

Ciertamente eran mágicos esos olivos, con una longevidad muy por encima de la normal, pero llena de desventura y de imágenes tétricas, que, seguramente eran huellas negras en sus raíces.

Sólo cuentos había escuchado desde niña, que eran suficientes para sentir admiración y al mismo tiempo, total condolencia por esos extraordinarios árboles desfallecientes.

Por eso sentía pena por ellos, porque sabía que, si su pena era grande, la de ellos era inmensa, colosal.

Casi faltaban 20 metros para llegar al destino, pero no se percataba mucho de la distancia; ahora estaba concentrada en los olivos.

A pesar de que mantenía su mano, fuertemente apretada a la de él, compartir el pesar con él, con los olivos, la hizo sentir un poco más segura.

Ya no eran dos los que pasaban por ese desconsuelo, sino millones más, repartidos en muchas hectáreas a la redonda.

Aquellos titanes permanecían, aunque no tan vivos, con ganas de continuar, respirando su último aliento.

Sus ramas amarillentas, se veían abatidas de un lado al otro, por una moderada corriente de aire que llenaba todo el campo, que parecía un huracán entre sus débiles ramas.

De alguna manera, sacaban una fuerza desmedida, para seguir inertes, ante la muerte inminente que parecían experimentar.

Si ellos pudieron, ella tenía que poder. Tenía que rebasar ese momento, que llevaba más de 30 minutos, aunque eso le costara la última partícula de adrenalina.

Todo ese pensamiento, pensar en todas esas cosas, le había ayudado, milagrosamente, a recorrer los últimos metros.

A sólo cinco metros, volvió a la realidad. Los olivos habían dejado de importar.

Apretó mucho más su mano contra la de él, percatándose de que él casi tenía la suya isquémica, de tanto que le respondía de vuelta el apretón.

Los últimos pasos parecían no tener fin.

Veía el punto muy distante. Aunque sabía que estaba a sólo dos metros de ellos, parecía estar a los mismos mil que al inicio del camino.

El tiempo se detuvo por unos instantes, o quizás por un lapso mayor. No sabía si habían sido minutos u horas, pero al igual que el tiempo, todo se detuvo a su alrededor.

Esa mínima distancia ante el rey del olivar, se hizo un túnel sin fin a sus ojos. Todo se deformó a su alrededor. Se sintió ligeramente mareada, como en un trance medicamentoso y nauseabundo.

Cerró los ojos, respiró hondo, hasta que sus costillas se expandieron. En la expiración, salió lo que se sentía como una ráfaga de viento desde sus adentros, que hizo que le doliera el pecho de tanto vacío que le provocó.

De repente, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaban frente a la majestuosidad de su follaje.

Era tan bello como se lo habían contado, y mucho más. Mucho más que todas las historias, que por miles de años, permanecían como legado en los antiguos libros de lectura obligatoria.

Era como si el tiempo no hubiese pasado por el Olivo Madre. Ni el tiempo ni el dolor habían dejado huellas en él. Brillaba en aquella explanada, como un cetro de oro clavado en una roca, sin tener compasión alguna por sus hermanos decadentes, que le hacían la corte.

Sintió de pronto una calma extrema. Ya su corazón no latía tan fuerte, se había calmado. Continuaba apretando la mano de él, pero ya más relajada.

Se sentaron como estaba previsto, como habían ensayado, individualmente, durante el tan largo tiempo.

No se habían visto la cara, no podían, sólo había podido ver su mano, fuertemente apretada contra la de ella.

Se sentaron uno frente al otro, a justamente medio metro de distancia.

Él sacó el pequeño libro de su bolsillo, un libro viejo de sólo 10 x 10 centímetros. Lo puso sobre una de las raíces, una grande que protruía de la tierra.

Ella se quitó el colgante, la piedra turquesa medía casi tanto como el libro. Lo acomodó sobre el libro y volvió a la posición equidistante de la mirada opuesta.

Ambos se quitaron el sombrero que cubría sus caras y llegaban, a modo de sombrero abeja, hasta los hombros.

Se vieron las caras por primera vez, y les gustó lo que veían, les gustó y los embelesó.

Lo primero fue tocarse las mejillas, acariciarse el rostro completo.

De ahí, hubo un acercamiento, sus labios se tocaron.

A su alrededor los olivos dejaron de mecerse. La piedra turquesa se encendió, y se convirtió en todo un forro resplandeciente que cubrió el pequeño libro. El libro se abrió y todo quedó en un sepulcral silencio, casi aterrador.

Se besaron, con más intensidad y pasión de lo que jamás habían experimentado, con furor hormonal  desmedido, salido de la nada.

Se tocaron cada rincón de su cuerpo, y ya sin ninguna ropa, el sexo en sí los hundió en la más arrebatada locura carnal.

El Olivo Madre se encendió, como una enorme telaraña led, en medio de total oscuridad.

Ahí, justo en el ocaso, sus cuerpos enloquecidos por la lujuria, se fundieron formando una enorme y amorfa masa lumínica.

Habían pasado todo un día caminando por una estera de angustia que ahí, con sólo un pequeño vórtice de luna iluminando sus cuerpos desnudos, terminaba en provocadora insanidad.

Las ramas del Olivo Madre comenzaron a emerger de la tierra, arrastrando todo el polvo hacia afuera, y empezaron a cubrir todo. Se entretejieron en el libro y alrededor de ellos, formando un embudo de raíces gruesas que los elevaron por encima de todo el follaje, verde lumínico.

Las raíces cubrieron todas las ramas y las hojas, hasta volverse una masa compacta que semejaba un tronco.

La masa se fue volviendo más y más pequeña, contrayéndose hacia la tierra.

La gran masa lumínica dejó de emitir su halo.

Todo se había convertido en un pequeño arbolito, casi un arbusto.

Era el Olivo Madre, que,  del tamaño de un bonsái, había tragado todo a su paso, dejando sólo ese pequeño cuerpo como única huella de su existencia.

Los olivos volvieron a mecerse, frondosos, verdes y vivos. La marca de su sufrimiento se desvaneció en un segundo.

Un siglo más debía pasar, antes de que nuevamente, volviera la agonía al olivar.

Mientras, estaría altivo, hermoso, inspirador.

