domingo, 31 de marzo de 2019

Lo que soy

Soy la mentira, disfrazada de la verdad que me contaste. Juego conmigo misma, el juego eterno de los porqués sin respuestas y las ganas desgastadas por horas forzadas. Guardo una lágrima en una botella de carne, y un latido que ya no es de este mundo. Soy un zombie que se alimenta de tapujos y palabras podridas en mi garganta, sueños que viven las vidas de otros, y confesiones que nunca saldrán de un purgatorio terrenal. Soy la "nada", con cuerpo de persona y el "todo" que yo misma me negué.

sábado, 30 de marzo de 2019

Coraje (un conejillo de Indias)

Todos decían que era el fin del mundo, pero, para mí, estaba demasiado lleno de gente y cosas, como para este tétrico final. Siempre oí a todos decir, que el fin del mundo era lo peor; bueno, claro, significaba el fin de la vida, del planeta, del universo, del cosmos, o en fin, de la existencia de todo lo que conocían hasta ahora, o, al menos, creían conocer.

Pero una vez oí a la señora del pelo blanco, que vivía en mi casa ( la que me tenía un poco de miedo al principio, la abuela de mi ama), decir algo que se me quedó grabado en mi peluda cabeza, para siempre. Era un mensaje que parecía tan banal,  que hizo que todos hiciéramos oídos sordos a estas, supuestamente seniles palabras; todos menos yo, la única mascota de la casa y, por tanto, no humana, pero al parecer, más perspicaz que todos ellos. Pero no tanto como aquella anciana arrugada, cuando dijo: -la salvación está al final del arcoiris.

Claro, que nunca creí que el arcoiris estuviera al final de aquel desierto, y que fuéramos nosotros, los 230 seleccionados, para encontrar la única fuente de agua en el planeta.

Así que, luego de la cantidad de gente y cosas acumuladas en aquel pedazo de tierra, todo se desmoronó y quedamos nosotros, unos indefensos e inútiles (o al menos eso creíamos ser) curieles gordos y peludos en lo que sin dudas, sí fue el fin del mundo.

¿Cómo desapareció todo, y todos? Quizás nunca lo sabremos. Pero, tan repentino como la algarabía de la noticia del fin del mundo, fue el hecho de vernos, lejos de aquella tierra, lejos de todo, flotando en un globo de helio, sobre una armagedónica destrucción desértica.

Casi no recuerdo los detalles, pero sí la oscuridad y la dedevastación de todo lo que solía llamar "hogar". Yo era el único curiel rojo; siempre supe que era diferente, extraño (quizás por eso la anciana me tenía tanto miedo). No sé si el color fue desicivo a la hora de escogerme, pero todos los que estábamos ahí, teníamos algo diferente, grotesco o no. Algunos eran muy pequeños, casi del tamaño de una uña de persona, otros, habitualmente grandes (a esos sí que la anciana les hubiese tenido puro pavor), del tamaño de perros o gatos jíbaros (yo trataba de no acercármeles mucho; me daba miedo que, de una patada, pudieran aplastarme). Otros, con orejas muy grandes, casi parecían consumir tu cuerpo dentro de sus tímpanos. Había algunos que tenían muchos bigotes, que casi no dejaba divisar sus ojos, y otros con paticas tan pequeñitas, que prácticamente tenían que arrastrarse para caminar. Yo, solo era rojo, pero esto debía tener, como en todos los demás, alguna relevancia o importancia especial.

No estaba muy seguro de que la anciana estuviese en sus cabales cuando dijo aquella frase y, aún tres semanas después de aquel Big Bang extraño, que había arrasado con todo vestigio de vida, no pensé que existiera algo así.

Hasta que lo vi. Ahí estaba, el arcoiris, al final del camino. Solo que no fue un camino, sino un recorrido levitante, sobre una tierra casi ausente de latidos. Después de tantos días, viendo esa tierra, totalmente seca, desde aquel globo, donde nos habían puesto los ahora inexistentes humano, ahí estaba la amalgama de colores, única e inigualable. Pero, ciertamente, no había nada más; después del arcoiris, de ese extraño y mágico arcoiris, solo un negro vacío, quizás más vacío que el anterior recorrido, terminaba el trayecto establecido.

