viernes, 31 de mayo de 2019

Tornado contra natura

Decidió quedarse en la tierra, el día de aquel tornado contra natura. Para eso, ancló su tronco con la más gruesa cadena jamás antes vista. Definitivamente, no estaba listo para conocer a Hades.

jueves, 30 de mayo de 2019

Aquel sabor salado

Sentí el mismo sabor salado, y supe que estabas ahí. Quise correr a tus brazos y guardarte, encerrarte en algún sitio, para que no te fueras nunca más. Justo en ese momento, tragué el río de lágrimas que se había atorado en mi garganta; desapareciste, y una vez más volví a despertar.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Así, cada noche

Cada noche mirarás al cielo, buscando la estrella, que cambiaste por algo que creías sería "la luz de tu vida". Yo, ya estaré vagando para siempre, en esa infinita materia oscura, invisible para el ojo humano. Me perderé, como se pierden las enanas azules, sosteniendo la masa del infinito universo. Y te quedarás a oscuras (así, cada noche), decepcionado y arrepentido, con la ventana abierta, esperando el astro merecido que el cielo te prometió.

martes, 28 de mayo de 2019

Pregunta retórica

¿Que por qué me gustas? ¿Que por qué me quedo? ¿Que por qué te escojo de entre todos los mortales? Porque conoces mis sombras, las aceptas, las absorbes; y después, a pesar de todo, entre cuatro endebles paredes, escondes tus alas de ángel, y me haces explotar lejos de cínicos umbrales celestiales.

lunes, 27 de mayo de 2019

Un lustro de mentiras

Hubiese sido mejor, quemar aquella carta, cerrar aquella puerta, morder aquel otro primer beso; mejor, mucho mejor, que un lustro escrito con mentiras, abriendo ventanas inexistentes, hecho de labios que musitan ocultos y retrasados finales

domingo, 26 de mayo de 2019

Absurda espera

A veces me quedo, por horas, esperando a que me menciones, en una de esas frases, que salen de ti, como ráfagas. Después, vuelvo a la realidad, y recuerdo lo innecesario, absurdo e inmaduro de mi deseo; que estoy en tus pensamientos, en tus trazos e ideas; incluso en esa enana blanca que está por renacer. Y ahí, puedo al fin conciliar el sueño.

sábado, 25 de mayo de 2019

Destino olvidado

Te robé el destino y lo cosí a las cicatrices de mi piel. Nunca supiste lo que habías dejado atrás, y te olvidaste de lo que querías encontrar más adelante.

viernes, 24 de mayo de 2019

El regreso a casa

Se puso los lentes de revelado Luz 3D y se acercó a sus halos de fuego fatuo. Se había preparado toda la vida para ese momento, pero se había encariñado con aquella carga. Les entregó al último humano inteligente, y pudo al fin, volverse humo y volver a casa.

jueves, 23 de mayo de 2019

Falsos héroes

Para que luego digan que los monstruos somos nosotros, sabiendo conscientemente que es solo un prejuicioso precepto dogmático, les enseñamos nuestro verdadero rostro, escondido debajo de trescientos rostros más. Se vieron reflejados en las arrugas del espejo facial y entendieron que los pecados eran más hermosos de lo que creían, que la monstruosidad está sobrevalorada y que debían ocultar nuestro secreto, porque era la única forma de ocultar lo que realmente son: solo los falsos héroes de nuestra historia.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Cría perros y te librarán del mal

Esa noche soñé con un cuervo. En la mañana, vi a mis 4 perros frente a mí, con sus ojos rojos ansiosos por devorar. Inmediatamente tomé mi escopeta de dardos tranquilizantes y se los entregué, bien dormidos, al vecino de al lado. Fue el mejor regalo que he hecho en mi vida; ya sabía, desde hacía un tiempo, que él era el asesino serial de las noticias.

martes, 21 de mayo de 2019

Un Coloso prestado


Reto
#LesTodes
#Reto7Maravillas











Al pasar aquel día por debajo de sus monumentales piernas, lo sentí. En verdad hacía algún tiempo que venía sintiendo esta cosquillita inespecífica cada vez que me acercaba. No era por el lugar en sí, ni atravesar esas monstruosas piernas (aunque sí daba un poco de miedo que el día menos pensado se cayera sobre nuestras cabezas), sino por algo más allá de su límite, algo que podría ocurrir al cruzar esa Y invertida.