Todo un siglo para que dos chicos, elegidos de entre unos cientos, volvieran, como estos últimos, a entrar temblorosos por la puerta del olivar.















sábado, 29 de septiembre de 2018

Todo

Un pedazo de estrella
En un trozo de mar
La distancia perfecta
La palabra ideal
El momento seguro
El ayer sin partida
La ocasión esperada
Para darte la vida
Lo mejor de mis años
Mis memorias de antaño
Mis fotos olvidadas
Mi canción favorita
La poesía descrita
Por colores brillantes
El baile mas sensual
Y el más fugaz instante
Cada cosa perdida
Cada voz retenida
Cada sutil encanto
Cada frase vivida
Te daría con gusto
Todo eso y aún más
Para que cuando falte
No me hayas de extrañar

viernes, 28 de septiembre de 2018

Volcanes de perdición


Déjame llegar
Siempre al mismo lugar
Déjame pasar y seguir de largo
Déjame seguir, de tu boca trazos
Y caerme muerta, justo en el final
Deja figurar a mi mente loca
La que te provoca quererme de más
Déjate guiar, dejando los pasos
Que tuviste cerca, y un día inusual
Llegaron a mí, quedándose aquí
Con todas las cosas que puedo sentir
Las que te quite, las que me robaste
Las que son paredes en la habitación
En sitios secretos, en aquel rincón
De volcanes dueños de la perdición

Volcanes de perdición



Déjame llegar
Siempre al mismo lugar
Déjame pasar y seguir de largo
Déjame seguir, de tu boca trazos
Y caerme muerta, justo en el final
Deja figurar a mi mente loca
La que te provoca quererme de más
Déjate guiar, dejando los pasos
Que tuviste cerca, y un día inusual
Llegaron a mí, quedándose aquí
Con todas las cosas que puedo sentir
Las que te quite, las que me robaste
Las que son paredes en la habitación
En sitios secretos, en aquel rincón
De volcanes dueños de la perdición

Sin pensar

Si faltara un suspiro
Para hacerte feliz
Con gusto moriría
Para dártelo a ti
Y si el último aliento
Fuese insuficiente
Seguiría intentando
Con mi voz, recorrerte
Llegando en un momento
Y como en un susurro
A acariciarte muy cerca
Sin llegarte a tocar
Pudiendo más que el grito
Más altivo y brutal
Si mis ojos pudiesen
Decirte lo que siento
Haría enmudecer
Mis más tristes lamentos
Para hacerte sentir
Así como tú quieres
Sin pensar en palabras
Motivos, ni momentos

jueves, 27 de septiembre de 2018

Un te amo cada día

Te amo sin respuestas
Sin preguntas ni por qué
Te amo antes del tiempo
Y como te amaré después
Te amo sin estar segura
Con mi mente y mis dos pies
Te amo con pasos firmes
Al derecho y al revés
Te amo aun sin lograr
Que me llegues a querer
Como soñando despierta
Como vivir sin perder
Te amo y puedo gritarlo
Aunque no pueda escuchar
El eco en cada latido
Que a voces te puedo dar
Te amo una y mil veces
Y no paro de contar
Las veces en que te he amado
Sin poderme declarar
Te amo cuando despierto
En las noches, en verano
En fríos atardeceres
Y en los días más nublados
Te amo, no te convence
Y me empeño en aburrirte
Con “te amo” tan baratos
Que no puedan repetirse
Mas si te queda una duda
Lógica o imaginable
De este amor que te profeso
Que con nada es comparable
No me bastará la vida
Para darte con más fuerza
Un “te amo” cada día
Hasta que mi ser perezca

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Cita con nadie

Pidió el único deseo que podía salvarle a él la vida. El tiempo retrocedió al instante en que se conocieron, ella jamás llegó a la cita.

martes, 25 de septiembre de 2018

Auto-escuela


Me levanté y me miré en el espejo, tenía muchas piezas del carro pegadas a la cara, el asiento pegado a la cabeza como un gran sombrero y las gomas a cada lado de los hombros. Mis ojos eran dos bombillos anti niebla y la boca, con forma de pino, no hacía más que soltar una esencia de lavanda. Esta vez no pude evitarlo, salí al parqueo y tuve que aprender a conducir a las malas. Llegué con el corazón pegado al capó.


lunes, 24 de septiembre de 2018

domingo, 23 de septiembre de 2018

La última uña

Poco a poco se le fueron cayendo todas las partes del cuerpo. Llegó el enfermero, recogió la última uña y guardó todos los pedazos en una caja, hasta que el médico pudiese encontrar la cura para su depresión

La apuesta

Hicieron una apuesta para ver quien se quedaba con lo más importante de la otra persona. Ella escogió su piel. Se la arrancó y la cosió a la suya propia. Viajó el mundo entero mostrando su trofeo. Él vivió para siempre en una cueva, no pudo salir jamás al mundo, sin su piel. Vivió encerrado, como un adefesio deforme. Pasaron muchos años y ambos murieron. Se encontraron en la puerta del cielo. Él la miró con tristeza y atravesó la puerta. Ella lo miró llena de orgullo; no pudo traspasar la entrada. Alguien sin alma no puede ser admitido en el cielo. 





sábado, 22 de septiembre de 2018

Vivieron felices para siempre


Aquella rana sabía que no se convertiría jamás en un príncipe, pero iba, cada noche, a ver a la princesa, a la misma hora, y eso la deleitaba. Ella peinaba su larga cabellera, soñando quien sabe cuantas cosas. Un día  apareció el hada madrina y les concedió un deseo a los que estaban en aquel lugar, a la misma hora (la rana y la princesa). La princesa se convirtió en rana, al fin pudo hartarse todo lo que quería, comiendo todas las moscas que pudiera. La rana se convirtió en príncipe, y pasaba todas las noches, peinando hasta el amanecer, su larga y hermosa cabellera…vivieron  felices para siempre.

viernes, 21 de septiembre de 2018

La pared (cuidado con lo que deseas)

La niña del lazo morado, estaba sentada al lado de su mamá. No era tan chica, pero aún sentía necesidad de tomarle la mano a su madre, cuando andaba en lugares tan concurridos como ese. Había cumplido 12 años, hacía solo 3 días, pero no era lo suficientemente grande como para sentirse segura en esos sitios, así, sola, sin una mano que apretar.

El niño que estaba frente a ella tenía una tableta, no paraba de jugar con ella. Sabía que era un juego, por los movimientos que éste hacía, precipitándose sobre su asiento, moviendo aquel aparato de un lado a otro, dándole en ocasiones  a los que estaban sentados a su lados. No podía ver el formato del juego, pero para él debía ser muy entretenido, ya que con sus gestos parecía estar viviendo en verdad en aquel mundo digital, y en ocasiones, se paraba de su silla gritando de emoción.

¡Cuánto deseaba ella uno de eso esos aparatitos! Incluso lo pidió como deseo de cumpleaños, aunque sabía que sus madre nunca podrían comprarle una.  Si ella tuviese una, jamás la utilizaría para jugar, sino para escribir y leer.

Escribiría sobre todo, todo lo del mundo, lo que ve cada día y lo que imagina. Leería miles de libros, esos que nunca podrá comprar, y otras miles de cosas que se pueden encontrar en Internet hoy en día. Buscaría las respuestas a las millones de preguntas que puede tener una niña de su edad.

“Es un desperdicio usar una tableta para eso, una gran tontería. Ojalá fuera mía, él no se la merece.”-pensaba mientras engurruñaba, algo furiosa, el entrecejo, apoyando su pequeña cabeza sobre los muslos de su madre.

El muchacho del suéter anaranjado miraba a la pareja sentada frente a él, fijamente, hacía más de tres minutos. Nadie se daba cuenta, pues su mirada estaba oculta tras unos grandes lentes de sol, de esos modernos, con los cristales espejados, de color gris plateado, de los que, por más que mires fijamente frente a ellos, no ves más que tu propio reflejo.