Así que llegamos al final. No sabíamos bien qué hacer, pero, entre toda esa desorientación, solo nos dio por empezar a brincar y hacer ruidos chillones (algunos gritaban más que otros)

Yo no podía gritar. Nadie lo había descubierto hasta ahora (ni yo mismo me había percatado de esto), pero, además de ese extraño color rojo, había algo que me diferenciaba mucho de mi especie; había nacido sin cuerdas vocales.

Todos me miraron sorprendidos. Es bien sabido que los roedores se caracterizan por ese chillido agudo que, por los siglos de los siglos, nos delata siempre ante los humanos. Así que no entendían cómo se me había privado de algo que, supuestamente, es primordial dentro de nuestras variadas características. Pero igual seguían gritando, como si no pudiesen hacer nada para evitarlo. Quizás era cierto que no podían; tal como se cuenta, esos chillidos nacen de nosotros, de manera automática y no hay forma de controlarlos (quizás por eso somos tan irritantes para las personas)

Entonces sentimos un ruido estrepitoso, explosivo, que hizo a todos, los que ya estaban oliendome extrañamente, enmudecer.

El arcoiris se abrió en dos y dejó ver, en la oscuridad de la franja que formó en su centro, algo inmenso que surgía, como una mole. Poco a poco, la oscuridad fue transformándose en otra mezcla de colores, y al fin logró verse la imagen; una gran montaña, color ladrillo, se imponía entre las dos mitades del ya casi extinto arcoiris.

Se expandió a los lados y hacia delante, llegando a tomar casi la pared de cristal del globo. Era un cristal blindado, pero igual nos provocaba pánico; se veía ya tan cerca, que creíamos que sobrepasaría la supuesta indestructible estructura.

Justo a 1 metro, se detuvo. Vimos desaparecer por completo el arcoiris y comenzamos a chillar nuevamente (yo no, ya lo he dicho, no puedo emitir sonido alguno; tampoco hacía falta, mi corazón latía tan fuerte y rápido, que estoy seguro de que se oía más alto que el galope de un caballo a todo trote).

Entonces, la gigante roca volvió a moverse, retomando su dirección, directo hacia nosotros. Ahí entendimos que eran nuestros chillidos, los que la hacían moverse. Y esta vez, junto con el movimiento, el ruido anterior pareció emitir ecos tenebrosos, de sonidos, que aun inentendibles, parecían palabras. Parecía más que una montaña; parecía tener vida.

¿Pero cómo era posible? No lo sabíamos, pero lo probamos, por desgracia, cuatro veces más. He olvidado decir que estos chillidos nuestros, son solo una reacción al miedo; una respuesta de nuestro organismo, ante un peligro inminente. Si no podíamos controlarlos en otras situaciones, esta (que sin dudas era la más tenebrosa y estresante de todas las que habíamos vivido) no iba a ser la que enfrentara nuestro coraje, a nuestra disposición biológica.

Pues bien, cada vez que comenzábamos a chillar, se volvía a producir el mismo fenómeno, que se detenía justo cuando hacíamos silencio. La última prueba, dejó a este extraño elemento (por llamarlo de alguna manera), justo a 10 centímetros de nuestras narices.

Todos pusieron su cabeza entre las patas, tratando de evitar esos incontrolables y naturales chillidos. Los que tenían las patitas cortas, casi convulsionaban, tratando de agarrarse a boca, aunque fuera con el último extremo de sus uñitas.

Tiritaban de miedo, todos, excepto yo. Increíblemente me percaté de que ya no sentía miedo. Mis latidos cardíacos se amainaron, enlenteciéndose cada vez más, hasta llegar al ritmo normal.

Ahí lo supe, y lo hice. Tomé una gran funda sintética que colgaba de uno de los extremos del globo y, con mucho trabajo, la extendí por encima de todos mis compañeros, que estaban a punto del colapso nervioso. Me di cuenta de que era más que una funda, era una capa anti ruido. No entendía muy bien de donde había salido este impulso, este conocimiento; pero en mi interior, había algo que me hacía obrar de esa manera, paso a paso, como una operación aprendida.

Me pareció extraño, pero no podía perder tiempo. Sabía que yo era el único que podía enfrentarme a aquella monstruosidad.