El Coloso, que ya no estaba en Rodas, claro está, sino en La Ciudad Templada, se había mantenido íntegro por unos cuantos miles de años, sin la menor señal de deterioro. El día que lo trajeron parecía que solo duraría un par de décadas más. Los primeros movimientos tectónicos de aquel desastre que acabó sepultado su ciudad, habían empezado a agrietar el bronce, por las zonas más susceptibles marcadas por la corrosión del mar durante años. Pero ahí estaba, erguido y fuerte, absorbiendo nuestro radioactivo sol violeta, que casi nos extingue en tiempos pasados. El clima de la ciudad, que hacía honor a su nombre, lo había mantenido en perfectas condiciones y, por una serendipia de los científicos, tratando de reparar las partes dañadas, se manifestó el hecho de que la coraza que le pusieron al inicio para absorber la radiación solar, lo había renovado totalmente con el paso de los años.

Así que ahí estaba, el gran Coloso de la Ciudad Templada, resguardándonos de aquella energía que casi nos había extinguido. Pero los científicos habían descubierto algo más, que cuando el coloso se reparara por completo, la ciudad quedaría susceptible al manto letal de la radioactividad; era un coloso prestado por un tiempo limitado. Escogieron a unos cuantos que luego de varias pruebas genéticas evidenciaron ser los más preparados para la labor y nos lanzaron a una búsqueda que ya llevaba algunas eras.

Cada día la misma rutina, que aunque agotaba, era el único aliciente que teníamos para continuar creyendo en una solución. La profecía decía que el día en que se reintegrara la magia pura, el mundo volvería a surgir de las cenizas de la ola radioactiva. Éramos la última ciudad humana que quedaba; protectores creados por y para estos seres mágicos, que desde este cambio climático provocado por nosotros mismos, se habían extinguido. No habíamos encontrado nunca más a nuestros creadores y propósito de vida, ni tampoco, por ende, nuestra ansiada solución. Así que cada día nos llenábamos de esperanza, sacábamos fuerzas sobrenaturales y salíamos a nuestra misión.

El guía iba delante, como siempre. Nos formaba en dos largas filas de veinte personas cada una y frente a él entonábamos el Himno de los Mundos, que nos llenaba de las ganas casi extintas.

El gran portón de hoja doble se abría bajo los pies del coloso y ahí, inevitablemente, todos mirábamos hacia aquellas largas piernas, que eran lo que nos separaba del exterior, donde aún se encontraba la última pizca de magia y lo que nos recordaba nuestra historia pasada, haciéndonos caer en la realidad olvidada de que, a pesar de nuestro cambio de vida, aún éramos humanos; incluso pudiendo vivir tres siglos más que nuestros antecesores.

Ese día, rompimos fila y salimos, como siempre, dividiéndonos en 4 grupos, en dirección  los cuatro puntos cardinales. Los diez que integrábamos mi grupo, nos dirigimos a la zona sur; esta era la más caliente, así que necesitábamos ahorrar nuestros suministros de agua al máximo. Ninguna exploración al sur había sobrevivido; el clima tan caliente de esa zona había superado nuestra capacidad tecnológica una y otra vez, haciéndonos perecer en el intento. Pero yo no sentía temor, sino una inmensa emoción aventurera, que disparaba la esperanza hasta mi cúspide mental.

La delicada y resplandeciente arena flotante que cubría el desierto de la zona sur me sorprendió más de lo que esperaba. Los trajes de éter bromado adaptable, nos protegían del incendiario calor de esta arenilla–que no era más que el conjunto de partículas producto de la combustión del mismo suelo por las excesivas temperaturas y el ambiente altamente cargado de oxígeno–y la dispersaban de nuestro campo visual, permitiéndonos observar todo con claridad y penetrar a esta nueva atmósfera sin temor a morir incinerados. No tenía la disposición habitual de un desierto; la arena que se mantenía estática, formaba montículos inmensos que trazaban un camino laberíntico continuo que parecía infinito.

