martes, 25 de septiembre de 2018

Auto-escuela


Me levanté y me miré en el espejo, tenía muchas piezas del carro pegadas a la cara, el asiento pegado a la cabeza como un gran sombrero y las gomas a cada lado de los hombros. Mis ojos eran dos bombillos anti niebla y la boca, con forma de pino, no hacía más que soltar una esencia de lavanda. Esta vez no pude evitarlo, salí al parqueo y tuve que aprender a conducir a las malas. Llegué con el corazón pegado al capó.


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