Si había un arcoiris, había agua, y teníamos que hallarla, tomarla, guardarla en el gran globo, y regresar con ella, al precio que fuese. Era la única oportunidad para la tierra, casi a punto de morir.

Mientras caminaba hacia afuera, comencé a recordar lo que dejé atrás, antes de empezar el viaje. Me vinieron a la mente todas las imágenes de cosas, animales, figuras varias; y personas, esas que solo me habían tomado de mascota (algunas con recelo, como aquella anciana), y que nos habían puesto en este globo, con ruta hacia lo desconocido del mundo.

A medida que recordaba aquello, me henchía de gozo y orgullo. Yo, un simple conejillo de Indias, salvaría al mundo de la muerte. ¿Quién lo hubiese pensado? No esos, a veces engreídos humanos. Ni siquiera los mismos dioses que nos crearon, pudieron preveer que en unas pequeñas y peludas patas rojas, estaría el futuro del mundo.

Ya afuera, me erguí (todo lo que se puede enguir una pequeña ratita como yo), moví mi hocico 360 grados, a mil revoluciones por segundo, miles de veces, y salté frenéticamente hacia la mole.

En ese momento, la montaña volvió a temblar, el eco que semejaba palabras, se convirtió en un atormentante lloro. La estructura comenzó a partirse en dos (como lo había hecho antes el arcoiris, por su propia emergencia), y se dejó ver, al final de un camino (un verdadero camino de tierra), a casi 50 metros de distancia, una enorme cascada.

No había más nada que hacer que lo que mis piernas, roji-peludas y pequeñas, me pedían: correr hacia ella a toda velocidad. ¿Era en verdad, el ansiada agua, lo que habíamos encontrado? Sentí que aquel medio kilómetro se me hizo nada, entre  la euforia que me hacía correr a una velocidad que no reconocía como propia.

Y al llegar, la extrema locura; me lancé de un salto, como un dibujo animado, sin miedo a caer al vacío, hacia las alborotadas aguas verticales. Empapado en agua, vi mi color rojo, perderse por completo y, como un perfecto ratón albino, caí hacia un inmenso mar que recogía, en un ciclo sin final, esa perfecta y pura agua.

Me incorporé a la superficie y ahí, como una boya regordeta, sin el más mínimo color candente que toda la vida me había caracterizado, vi a todas mis hermanas, saltando, desaforadas, por encima de mí.

Mientras me rodeaban por todos lados, sintiendo sus chillidos descontrolados, esta vez desbordantes de alegría, entendí que nunca había sido mi color, ni mis ausentes cuerdas (que ahora sentía vibrar en mi garganta), las que me hicieron llegar a la meta.

Yo era una más, de entre tantos, y como tantos, no tenía nada diferente, que me ayudara a liderar aquella titánica travesia. Era solo una, que creyó estar preparada para salvar al mundo, respaldada por el mejor equipo, y con una pequeña arma secreta: coraje. Quizás así me debía llamarme a partir de este momento. Y así lo grité (o lo chillé). Mi nombre agudo rebotó en todos mis alrededores, desde mis perfectas cuerdas vocales (dormidas, pero existentes y fuertes), mientras veía mis pelos empaparse, con aquella maravillosa agua.








viernes, 29 de marzo de 2019

Criatura

Como un enjambre después de recibir la patada de un niño, me acerqué a tu boca, herida por el más cruel desengaño. Nunca te había dicho mi secreto, y este día, alguien a quien no le importamos, decidió sacarlo a flote. Sí, fui yo quien te mató, pero solo para envitarte el dolor de verte convertir en la criatura siniestra que eras en aquel planeta, antes de que vinieras conmigo, en aquella nave de reconocimiento espacial. El lavado de cerebro había sido perfecto, pero la lengua de la gente envidiosa no descansa jamás.

jueves, 28 de marzo de 2019

Partida de golf

La muerte estaba sorprendida, aquel mortal le había ganado la partida de golf. Había practicado mucho, por mucho tiempo, pero nunca con maquetas de globos terráqueos. La carga de buenos sentimientos fue demasiado peso para aquellas pequeñas pelotas; ninguna logró acercarse ni al primer hoyo. Definitivamente, el mundo aún tenía salvación.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Mundos paralelos