Tuve que tocarlos para cerciorarme de su consistencia; no podía creer que la arena formara montañas tan altas y resistentes. Efectivamente era arena, un tanto húmeda, como las de los castillitos de las playas, pero increíblemente endurecida al punto de resistir un impacto–cosa que comprobré estrellándome contra ella un par de veces, con todas las fuerzas de mi pesado cuerpo–sin desarticular ni un granito de su estructura.

No sé cuántos kilómetros recorrimos antes de salir de la zona arenosa. Lo que vimos al salir fue una planicie de suelo agrietado donde ya no había arena en la atmósfera, ni nada en una distancia humanamente recorrrible. En ese punto, donde estábamos seguros encontraríamos magia o al menos un momentáneo descanso más fresco, solo había un eterno vacío árido de 180 grados Celsius, con un incremento del nivel de oxígeno. A casi ninguno de nosotros le quedaba más de un sorbo de agua y un mínimo nivel de oxígeno respirable en nuestros trajes, así que el panorama fue la gota que activó la desesperación grupal en cadena que fue in crescendo y tuvo catastrófico final.

Uno tras otro, mis compañeros cayeron al suelo, desesperados por la asfixia. Se arrancaban el traje tratando de conseguir una pizca de oxígeno, aunque sabían que exponerse a la atmósfera los mataría. El sonido que emitían, que se oía como un eco por el sistema de comunicación, era terrorífico. Este jadeo me iba enloqueciendo, y aunque por un momento me sentí a salvo, sabía que mi caída era también inminente. La combinación entre una super acelarada oxidación orgánica y la combustión inmediata, creó a mi alrededor un círculo de muerte instantánea, que me sumió en una crisis de pánico. Habíamos hecho otro recorrido de solo ida, en busca de la salvación de los nuestros y de nosotros mismos. La esperanza se convirtió en una bola despeñada de estiércol.

Los dos segundos que siguieron a continuación sentí un chillido ensordecedor en el interior de mis oídos y perdí el equilibrio; todo comenzó a darme vueltas, mientras flashes de escotomas centelleantes y puntos ciegos se adueñaban de la poca visión que me quedaba. La última bocanada de aire hizo doler las costillas, y el corazón me dio un latigazo contra el centro del pecho. Sentí a lo lejos mi cabeza contra la arena, que esta vez se notaba blanda como una almohada de plumas. Dejé de sentir y de estar.

Entonces, un impulso esotérico salió desde el fondo de mi conciencia convirtiéndose en una inspiración que casi me quiebra en dos el cuerpo. Abrí los ojos y vi, vi de nuevo; respiraba, estaba vivo. Estaba vivo, pero sabía que había muerto; creo que es algo que no tiene explicación, solo se siente cuando has muerto y vuelto a la vida, como yo lo hice.

El cómo había vuelto a la vida era una cuestión que me anonadaba, pero el cómo podía estar vivo en el ambiente que veía a mi alrededor, era lo más desconcertante y absurdo. Mi cuerpo desnudo estaba envuelto en llamaradas de fuego, volutas y luces extrañas que arañaban mis ojos resucitados. Di más de diez vueltas de 360 grados sobre mis pies y en aquel espacio que aún no comprendía, donde solo estaba yo, no hallaba la fuente de aquella combustión.

Con una fuerza desconocida hasta el momento, que explotaba en mi interior y encendía mi alma, me lancé hacia lo alto. Volaba, volaba sobre el desierto que ahora empezaba a ver de nuevo con total claridad, a una velocidad con la que me identificaba, irreconocible, pero que sabía era mayor que cualquier cosa que pudiera alguien haber experimentado o tan siquiera visto.

Llegué a la zona norte, donde los cedros nevados se yerguen sobre las montañas de hielo negro. Tuve deseos de acariciar estas verdes hojas que el hielo jamás afectaba; lo hice, las toqué y acaricié, como siempre soñé hacer. Ahí supe lo que pasaba conmigo, con mi cuerpo, que ya no era el mismo, ni el mío, sino el de una criatura de cuentos de hadas o negras profecías.