La imagen de aquella pareja, le recordaba su propia vida pasada.

No era muy pasada, sino de tan sólo unos meses atrás, pero sí que parecía haber quedado atrás hacía más que eso; parecía que hubiese ocurrido muchos, muchos años atrás.

Al mirarlos , se veía a él mismo en el hombre que le acariciaba el pelo a la mujer que, apaciblemente, reposaba su cabeza en su hombro.

Esa imagen, común en millones y millones de parejas que se sientan durante un viaje, en un largo recorrido, no hacía más que recordarle su desperdiciada felicidad.

¡Cuánto se auto maldecía cada día por haberla dejado ir, en aquel tren, aquel día! ¿ Por qué lo había hecho? ¿ Por qué no había tenido el valor de decirle que la amaba, que se quedara?

“Daría cualquier cosa por tenerla de vuelta. Aunque me conformaría con ser yo quien acariciara a esa chica de chaqueta plateada, por ser yo quien tuviera esa relación, cualquier relación como aquella, que tuve y perdí por estúpido ”- pensó mientras volteó su cabeza hacia arriba, cerrando los ojos, tratando de dispersar su mente de la realidad.

El chico de las trenzas estaba de pie, con la espalda recostada en la pared, mirando fijamente, en línea recta, hacia una sola posición. Era una y solo una cosa lo que miraba desde que recostó su espalda. Algo insignificante había llamado su atención, sin embargo, para él, tan importante en ese momento.

Había estado corriendo durante varias cuadras y su boca no anhelaba más que un sorbo de lo que hubiera en aquella botella donde tenía su mirada clavada hacia varios segundos.

Trató de disimular y caminar de un lado a otro, mirando hacia otros lados. Buscó en algunos rincones cercanos, viendo si había alguna máquina expendedora de refrescos y jugos, pero no había nada.

También buscó en su mochila, como lo había hecho más de 10 veces aquella mañana, pero una vez más, no encontró la botella que siempre llevaba consigo y que ese día de infortunio no había cargado consigo.

Viendo que estaba perdiendo el tiempo y el aliento en aquel recorrido, regresó a su estado anterior, sufriendo, como anteriormente lo había hecho, hacía sólo 3 minutos, continuando su penuria de ver a lo lejos el preciado líquido que tanto anhelaba su sedienta garganta, pensando:

“¿Quién fuera aquel viejo, para tener un sorbito de esa agua? Total, ni un poco ha tomado.; la botella está llena. Ojalá pudiese arrebatársela”

De pronto se oyó una música. Nadie supo de donde venía, pero, la que se oía levemente al inicio, quizás por la barrera de pensamientos que cada uno atrincheraba, se fue haciendo cada vez más y más elevada.

Como de forma sincronizada , todos empezaron a mirar hacia cada lado y a todos los que estaban a su alrededor.

El tren se detuvo. El frenazo fue tan brusco, que lanzó al niño hacia el otro extremo del tren, dando miles de vueltas por el suelo, como una enorme pelota. Tras él fueron el novio de la muchacha de la chaqueta plateada, y el viejo de la botella.

Todos empezaron a gritar despavoridos, mientras aquella música se hacía cada vez más y más audible, alta, hasta hacerse insoportable, al punto de casi sobreponerse a los ensordecedores gritos.

De alguna manera, estas tres personas fueron las únicas lanzadas de sus asientos hacia el final del tren, y de una  extraña forma, quedaron rodando como enormes bolas por el suelo, hasta el final de lo que ya no era el largo pasillo de un usual tren, sino un túnel sin fin. A pesar de que parecía extremadamente largo el trayecto, seguían una extraña línea recta en su recorrido y jamás se golpearon contra los asientos. Los tubos que normalmente se encuentran en el medio del pasillo, se doblaban hacia los lados, deformándose, para abrirles paso.

Era un fenómeno inusual. Los que estaban sitiados en los mismos lugares de donde no habían podido moverse, seguían gritando, estresados por la física alterada y por la incertidumbre  de si se trataba de un mal sueño. A esto se sumaba el sufrimiento de ver, impotentemente, a aquellas personas, perderse hacia un pasillo que parecía sin fin, haciéndose más y más pequeñas.

La música se hizo extremadamente alta, alcanzando un pico hertziano que logró reventar los cristales de las ventanas. Todos callaron, pues sólo atinaban a taparse, adoloridos, los oídos, que sentían reventar dentro de su cráneo.

No pudieron ver nada, pues el dolor los mantenía con los ojos cerrados y la cabeza entre las piernas. Pero aquellos que se habían perdido en la inmensidad del pasillo, regresaron rodando mil veces más rápido por el mismo recorrido, hasta caer justo delante de ellos, y ahí quedaron, dando de golpe contra una pared, que estaba ahí, aunque nadie la podía ver.

Cuando abrieron los ojos, la música había cesado. Frente a ellos se encontraban los tres que hacía sólo unos segundos habían pasado volando, a ras del piso, hacia el final de aquella conexión de vagones.

Todos se levantaron y, extremadamente sorprendidos, sin decir una palabra, se acercaron a la invisible pared que los separaba del otro lado.

Los tres del otro extremo se levantaron del suelo y comenzaron a tocar aquella estructura invisible que no los dejaba avanzar más allá y creaba una división entre esos dos tramos del tren.

La muchacha de la chaqueta plateada, tomó la mano del muchacho del suéter anaranjado, fuertemente, como si lo conociera de antes, como buscando seguridad, ayuda. Él  la miró extrañado, pero no hizo el mínimo gesto por soltarla. Aunque no la conocía, se sentía bien sosteniendo su mano.

El chico de las trenzas agarró la botella, que se encontraba en el suelo, totalmente abierta, sin haber derramado ni una pequeña gota, a pesar de los estruendos y acelerones.

La niña del lazo morado, le soltó la mano a su mamá y tomó la tableta, que había caído justo frente a la pared. No se podía ver más que su esquina entre un abrigo que tapaba el resto, pero bastó el brillo de ese pedazo de pantalla, para atraer su mirada, y su mano, hacia el objeto soñado.

De alguna manera, aquellos que habían quedado de este lado de la barrera fantasmal, habían recibido lo que sus corazones y sus mentes anhelaban.

Se acercaron hasta quedar, palma con palma, con los tres pobres que habían quedado atrapados, separados, del otro lado de la espeluznante pared.

Por la pared comenzó a subir unas líneas, amarillo fosforescente, que dibujó toda aquella, hasta ahora invisible división, pudiéndose ver, por primera vez, la estructura en toda su extensión.

Aquellas líneas provenían de las manos de los que estaban atrapados del otro lado, e iban hacia lo alto, hasta llegar al techo del tren, retornando nuevamente hacia abajo, hasta las manos de los que estaban de este lado.