No sabía si el sentimiento que me acogía era alegría o solo una fase maníaca que me impedía detenerme, pero alcé el vuelo lo más que pude, más y más alto cada vez. En un punto del espacio exterior donde podía ver al mundo entero, con sus detalles que aun lejos me parecían de tamaño normal, justo frente a mí, observé mi bella ciudad, con el gran Coloso en su puerta, que se habían vuelto casi invisible. El préstamo había caducado. No había rastros radioactivos ni otra huella de destrucción, más que pequeños puntos luminosos sobre nuevas áreas de la superficie de la Tierra, tal como ocurrió eones atrás, cuando surgieron las criaturas mágicas. "Nos hemos salvado, la magia ha regresado" gritaba mi conciencia con vehemencia, sin aún realizar en que era yo, un magnífico Fénix, la misma magia en sí, que había activado la secuencia de salvación de nuestro mundo.







Piezas disfuncionales

Así está mucho mejor, mi cuerpo y cabeza, por separados, son más funcionales; al fin el corazón aprenderá a no hacerle caso a la conciencia.

lunes, 20 de mayo de 2019

Compromiso impostergable

Nos comimos a unos cuantos para no quedar mal. No sabían muy bien; el sabor agridulce nunca fue de nuestros favoritos, preferíamos el sabor ferroso de la sangre. Pero ya estábamos comprometidos con el sistema de selección de especies. Solo debía haber una pareja por cada una, no había más espacio en el arca interestelar. En verdad preferíamos quedarnos en el inframundo, pero ya habíamos dado nuestra palabra de estar en la comisión organizativa de apertura. Así que tuvimos que demostrar que éramos dignos de ellos, de estar a la altura del nuevo planeta Monstruo City Generación Y.

domingo, 19 de mayo de 2019

Las espinas secretas

Tenía un cactus en una urna de cristal. Cada espina guardaba un secreto. Cuando llegó el diluvio, tuvo que huir de la tierra. Las espinas fueron rodando eternamente por el mundo y los hombres se enteraron de que habían vivido, siempre, en una burbuja.

sábado, 18 de mayo de 2019

La trepanación

Al final de aquel puente, a la tenue luz de un farol, pude ver que aquel sueño no se iría de mí, a menos que tomara una desesperada medida; a fin de cuentas, era una desesperada situación. Solo tenía un picahielo, pero era suficiente para hacer una simple trepanación.

viernes, 17 de mayo de 2019

Quid pro quo

Nos abrazamos un sábado y despertamos el viernes. Cada vez igual, retrocediendo un día cada vez. Cuando llegamos al día en que le vi por primera vez, crucé por la esquina opuesta y dejé que encontrara al amor de su vida. Volví a mi apartamento, donde me esperaba el alma, dispuesta, desnuda, sobre la cama. Me dormí con una sonrisa en los labios, sabiendo que aquel había sido el quid pro quo más justo de mi vida.

jueves, 16 de mayo de 2019

Corazones rotos

En un mundo sumamente perfecto, nacieron el odio y el amor, y se extirpó, de una buena vez, todo vestigio cibernético del pasado. Volvimos a llorar y creamos nuevas máquinas, que secaron nuestro llanto y acariciaron nuestros rotos corazones.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Deseos

Traerte en la mirada
Robarte de los versos
Librar todos  tus miedos
Perderme en el exceso
Acariciar tu boca
Que trata de ocultarme
Y así todo, llegar
Poder acostumbrarme
A vidas que me muestras
De tiempos desgarrados
Y a pesar de los peros
A ratos compartidos
Beberte sin medida
Doliéndome la carne
Pensando en ese eterno
Momento para amarte

martes, 14 de mayo de 2019

Todo estará bien

El mundo se está acabando, pero yo sé que todo estará bien. Ya casi estoy terminando mi novela y dejé una página abierta, con una pequeña puertecita imaginaria, para entrar en ella y recomenzar la historia. Esta vez, espero hacerlo mejor.

lunes, 13 de mayo de 2019

Los amos no saben mentir

Nunca imaginé que sería tan fácil doblegarnos. Dicen que son de Saturno. Se ven iguales a nosotros, pero tienen un mínimo detalle diferente, no saben mentir. Eso los ha hecho los amos de este, nuestro mundo, y creo que de todos los planetas de nuestro universo.

domingo, 12 de mayo de 2019

Mente adolorida

Se calló, no por evitar herir sus sentimientos, sino por no herir su propia alma, con las cruentas palabras que había sido capaz de crear su mente adolorida.

sábado, 11 de mayo de 2019

Sueño moribundo

Si todo hubiese sido diferente
Si me quebrara en este cuerpo de serpiente
Si no llegara a realizar la indiferencia
De aquellos negros planos inconsecuentes
Si en un descuido adjudicara al sortilegio
Los tropezones de mis dedos lastimados
Y se borrara la estúpida insistencia
De mi nariz, con sus olores retocados
Si ya dejara una ventana para luego
Con una puerta lastimada a mis espaldas
Y si los trazos no sirvieran de consuelo
A todas estas cosas raras que no espantan
Si no llegara a comprender lo que no siento
Y me bastara la nada que atrapa al mundo
Sería todo, más fácil, desde luego
Que caminar sobre este sueño moribundo


Experta en lágrimas

Relato Núm 1 del Taller letras y errores compartidos

Reseña:

En un ambiente de aquí y ahora, una mujer con un trabajo complejo (no tan bien visto socialmente), vive un día como otro cualquiera, con la rutina preestablecida que ha escogido por vida. Una alteración genética que en su mundo, lleno de tragedias internas, ha sido una bendición, le ha permitido sobrellevar los sinsabores de este caos cotidiano y absorber detalles especiales del mundo, que pocos logran.



Experta en lágrimas




El brillante sol sobre su rostro, que coincidió con las insistentes vibraciones del celular bajo la almohada, la hizo despertar. Un bostezo silente, estiramientos desordenados, la habitual contractura por hiper activar los músculos, y el salto fuera de la cama, completaron el ritual mañanero.

Se preparó el amargo café, que le hacía poner los pies en la tierra.

Ya estaba bien despierta y lista para enfrentar la aprendida casería de brujas                  (nombre que le había dado a su vorágine diaria). La vida le había puesto, desde hacía veinte años, en una patética situación que parecía no tener fin. Aunque en lo profundo de su ser, sabía que no era la vida ni el destino, sino ella, la propia causante de sus penurias.

Bajando la escalera, el mismo panorama: sus trasnochadoras compañeras, desparramadas por los escalones; alguna que otra expulsando sus demonios internos, en forma de vómito.

Aún se escapaba por ahí uno que otro gemido; era una suerte que no pudiese oírlos. Aquella magnífica diferencia, la había hecho sobrellevar mejor, estos y otros detalles amargos del mal llamado trabajo de la calle.

Llegó al mercadito de la esquina y después de repasarlo por enésima vez, tomó asiento al lado de su amigo guitarrista.

Mientras el sol se iba aproximando al cenit, se embebió en aquella musical experiencia, que casi ninguno de los que pasaban por ahí era capaz de notar. Absortos en sus propios mundos, eran aún más sordos que ella, al sonido perfecto que salía de aquella majestuosa caja de resonancia.

Cuatro horas pasaron antes de que su estómago reclamara la necesidad de combatir los jugos gástricos en aumento. Acarició a su amigo por el antebrazo y se despidió.

Niños saliendo de la media jornada del colegio, vendedores callejeros, el ruido en el edificio de la esquina, que llevaba más de 8 meses en construcción, y la algarabía de los carros de transporte público, le rodeaban por todos lados. Toda esa energía concentrada en un silencio absoluto, que solo era roto por sus flashes de pensamientos, sobre vidas propias y ajenas, pasadas, soñadas y disueltas una y otra vez.

Su amiga, la cocinera del puesto de frituras, le tenía preparado su manjar repleto de grasas trans y mucho picante. El café y el picante le daban el toque adecuado a sus sentidos, para aún en medio del inaguantable calor, reparar en la belleza de su barrio derruido por los años, que no había podido dejar atrás. 

Se sentó a la sombra de la cafetería ambulante y le explicó al padre de la cocinera cómo había sido su noche. El viejo entendía la mitad de las cosas, pero igual aparentaba que las entendía todas. Así que esperó a que ella se desahogara y le dio sus opiniones, tan certeras como disímiles, pues con el trasfondo de la intención de guiarla hacía otro camino, le daba algunos consejos, que incluso con su vasta experiencia no había llegado a abordar. Por alguna razón, ese viejito parecía saber más de su estilo de vida, que ella misma.