Los del otro lado iban desvaneciéndose, poco a poco, a modo de halo de luz que va perdiendo poco a poco su brillo. Mientras, los de este lado habían quedado en una especie de trance mental, con sus cuerpos estáticos y las manos pegadas aún a la pared. Sus ojos estaban muy abiertos y fijos, sin emitir ni un ligero parpadeo.

Entonces volvió a oírse la misma música, que ahora parecía más bien un chirrido. De nuevo, lo que comenzó como un pequeño ruido, se hizo ensordecedor.

Pero esta vez nadie se tapó los oídos, todos seguían en el mismo estado, a pesar de que todo el tren se movía, estremecido por aquel diabólico sonido. Sobre aquel ruido, esta vez no se interponían el de los gritos agonizante, sino el de metal aplastado.

Las paredes del tren vibraban de una manera totalmente ilógica, en un continuo ciclo de implosión y restauración que hacía ver aquella enorme mole, como una pequeña lata de refresco.

Sin embargo, ellos no se movían del lugar, como si la inercia fuera más que eso, casi un pegamento que los mantenía inmóviles e inmutables en torno a aquel fenómeno.

Todo quedó totalmente a oscuras.

La música volvió a escucharse, esta vez muy melodiosa. Fue bajando de volumen, poco a poco, hasta desaparecer.

Al mismo tiempo, el tren paró de vibrar, de moverse.

La luz se volvió a encender.

Las paredes del tren estaban perfectamente alineadas, como si jamás se hubieran movido de aquella extraña manera.

La lumínica pared había desparecido y con ella, aquellos que en el otro lado habían quedado atrapados.

Los de este lado salieron del trance, sólo para caer en otro. Se dirigieron con pasos lentos y robóticos, hacia la única puerta que pareció quedar funcional o quizás la única que dibujaban sus programados ojos.  Iban como fantasmas, como  en modo automático, como si en verdad no tuvieran almas, sino un programa predeterminado en la mente, que los hacía seguir ese camino.

La niña del lazo morado, sujetaba contra su pecho la tableta, aferrándose a ella, como si fuese lo único que le quedara. Y así era, pues su madre no estaba, había desaparecido de todo aquel panorama. Mientras iba hacia la puerta miraba, en la pantalla principal,  la foto de un chico, de unos 8 años. Aunque no lo reconocía, esta imagen le hizo derramar una gruesa lágrima que corrió por su mejilla, hasta su barbilla, y de ahí a la misma pantalla. La limpió con la manga de su abrigo y recordó a su madre. Suspiró de tristeza y se aferró aún más fuerte a aquel dispositivo digital, ya frente a la puerta, mientras esperaba que esta se abriera.

El chico de las trenzas yacía a un lado, recostado a uno de los bancos. De su mano sin vida sobresalía la botella de aquel líquido, ahora desparramado sobre el suelo. Su boca llena de una espuma blanquecino-amarillenta, totalmente abierta, se acompañaba de una mirada de pánico que, aún muerta, parecía querer transmitir algún siniestro mensaje y había quedado fijamente, apuntando a aquel sitio, donde había estado aquella pared hacía solo unos segundos.

El muchacho del suéter anaranjado, apretó la mano de la muchacha de la chaqueta plateada y le dio un beso en el dorso. Ella  le sonrió,  como aquella que una vez perdió, como si todo el amor del mundo le fuese regalado en aquella sonrisa. Sacó de su bolsillo una navaja y le cortó el cuello de extremo a extremo. Mientras tirado en el suelo agonizando, veía su sangre correr por las canaletas del piso, miró hacia el extremo de una de las columnas donde había un desteñido cartel.  “Se busca. Cuidado. Peligrosos y desequilibrados mentales”, era el anuncio debajo de la foto de aquella que creyó sería el reemplazo de su amor perdido y el novio, aquel mucho no que había desaparecido. Emitió el último suspiro antes de ver caer el cuerpo de su asesina, la muchacha de la chaqueta plateada, justo frente a él, con la garganta herida, por el mismo filo que lo tenía a las puertas de la muerte.

La niña del lazo morado miró hacia los lados, a los tres cadáveres que habían sobrevivido, como ella, a la surreal situación de aquel día. Tomó la navaja del suelo, que había caído justo a sus pies, y la encajó con rabia y toda su fuerza, en la pantalla de la tableta, hasta herir sus manos con la hoja cortante.

La bocina emitió la señal de arribo y la puerta se abrió. La niña del lazo morado salió, tan bien vestida y arreglada como había entrado. Afuera del tren, todo parecía igual, excepto ella, que tenía una cara afásica y pálida, cual espíritu errante.

Se limpió la mano ensangrentada con la falda y miró hacia lo alto, hacia algo que llamó enormemente su atención.

En la puerta de la estación de trenes, justo en la parte superior, había un enorme cartel que decía: “Cuidado con lo que deseas”





































jueves, 20 de septiembre de 2018

Vestirme con tu piel


Más allá de lo divino
Caes tú
Al límite de lo absurdo
A mil metros de este mundo
Y sin pensar
Yo me empiezo a acostumbrar
A tu noble inteligencia
A los días sin remesas
Pero ya
Repletos de quietud
Y me asombro al tropezar
Con la ansiedad descansada
Con mis lágrimas nubladas
De sosiego y plenitud
Sin pensar
Lo vuelvo a repasar
Y no sé como he caído
En esta calma sin sentido
Que al final
Me mece de una vez
Y me hace comprender
Que no hay felicidad
Más allá de esta locura
De mezcla que apresura todo mal
Y me vuelvo a enamorar
De este cambio radical
Que has logrado sin saber
Amor, quédate por siempre
Y despójame otra vez
De lo que fue innecesario
Imprudente o agobiante
¡Tú me has hecho tanto bien!
Que aunque parezca egoísta
Mi alma se hace nudista
Y sólo quiere vestirse con tu piel

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Puro amor


Como árbol sereno
Contemplo tu sueño
Y casi no puedo
Creer que te tengo
Después de este tiempo
Pasado sin ti
¿Cómo imaginar
Que había en el mundo
Algo así tan grande
Que explota por dentro
Mas sientes que sólo
Respira pasión?
Absorbo tu aliento
Pensando que sueñas
Con mi rostro claro
Con nosotros dos
Y siento tus manos
Cuando no me tocas
Pues queda el recuerdo
Tras cada cruzada
De noches de amor
Esta intensidad
Que algunos le llaman
Entretenimiento
O simple pasión
Creo que aunque muchos
Piensen lo que quieran
Para mí no es nada
Más que puro amor


martes, 18 de septiembre de 2018

Te amo


Te amo mucho más de lo que quiero
Incluso en los momentos que no debo
Te amo como un águila a su presa
Con desconcierto, desatino,
Con locura
Siento que hasta a veces me molesta
Amarte tanto y sentirme tan segura
De que nunca por más nadie sentiré
Este sentimiento tóxico y extraño
Que me hace tan feliz
Y me hace daño
No poder quererme más que a ti
¿Será que este amor es enfermizo?
¿Que casi estoy rozando el precipicio
De lo puro, lo real y lo posible?
¿Será que la razón me ha abandonado
Creyendo estar aún sobre mis pies?
Puede ser que todo sea cierto
Y lo que siento sea un espejismo
Puede ser que haya confundido
Un sentimiento que sólo era pasión
Mas déjame estar ciega por un tiempo
Y amarte un poco más
Seguir perdida
Será verdad hasta que yo lo diga
O hasta que tú algún día en tu interior
Sientas que este amor que proclamaba
No era más que una estúpida mentira