Esas eran las tres únicas personas con las que rozaba su alma cada día. Haber llegado a 38 años, en un espacio relacional tan pequeño, era deprimente, pero ella lo había escogido. A veces no recordaba cómo había renunciado a sus sueños, ahora sin importancia, pero sabía que no podía culpar a nadie más que a ella misma. Incluso la desequilibrada sociedad, con toda la supuesta injusticia que dan las diferencias sociales, quedaba impune ante los delitos humanos autoinflingidos.

A las cuatro de la tarde, el viejito se fue y la dejó bajo el calor más insoportable, que es el de esa hora, y no el de la mañana, como muchos creen. Se sintió sola, pero sabía que aquel anciano debía regresar a cuidar de sus nietos mientras su hija terminaba la jornada; tenía una vida.

Dos horas más pasaron, antes de ver al sol perderse bajo el muro del Malecón. Se paró sobre él, extendiendo los brazos como ave a punto de alzar vuelo. Lanzó un grito que se estranguló en su garganta, y se bajó de un salto que le hizo activar plenamente sus sentidos, prestos para la jornada laboral.

Camino a su cuevita, repasó nuevamente la rutina que haría esta noche. Siempre planeaba algo nuevo.  Movimientos perfeccionados con los años, y ese suertudo trastorno auditivo resecivo, la hacía la mejor experta en BDSM de la zona.

Se metió en la ducha, tratando de expiar los pecados que volvería a cometer esa noche, con el profuso chorro de agua que casi le quemaba la piel. Pero como siempre, terminó canalizando su estrés mediante un corto, intenso y sufrido orgasmo, cuya escena final fue un esbozo de lágrima, que ni siquiera fue capaz de hacer brotar.

Escogió el conjunto azul de ropa interior para esta ocasión, lo combinó con el mejor maquillaje y se puso la peluca rojo vibrante, que formaba parte de la colección de disfraces exclusivos. Y ahí, entre la mejor seda carmesí que daba a costear su bolsillo, se dispuso a esperar a su cliente. 

Mientras esperaba que pasaran los siguientes cuarenta y cinco minutos, su estómago volvió a hacer estragos, pero nunca comía antes de la faena. Así que se preparó un trago de la cerveza más fría, que sabía que se inflaría como una gran hogaza de pan, y la mantendría sin la más mínima sensación de hambre hasta el final, ya de paso con la dosis de alcohol adecuada para aguantar el mal trago subsiguiente.

Llegó el caballero, desahogó sus frustraciones, penas, o simplemente una básica necesidad carnal que algunos llaman enfermiza. Su cuerpo, blanco seguro y perfecto para la planeada sesión sadomasoquista, se alimentó de un bocado jamás deseado, demasiadas veces saboreando, mientras tarareaba en su mente la canción de su amigo guitarrista, al ritmo de una verdadera lágrima.

Ciento ochenta minutos pasaron antes de ver el pago encima de la mesita de noche, y la silueta del hombre, al que no había visto apenas la cara, se perdió por la puerta, solo iluminada por el bombillo rojo del balcón.

Vio la Luna llena a través de la pequeña rendija de la ventana, encendió un tabaco y se echó en la cama.



viernes, 10 de mayo de 2019

Sinfonía desgarrada

Y después de tanto tiempo
No imaginas lo que pienso
No detectas cuando duele
Ni sospechas mis intentos
Después de llantos y risas
De finales y comienzos
No sabes lo que desgarra
Ni reclamas lo que siento
Después de largos caminos
De creerme indispensable
O al menos el importante
Primer loco pensamiento
No rezas por mis caricias
Y te vuelves copa rota
Que hiere aún más mis miedos
Disfrazados de derrotas
Y me mientes con tus besos
Imaginando otra boca
Cuando la mía se muere
Por ser acorde en tus notas


jueves, 9 de mayo de 2019

Tiempo para el barquero



Reto
#LesTodes
#RetoBurdick

Fantástica iniciativa de un grupo de seres mágicos que un día, por azares del destino, que a veces se nos muestra demasiado bondadoso, se juntaron en un taller literario que dejó de ser taller, para convertirse en un sorbo necesario de vida.







Despertó en el barquitren. Al parecer se había quedado dormido allí mismo con tal de no llegar tarde a  su primer día. Se echó un poco de agua en la cara (ventajas de trabajar en el mar), se acomodó un poco los rizos azabache que le tapaban los ojos y se acomodó en el asiento del piloto.

El barquitren era fantástico, más de lo que le pudiesen haber descrito.  A pesar de su pequeño tamaño, te hacía sentir en un futuro perfecto ajeno a cualquier aspecto de la vida en general. Con la pequeña cabina, donde solo habían dos asientos (el del piloto y el del copiloto), dejaba ver a través de la cúpula descapotable del techo, una luz rosada donde se marcaban imágenes antiguas y futuristas, en forma de perfectas escenas holográficas de películas, que rememoraban el pasado y plasmaban posibles futuros.

A pesar de todo el avance de la sociedad, algunas imágenes eran capaces de hacer bajar la barbilla hasta el pecho, del inmenso asombro quee provocaban.

Y delante, en la vía, un enorme camino de rieles, que tapado por el inmenso océano, todavía dejaba ver sus perfectas líneas luminosas. Estaba tan ansioso de ver hasta dónde llegaba la vía. Lo más probable era que no llegara jamás a conocer el final del camino, pero la expectativa de un quizás no se le iba de la mente .

Los nervios del primer día de trabajo no habían llegado a fluir totalmente, cuando sintió una voz a su izquierda.

-¡Pensé que llegaría tarde!-dijo una ronca y atiplada voz

-¿Eres nuevo? No recuerdo haberte visto antes.

Él asintió con la cabeza, marcó rumbo en la pantalla y emprendió el viaje sin emitir ni un sonido.

-Ojalá fuera nueva yo también- continuaba diciendo la voz mientras él mantenía la mirada fija en la vía.

-Ya no sé cuántas veces he hecho este recorrido. A veces me confundo de parada, de hora y hasta de fecha. Estas reencarnaciones ya no son para mí.

Al decir esto, él se quedó tieso como un tronco seco. Sus ojos presionaban hacia fuera de sus órbitas, las costillas no daban abasto con la respiración, sentía su corazón atascado en su garganta y miles de lucecitas centelleantes cubrían el campo visual, que cada vez se volvía más borroso y difuso. Pero lo habían entrenado para esto y sabía que nada debía decir al respecto. De hecho, no debía hablar ni mirar hacia su pasajera, y ya lo había hecho; había mirado y disfrutado la perfecta imagen de esta hermosa chica que ahora le ponía rostro a sus más oscuros miedos.

-Cada vez se hace más difícil, no sé si estoy muy vieja para esto o es que el mundo se ha hecho demasiado grande-continuó ella-antes, las personas eran más simples y sus cuerpos y almas agradecían esta simpleza, con pensamientos puros y amplios. Ahora, todo es más complicado, las personas son más complicadas. Más resentimiento, más ideas ofuscadas y confusas, más infelicidad. No dejan nada más a desear que acabar con su malgastada humanidad. Quizás un día de estos lo haga- gritó dando un fuerte puñetazo contra la carcasa de la proa.

Él no amainaba su inquietud. Tratando de controlar su pánico, a punto de una crisis, seguía ciclos de respiración que le provocaban más ansiedad. Pero no lo demostraba, o al menos eso creía.

Al fin, la orilla, a solo una milla y media, la ansiada orilla, con sus colinas grises asomando por entre enormes árboles azules, que se perdían en el cielo negro que cubría la isla.  Era una imagen surreal, que a pesar de sus tonos lúgubres, dejaba un hilo de tranquilidad interna; o quizás solo un desierto mental, que se escapaba a cualquier paraje imaginado que aquel panorama le permitiera traspasar.

Desde ese negro cielo, los millones de rayos violetas, verdes, rojo escarlata y de todos los colores con sus tonalidades más oscuras, se estrellaban contra la costa, bañada de olas burbujeantes que explotaban hasta casi llegar a chocar contra ellos. Justo ahí, a dos metros de sus caras, se convertían en plumas que volaban hacia el cielo. Allí, a lo alto, se pegaban a las alas raquíticas de los pájaros extraños que aparecían de la nada.