lunes, 17 de septiembre de 2018

Te deseo


Te deseo al instante
Al momento preciso
Al detalle más leve
Y en mis noches de juicio
Te deseo en los días
Más nublados y solos
Cuando pienso soñando
Cuando sueño y no estoy
Te deseo en penumbras
En los días soleados
Al tocarte de lejos
Y al volver de la luz
Al sentirte tan cerca
Que parezca un tornado
Mi vicio retenido
Mi utópico tabú
Te deseo no sola
Sino presta a besarte
Al rozar tu silencio
Y temer lo que doy
Te deseo y te miro
Como algún ente ausente
Como el viento mas fuerte
Con todo lo que soy
Con o sin despedidas
Con el filo de un beso
Y aunque te lo repita
Con palabras inertes
No podrás saber cuanto
Te deseo, mi amor

domingo, 16 de septiembre de 2018

En diferentes siglos


Estaban hechos el uno para el otro, pero habían nacido en diferentes siglos. Ella, leía cada noche el mismo relato, sobre sus triunfos de antaño, sus conquistas en grandes y heroicas cruzadas. Él, miraba al cielo, cada amanecer, antes de salir a la jornada, viendo la misma estrella;  luego escribía en su diario: para aquella, a la que nunca conoceré, a quien dedico mis memorias, y mi corazón.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Vivir sin corazón

Se comió el corazón, porque fue el único remedio que encontró para su mal. Ya no quería sufrir más y, ¿Quién puede sufrir sin corazón? A los pocos meses se suicidó. Dicen algunos que su fantasma aún vaga, en busca de algo, que en vida se le perdió.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Grito mudo

Tenía tantas ganas de gritar, que se fue en busca del pozo más hondo jamás visto en la tierra. Sabía que sus penas eran demasiado intensas como para compartirlas a todo grito.  Temía que ese grito fuera demasiado fuerte, tan fuerte, que acabara en un enorme temblor de tierra, que provocara movimientos tectónicos nuevos. Caminó más de medio siglo buscando el lugar ideal. Lloró hasta que su cabeza explotó y su mente ya no razonaba más que la idea de ahogar cada una de sus penas. Un día, al fin, encontró el tan anhelado sitio. Jamás había visto un pozo tan profundo y negro, realmente espeluznante. Se acercó e inspiró durante más de 30 segundos, sus pulmones se expandieron hasta casi explotar.  Abrió su boca, dispuesta a gritar todo lo que había acumulado su garganta. Pero no salió más que puro aire, caliente como un volcán, que secó la última lágrima que corrió por su mejilla.











jueves, 13 de septiembre de 2018

Los anteojos


La niña tenía unos anteojos redondos y grandes. No eran graduados y sólo se los ponía en ocasiones especiales. Cada vez que los usaba, alguien moría, alguien que ya no tenía nada que aportar a la sociedad. Un día los anteojos se le perdieron. La niña los buscó, agobiada, durante varias horas, sin descanso, mas no los encontró. Al día siguiente, la niña apareció muerta.










miércoles, 12 de septiembre de 2018

El ritual


Se deprimía cada vez que veía una foto, porque le recordaba su pasado feliz; aquel, cuando aún no sentía penas ni agonías. Un día, oyó hablar de un remedio para todo su dolor. Constaba de un ritual muy bien establecido, detallado y enumerado. Al principio, lo vio muy complicado, pero ya había probado todo, todo para ser feliz, así que lo siguió al pie de la letra. El ritual duró toda la vida; murió con una gran sonrisa en su rostro.

El negocio


Oyó el mensaje de la máquina contestadora y salió a toda prisa. Había estado esperando todo el día por ello. Se aproximó a la esquina acordada. Eran las 3 de la madrugada y, por lo tanto, no había nadie en la calle. Se oyó un sólo tiro. Su cuerpo sin vida cayó al suelo. De su bolsillo salió el sobre. La mano que sostenía el revolver, abrió el sobre y contó los billetes, todo estaba intacto. El negocio resultó perfecto.

sábado, 8 de septiembre de 2018

La felicidad

¿Cómo había llegado a ser tan feliz? En verdad, muy poca gente puede decir que es feliz sin poner un “pero lo sería más si……”. Para él había sido muy fácil, era una felicidad casi mágica, como salida de un cuento de hadas. De alguna manera, era de las pocas afortunadas personas en el mundo que son felices sólo con lo que tienen.

El motivo de su felicidad, su familia, ellos eran su propósito diario y su motivo de dicha infinita. Es increíble cómo se puede llegar a convertir en algo tan importante, una persona. En su caso, tres,  tres personas eran lo más importante en su vida y lo que le hacía desear continuar viviendo en esa inmensa y obnubilante felicidad.

La felicidad no es algo que se busca, simplemente se encuentra. Se encuentra en el camino de la vida como cuando tropiezas con una piedra y, de repente, te das cuenta de que era más que eso, una gema y otra maravilla, pero, en fin, algo que llega de la nada e incluso pudiendo ser casi nada, convertirse en el todo. Es algo que se te revela , de manera insignificante al inicio, pero de tantos matices, que va creciendo y creciendo cada vez más, hasta que te explota en la cara y se apodera de todo tu ser. Ya cuando llega a ese punto, no hay vuelta atrás, no puedes despegarte de ella sin más, pues te hace su presa de una manera mágica y se te cuela en cada uno de tus poros y pensamientos.  Empieza a gobernar todo tu ser y así, va definiéndose enteramente.  Gobierna tu forma de pensar, de sentir, de actuar ante las cosas más simples. Como algo que devora, se prende incluso de lo que nunca imaginaste. Y es tan coqueta, que trata de agarrar a todo el que pueda, rodea tu ser como un halo y, más allá de él, se traspasa hacia todo lo cercano. En ese momento ya no está solo en ti, sino que inunda mentes y cuerpos a tu alrededor, como una deseada  enfermedad contagiosa. Así pasa de persona a persona, sea un momento corto o largo, revolviendo las vidas de todo el que la acepte, transformándolo todo y a todos.

Era esta la clase de felicidad que había tomado su ser, aquella deseada por muchos y que, gracias a las fuerzas extrañas que de vez en cuando giran a favor de alguien, había tocado a su puerta.

Para él, su familia era su orgullo y lo más importante en su vida; era su motivo de vivir y seguir luchando por superarse y ser una mejor persona.

Veía totalmente ilógica una vida sin ese complejo familiar que, para él, era la única cosa que hacía posible una completa existencia humana.

Quizás no era lógico, pero no podía dejar de criticar a aquellas personas que no se interesaban en formar un núcleo familiar. Por esa parte, era un extremista sin corrección.

Muchos pleitos había tenido en su vida debido a este parecer. Lo habían tildado de dogmático, antiguo, involucionado y otros conceptos que incluían también sobre nombres irrisorios y despectivos. Todo por su pensamiento vital, centrado en que: quien no crea una familia, no puede decir que ha vivido.

Poco le importaba si esas personas habían escogido el camino de la soledad o, simplemente, el destino les había hecho vivir así; igualmente los criticaba con un toque autoritario y lastimoso a la vez.

Ese día se fue a su casa, más deseoso que nunca por abrazar a sus hijos y a su esposa.

Salió más temprano que de costumbre. Pasó por la dulcería que quedaba a unas cuadras del trabajo y compró unos dulces para sus pequeños muchachos.

Compró caracollillos para Ilsa y palmeritas para Torinio. Claro que dejó reservado el pastel para su querida Many. Nada menos para la heroína de la casa, el amor de su vida, quien le había dado los otros dos grandes amores, de una magnitud jamás imaginable.

Iba muy alegre de llegar justo antes de la cena y no, como cada noche, cuando los niños habían acabado de dormirse.

Olvidado por completo de las situaciones del trabajo y la oficina, solo cruzaban ideas felices por su mente. Iba emocionado, imaginando como lo recibirían sorprendidos y alegres, esos dos pequeñines, tesoro de su vida.

Al cruzar por la avenida casi lo arrolla un auto, debido a su embeleso. Estaba tan desconectado de la realidad que lo rodeaba, que ni siquiera oyó los gritos del conductor, que lo maldijo de mala manera, por haberse cruzado en su camino sin mirar el auto.

Sólo reparó en el error unas milésimas de segundo, y siguió su trayecto.

Para cortar camino, decidió atravesar un callejón, que le ahorraría unas cuantas calles de viaje. Allí se topó con una anciana limosnera que parecía vivir entre los papeles de periódicos que le hacían abrigo. Como había gastado todo su efectivo en dulces, no tenía nada que darle; así que sólo se disculpó y siguió de largo.

No llegó a ver lo que la anciana hacía detrás de él, ni escucho las palabras que salieron de su boca, pero, por el tono, debían ser ofensas grotescas. Un frío extraño inundó su cuerpo y su mente, que lo llenó de una sensación muy rara y estremecedora que duró milésimas de segundo; una angustia sin razón, pero suficientemente intensa como para bloquear, por ese lapso de tiempo, sus pensamientos.

Volvió en sí, se arropó el chaleco lo más que pudo, bajó la cabeza como quien busca refugio de una brisa fría, friccionó una mano contra la otra y siguió adelante. A pesar de que no fue consciente de que hubiese nadie a su alrededor, en ese momento, tuvo la sensación de que alguien le veía desde atrás.

A estas alturas ya estaba un poco nervioso. Miró hacia los lados y vio la calle muy desolada. Por alguna razón no miró atrás, y jamás llegó a ver aquella sombra oscura que se apoderó de su cuerpo.

Siguió caminando, esta vez con pasos más rápidos.

A pesar de haber notado un cierto cambio, una cosa sí que se mantenía estable, sus pensamientos felices.

Volvió a su mente la idea de su familia y todo en torno a ella.

Quizás eso lo hizo mantener cierta calma interior ante aquella situación inusual, pues, a pesar de que su cuerpo reaccionó como defensa ante una amenaza, no llegó al punto de la ansiedad propiamente dicha.

Retomó el paso, esta vez más rápido, y siguió su ritmo mental anterior.

Lo más preciado de su vida se veía reflejado en sólo tres personas, todo su mundo giraba en torno al espacio que estas ocupaban. Sus hijos Ilsa y Tonirio y su esposa Many, eran su motivo de existir, su más preciado logro.

Ilsa era pequeña, pero astuta, y siempre trataba de buscarle el por qué a cada cosa. Realmente lo desesperaba a veces con tantas preguntas, al punto casi de atormentarlo, pero al ver su carita angelical, preguntando ansiosa las cuestiones que su diminuta mente ya empezaba a procesar, no podía hacer más que explicarle, de la mejor manera, lo que ella le preguntaba. Para él, era la luz que encendía su mente luego de una gran faena. Se pasaba horas enseñándole todo cuanto podía, leyéndole libros acorde a su edad y obligándole a desenvolverse en las tareas más simples, pero de manera autónoma.

Tonirio era más pequeño, un verdadero príncipe de cuentos de hadas. Era demasiado altivo para su edad. Con sólo 3 años, siempre estaba inventando, en su cabecita loca, algo nuevo que crear o hacer. Se le veía siempre jugando y tratando de fundar nuevos pequeños proyectos que en su mente seguramente eran algo grande y fantástico. Estaba más apegado a la madre, con la que pasaba horas jugando y formulando siempre alguna nueva actividad.

¡Que decir de Many, era la luz de sus ojos! La manera en que se conocieron no fue, para nada, salida de una novela de amor. Ciertamente fue un primer encuentro el que dio el flechazo al corazón, pero él no pudo ser más torpe ese día. Ella venía de comprar en el mercado y estaba repleta de bolsas hasta más no poder. Envuelta entre tantas cosas, se le cayó una lata y fue rodando justo hacia él. Lo ideal hubiese sido que él se convirtiera en el héroe de la historia, parara la lata con el pie, para luego dársela a ella y ayudarla a llevar las compras.

Pero no pasó nada como eso. El muy torpe trató de esquivar la lata y saltó sobre ella, derramando todo el contenido. El chorro a presión, los empapó a los dos de la pegajosa salsa chili.

De alguna manera ese desastre culminó en una historia de amor ya que, a fin de cuentas, el desenlace fue un estallido de risas mezcladas con salsa. Al final, la acompañó a su casa, y hasta el día de hoy siguen riendo de esa divertida historia que forma parte del primer capítulo de sus vidas.

Embebido en estos pensamientos, llegó a su casa, al fin de esta extraña caminata.

Al subir la escalera hacia la puerta de entrada, notó que aquella sensación seguía en su interior.

La impresión de angustia no se iba de su cuerpo. Su conciencia le decía que esa idea era fruto de su imaginación, pero su subconsciente lo amedrentaba y le imprimía un miedo ante aquel cambio, que aún ilógico, estaba presente en él inexpugnablemente.

La conciencia racional ganó, y decidió que no era más que el cansancio y el ansia por llegar a su casa, que le hizo caer en una pequeña alucinación.

Abrió la puerta y ahí estaban. Sus tres soles le estaban esperando como hacía tiempo que no ocurría. Ilsa y Tonirio se abalanzaron hacia él, al tiempo que Many se aproximaba a darle un caluroso beso.

Disfrutó ese momento como nunca, ya que hacía tiempo que no llegaba a casa antes de que sus dos pequeños estuvieran dormidos.