Jamás había visto algo así; ni siquiera en esos relatos de antaño.

La escena fue in crescendo y él empezaba olvidar su temor. Sus sentidos flotaban etéreos por encima de sus pensamientos casi nulos y empezó a sentir una calma que le adormeció la razón.

De repente, estos pájaros emprendieron un arrebatado vuelo circular. Formaron un remolino que se convirtió en un verdadero tornado y envolvieron a la chica, elevándola en su vuelo.

Mientras detallaba por primera vez su rostro disfrazado por los cuerpos de este tumulto de aves, vio, frente a él, en el mismo lugar donde habían aparecido las plumas, una solución de continuidad que dejó ver un trasfondo oculto hasta el momento.

A modo de telón abriéndose, dejó ver un camino de piedra, que parecía infinito, y aun iluminado por luces que emergían de las paredes de cristal, o algo semejante, desembocaba en una oscuridad cegadora.

Miró de nuevo hacia el pecoso rostro casi desaparecido entre las plumas y oyó una voz salida de una casi inexistente boca, gritar:

-¡A ti también te tocará! A todos, hasta que encontremos la solución. Encuentra la salida, por favor. ¡Libéranos!

El tornado de plumas se perdió en el infinito túnel y el extraño portal se cerró.

Esperó treinta segundos, tal como le habían enseñado y vio una gran burbuja sobre su cabeza.  Comprendió que debía alcanzarla y la sostuvo entre sus manos antes de que tocara el suelo. Solo era un burbuja de agua, pero pesaba más que un niño.

La burbuja reventó y ahí, en sus manos, apareció justo eso, un niño, un bebé recién nacido, rendido y arropado, absorto a todo lo que le rodeaba.

Todo el entrenamiento de los ocho mundos era insuficientes para abordar aquella experiencia alucinante. Sintió un alivio enorme, puso el bebé en el suelo del barquitren y marcó rumbo de regreso.

Faltaban unas horas para el ocaso y el fin de su primer día de trabajo.

¿Había logrado su objetivo? ¿Había encontrado la respuesta? ¿Lo había hecho bien?

Esas preguntas, que quizás nunca tendrían respuesta, le taladraban la mente.

Cuando llegó al puerto, estacionó el barquitren y esperó. Sabía que la entrega sería retirada en cualquier momento y él no podía interferir, tampoco mirar y menos opinar; ni siquiera podía hablar.

Sintió un temblor y un llanto de bebé. Tuvo miedo y cerró los ojos; no debía hacerlo, pero no pudo contenerse. Esta vez, comenzó a hiperventilar; las palpitaciones se volvieron totalmente descontroladas y estuvo a punto de perder el conocimiento. Sintió un frío en la piel y su lengua se enrrolló en su boca, sintiendo que se la tragaría de un momento a otro.

-Hola ¿Eres el barquero?- se oyó preguntar a alguien que estaba en el timón. Era su voz, que salía de un cuerpo que no reconocía, pero que era suyo, sin lugar a dudas. Estaba del otro lado, en el muelle, hablándole al timonel, que ya no era él.

Sintió un leve escalofrío y un resoplido.

-Pensé que llegaría tarde-volvió a decir la voz propia que sentía aún ajena.

-¿Eres nuevo? No recuerdo haberte visto antes-dijo acomodándose en la silla acojinada del copiloto.

El chico que conducía asintió con la cabeza y puso rumbo a la nave.

Mientras las palabras salían de su boca, formando un soliloquio que podía oír desde el interior de su cabeza, como si proviniera de alguien más, recordó los otros viajes, igual que este, que había hecho, una y otra vez, en tantos siglos de existencia que justo ahora comenzaba a recordar.

Mientras su otra conciencia continuaba hablando, a aquel chico que parecía algo amedrentado, reconoció donde estaba y adónde iba.

Se sentó en su rincón mental, a esperar pacientemente el destino.

Quizás esta vez pudiese hacer algo, encontrar una salida. Sea como sea, él sabía que las respuestas estaban allí. Tampoco es que estuviese apurado, a fin de cuentas, tenía todo el tiempo de todos las posibles vidas, a su favor.