Se quedó un rato con los niños, mientras Many preparaba la cena. Ilsa le leía un libro de cuentos, emocionada por demostrarle cuando había avanzado en el aprendizaje de la lectura. Mientras, Tonirio jugaba con un tren de juguete por toda la sala de estar; que de vez cuando rodaba por todo el brazo del sofá donde él e Ilsa estaban sentados. Cada cierto tiempo él hacia el sonido de la locomotora y el niño, emocionado, aumentaba la velocidad de su pequeño tren de juguete, haciéndolo correr más aprisa de un lado a otro.

Era un momento que hubiese querido nunca tuviera fin. El olor del estofado, cociéndose poco a poco en la estufa, y Many tarareando una canción mientras sus chicos se entretenían a su alrededor. ¡La verdadera gloria! No podía existir más felicidad que esta en el mundo.

Sin darse cuenta se quedó dormido sobre el brazo del sofá, entre la algarabía que le rodeaba.

Al despertar, algo había cambiado. La habitación se veía igual, pero un detalle distintivo la hacía diferente, él mismo.  Se encontraba,  de manera irracional, parado frente a él mismo.

Estaba tan concentrado en este surreal evento, que olvidó, por unos momentos, a sus hijos y su esposa. Solo tenía mente para detallar a su propia persona, viéndose como un clon, frente a él.

Entonces miró hacia todos los puntos y pudo divisar la estancia entera. La sala de estar se veía un poco diferente desde ese punto de vista, algo más pequeña de lo que la veía diariamente.  Podía ver, desde ese ángulo, a los niños y a su esposa y a su propio ser, sumido sobre el sofá, en un profundo sueño. Fue algo extraño verse de esa manera, nunca lo había hecho tan detalladamente. Podía sentir su respiración aún viendo desde lejos, y algún que otro movimiento reflejo. Era como ser dos personas en una, pues sentía por dos realmente.

Le invadió una curiosidad enorme y no pudo aguantar las ganas de explorar más allá y recorrer la casa en aquella posición espacial extraña donde se encontraba.

No podría describir la manera en la que se sentía, era como un ente que podía no sólo volar, sino abarcar con una mirada de 360 grados, cada rincón. Era como si no tuviera cuerpo y se pudiera mover en cualquier dirección con solo pensarlo. Sin embargo, se miró los brazos, las piernas, las manos y los pies y todos los dedos y todo estaba en su sitio y con la misma forma y tamaño.

Pero no se sentía normal, sino como una nube; liviano, omnipresente.

Cada detalle visto desde allí (sea cual fuera), era mejor percibido que estando en su lugar habitual, el suelo.

Al ver que podía moverse hacia donde quisiera, con la facilidad de una pluma movida por el viento, comenzó a recorrer la casa. Salió de la sala de estar y fue hacia los dormitorios. No solo había cambiado el punto de vista, sino las imágenes en sí y los olores; todo era más intenso. Podía oler el césped, desde su habitación y todo su alrededor enaltecido en una mezcla colorida, que semejaba pedazos de acuarela, en vez de simples objetos de la realidad que hasta ese entonces lo había rodeado.

El sonido estaba exaltado también. Desde allí, a algunos metros, pudo sentir las burbujas de vapor que cocinaban los alimentos en la cocina, explotando una tras una.

Era algo mágico pero extraño, potente pero deseable.

Siguió adentrándose en las habitaciones siguientes, el baño y los pasillos. Llegó a la sala trasera y no aguantó las ganas de salir por una de las puertas de aquella parte de la casa, justo al final del pasillo central. Parecía un niño dando los primeros pasos.

No tuvo ni que abrir la puerta, sólo pensó en salir y se vio afuera. Fue como un tele transporte, no sintió nada, pero pudo hacer las acciones sin saber cómo. Ahí se sintió como un fantasma, traspasando paredes sin ningún inconveniente, y volvió a reparar en su cuerpo, que increíblemente se veía tan sólido y normal como siempre.

Todo lo que estaba pasando, traspasaba los límites de la lógica y la física, pero eso no le importaba, sino seguir explorando más allá de las barreras que pudiese imaginar.

Al verse en el portal trasero, sintió todas las sensaciones de la naturaleza y del exterior, magnificadas miles de veces. Sentía el aire pasar por sus poros y seguir de largo, atravesándole el cuerpo. Pudo sentir los autos de la avenida, que se encontraba a 5 kilómetros de allí y hasta las conversaciones de los vecinos.

Sintió ganas de escabullirse entre las casas que le rodeaban, pero prefirió subir hacia lo alto. Se empinó hacia el cielo; subió y subió. Se entremezcló entre las nubes y allí , en aquel punto distante, a miles de kilómetros del suelo, sintió una sensación de angustia, terrible, como la que había sentido en aquel callejón horas antes. Ya no tenía aquella bendita euforia de hace un momento, sino literal y enfermiza angustia.

En ese punto, a miles de kilómetros del suelo, donde podía ver toda la ciudad y sentir todas las cosas que en ella ocurrían en ese justo momento, se le acumularon miles de imágenes ante sus ojos, miles de rostros. Eran rostros angustiados, rostros con lágrimas e infelicidad dibujada. Eran arrugas acumuladas en miles de frentes y sollozos salidos de miles de gargantas.

Al principio, fue abrumador, pero después, se tornó insoportable.  No podía entender nada de lo que decían, solo la intención triste de sus palabras.

Después, todo se fue tornando más claro, ya podía entender las palabras, las voces se hicieron más sosegadas y claras al oído. Empezó a escucharlas con más atención y calma.

Sin darse cuenta se vio envuelto en lágrimas, lágrimas propias de tantas historias tristes que veía por primera vez ante sus ojos. Era la primera vez que sentía tanta tristeza en su vida, y asombrosamente debido a los pesares de otras, muchas personas, que nada tenían que ver con su historia.

Siempre se había vanagloria do de su familia, y presumía de ella ante todos, sin límites ni raciocinio, sin darse cuenta, hasta ese momento, de los millones a los que se les había negado esa dicha.

De repente sintió un impulsó indescriptible, que lo halaba desde el interior, y arremetió a toda velocidad de vuelta a su hogar. Atravesó nuevamente las paredes hacia la misma sala de donde había salido recientemente.

Algo lo hizo aproximarse a su cuerpo, dormido sobre el sofá, y se introdujo en el como una masa gelatinosa que entra en un frasco.

La reacción posterior inmediata fue un suspiro de alivio, al verse ya, indiscutiblemente sobre el sofá. Se pasó la mano por la frente, sudada de tanto agobio. Se tendió hacia atrás y siguió suspirando, hasta dibujar una sonrisa   con sus labios, antes de voltear hacia sus pequeños hijos que estaban a su lado.

Pero no había nadie más, sólo él entre pocos muebles.  La sala estaba casi totalmente llena de su sola presencia humana. Se levantó de un tirón y corrió hacia cada esquina gritando sus nombres:

-Ilsa, Tonirio, ¿Dónde están hijos míos? Many, amor, ¿Dónde se han metido, están jugando al escondite sin avisarme? ¿Están aprovechándose de que me quedé dormido en el sofá?

Así pasaron más de 10 minutos, en los que buscó por toda la casa, sin encontrar nada. Pasaron 10 más en los que también trató de encontrarlos  en los alrededores de la casa.

Como un loco desesperado entró y llamó por teléfono al celular de Many, fue extraño que dijera la operadora que el número no existía. Pensó que era un problema con las líneas telefónicas y siguió buscando. Buscó rastros de ellos en las calles vecinas, en todos los rincones del vecindario y más allá,  hasta donde dieron sus pies.

Entró desesperado y angustiado a la casa, voceando sus nombre una vez más. Cubierto de lágrimas y con el corazón apretado haciéndole un nudo en la garganta, volvió a la sala. Miró hacia la mesa de la cocina y observó un reguero de papeles que emitían un halo extraño. Se acercó olvidando por un momento el motivo anterior de su agobio. Los tomó en su mano y comenzó a leerlos. Lo que leyó fue una historia, una triste historia de alguien, cierto hombre, que tuvo algún día familia, un desastre universal y un mundo que ya no existía desde hacía mucho tiempo.

De un sobresalto tiró los papeles al suelo, acongojado por un dolor y rabia sin precedentes. Había tres asientos en la mesa, tres más, aparte del suyo, con tres personas ocupándolos. Dos niños y una mujer lo miraban sonriente. Se levantaron y fueron calmadamente hacia él. Entonces los abrazó cubierto en llanto y se quedó fundido en ese abrazo por un tiempo largo, eterno, incontable, sintiendo como se quedaba sin respiración poco a poco.

Se sacó el ojo biónico, insertado perfectamente en su cráneo, dejando ver el orificio de metal vacío, en su cabeza. Ellos desaparecieron fugazmente ante sus ojos.

Esta vez había durado menos el simulacro. Aquel día, que repetía una y otra vez, como parte de una auto tortura interminable, ese en que perdió la esencia, el motivo de su felicidad, era lo único que a la vez lo mantenía en pie, con vida. Ese recuerdo, el más amargo que pudiese existir, habitaba allí, en aquel ojo, que cíclicamente se había convertido en su mejor compañero de vida.

Lo limpió concienzudamente, abrió la ventana y expiró. Sintió un frío extraño que dejaba vacío su cuerpo y  su mente; como había sentido en alguna ocasión, muchos años atrás.

Observó el mundo destrozado que lo rodeaba por todas partes, desde aquel 1089 piso de aquella torre aérea, donde ahora estaba su casa. Recordó su antiguo hogar, su antigua casa y sintió una extraña presencia amiga que abandonaba su cuerpo. Su mente, abstraída de la horrible realidad que le rodeaba hacía unos 10 siglos, sólo pensaba en una cosa, la misma idea repetida, obsesiva, que lo perseguía una y otra vez.

-Pronto estaré con ustedes- susurró, por enésima vez, mientras apretaba aquel ojo contra su pecho, estrujando  aquel diario que guardaba   el recuerdo su mujer y sus dos hijos. Aquel amasijo de papeles torpemente organizados,  era lo único que le quedaba de aquello que pudo algún día, llamar felicidad.



viernes, 7 de septiembre de 2018

Equivocada


Sintiendo que perdía
Un trozo de mi alma
Me acerqué suavemente
Sin que tú lo notaras
Buscaba enloquecida
Sintiéndome morir
Lo que no había visto
Pero bien sospechaba
Mis pasos al vacío
Hundían el camino
Alargaban la espera
Con incierto final
Y no fue suficiente
Pensar que no era cierto
La voz de mi conciencia
Se ahogaba una vez más
Pasaron los minutos
Para mí fueron años
Y al trote, mis latidos
Parecían sin fin
Y al abrir esa puerta
Pensándote con otra
Descubrí que tu cama
Aún suspira por mí

jueves, 6 de septiembre de 2018

Mi único pecado

Como puedes pedir, amor
Que yo te quiera
Si no te quieres a ti mismo
Y sientes pena
De contarme algún error que cometiste
Y prefieres ocultármelo sin más
Como puedes querer, amor
Que no te hiera
Diciéndote las cosas que haces mal
Si cada vez que suelo equivocarme
Tú conviertes la calma en temporal
Como puedes  clamar, amor
Por mi consuelo
Si he llorado tantas noches por tu ausencia
Pidiéndole a los cielos tu presencia
Aun habiendo tenido un desacuerdo
Y ahora amor, pregunto como puedes
Gritar por mi partida, reclamando
Que yo soy la culpable de tu llanto
Cuando es mi único pecado amarte tanto

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Oportuno final


Pensé que me querías
De la forma más pura
De esa forma bonita
Que solía soñar
Como si fuese mágico
Como un cuento de hadas
Como principio siempre
Y nunca más final
Como si fuera yo
La única por siempre
Como si la pasión
Nunca fuera a acabar
Más tarde desperté
De aquel sueño rosado
Encontrándome justo
Con el color real
No borraría nada
De lo que ahora siento
Aunque ya sé que nunca
Me podré perdonar
No haber puesto mi mente
Y mis pies en la tierra
Ni haber puesto a mis sueños
Oportuno final
Si no hubiese pensado
Mi amor, que me querías
No dolería tanto
Ver sangrar cada día
La herida que me dice
Que jamás me amarás

martes, 4 de septiembre de 2018

El duende y el ogro


El duende miró al ogro, que estaba parado, imponente, delante de él. Con su canastica de raíces, parecía una pequeña ardilla al lado de aquel ser monumental. El ogro lo miró con ojos rojos y arrugados, la boca abierta y una mueca de terror en la boca. El pequeño duende se echó para atrás y se agachó, dejando caer su canasta. Cerró fuerte los ojos y apretó su cara contra sus rodillas. Sintió un temblor en la tierra. Cuando abrió los ojos, vio al otro tumbado en el suelo. De su boca abierta y muerta, salía una espuma amarillosa. No quedaba ni una porción de las raíces que había recogido.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Reencarnada


Llevaba un tatuaje en el brazo, que se encendía cada vez que pasaba por al lado de alguien que guardara un gran secreto. El día que lo conoció, el tatuaje no se encendió. Vivió toda la vida con él, sin saber que era ella misma, reencarnada en otra vida.

domingo, 2 de septiembre de 2018

La pompa de jabón

La pequeña pompa de jabón resbaló por todo el cuerpo de la mujer, desde el cuello, hasta los dedos de los pies. De alguna manera, en vez de irse con la corriente de agua, salió volando. Atravesó la ventana y voló sobre los techos y árboles. El perro la mordió y la hizo estallar. De la pompa, solo quedó una pequeña cantidad de líquido que cayó por la garganta del perro, hacia todas las células de su cuerpo. Desde ese momento, el perro no volvió a ladrar. Quedó traumatizado al saber de todos los crímenes que había cometido aquella mujer.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Mezcla perfecta

Decidió cambiar la fórmula y esta vez la química funcionó a la perfección. Solo debía mezclar la tinta con la verdad. A partir de ese día, fue el cálamo más feliz del mundo.