Así como apareció, se cierra la única ventana que conectaba dos mundos paralelos. El nuestro, colonizado hace medio siglo , por los hombrecitos verdes que salieron de nuestras cabezas, esos que los psiquiatras se esforzaron tanto en mantener fuera de la realidad. El otro, el de la mente circunspecta y hosca, adonde fueron nuestras limitaciones y tabúes, que ya no podían vivir en la nueva tierra colonizada, y fueron desterrados al vacío olvido de nuestras mentes. Hoy, luego de 50 años, definitivamente, no se verán más; cada uno vivirá eternamente en su propio espacio y tiempo, sin recordar jamás la existencia del otro.


martes, 26 de marzo de 2019

Al "ojo por ojo"

Le había quitado lo más preciado, así que debía actuar al "ojo por ojo..." . Planeó su venganza durante nueve noches. Al fin tomó la decisión: le cortaria las alas. Sabía que recibiría también el mayor castig (iría directo al infierno). Pero valdría la pena, con tal de verla llorar lágrimas de sangre, como lo hizo él cuando le arrancó su preciado cuerno.

lunes, 25 de marzo de 2019

Una vez más

Tenía una copa en una mano, y en la otra el antídoto. Decidió continuar con su adicción; era la única manera de verla regresar de la muerte y estrecharla en sus brazos una vez más.

domingo, 24 de marzo de 2019

Genes vampíricos

Frente a ella estaba el ataúd. Tenía todos los ingredientes: estaca, collar de ajo y crucifijo. Debía matarlo, pero su corazón solo anhelaba clavar sus colmillos en aquel delicioso cuello. Se dio cuenta de que sus genes vampíricos siempre se impondrían.

sábado, 23 de marzo de 2019

Requisitos mínimos

Su alma era tan lastimera y deplorable, que el barquero decidió devolverle las dos monedas y mandarlo en un autobús de vuelta a su vida. No siquiera cumplía los requisitos mínimos para entrar al Inframunfo.

viernes, 22 de marzo de 2019

A quién culpar

-Ojalá pudiera culpar a alguien de todo lo que me pasa- le dijo a la conciencia que vivía en el interior de su agónico desierto mental.

-Sí puedes, la persona que buscas, vive detrás del espejo.

jueves, 21 de marzo de 2019

Orgasmos intergalácticos

Comienzan a acumularse en la superficie del planeta. Al principio eran pequeños y difíciles de identificar. Solo algunos eran capaces de verlos y sentirlos; solo aquellos realmente libres de mente y felices de alma. Pero ahora estamos en otro siglo, el del ciclo eterno de la verdad y la libertad, aquel que nunca creíamos que llegaría. Esos bellos orgasmos, serán el precioso color que se vea a millones de años luz de distancia, desde todas las galaxias del infinito.

sábado, 16 de marzo de 2019

Rojo y ceñido

Sentía que su vida había acabado, o pasado ante sus ojos, demasiado rápido, como para disfrutarla. Los detalles, que sabía la habían regocijado al máximo en esos momentos, ahora eran tenues luces moribundas en su memoria.

Y no era que no hubiese logrado nada en la vida, sino todos lo contrario, pese a muchas dificultades, había logrado mucho más de lo que muchos pueden, en este pedazo de limitado tiempo terrenal.

Sí, creía en el destino, y en que todo y todos, tenemos un propósito, o varios, y los suyos, habían sido numerosos y ampliamente cumplidos. No había sido una persona más en la superpoblación ascendente, sino una que había marcado una diferencia; alguien importante.

Sin embargo, y quizás como parte normal del proceso en que se encontraba, sentada en la vieja hamaca de madera preciosa, que había mandado a construir casi medio siglo atrás, no se sentía más que vacía, de mente, cuerpo y alma.

¿Cómo se puede sentir vacía una persona que ha logrado todo lo que se ha propuesto en la vida?-era la pregunta que se hacía, día tras dia, desde que le vino le supuesta "crisis de la tercera edad", del "nido vacío", o cómo sea que le hayan puesto los especialistas en Medicina Familiar, Psicólogos y otros avezados en la materia.

Sí, claro que era esta crisis la que la tenía sumida en este extraño armagedón depresivo, pero el porqué era lo que la mantenía más ansiosa. En fin, que llevaba alrededor de 15 años en este proceso de ansiedad-depresión, que, por más visitas al Psicólogo, no parecía tener fin, ni atenuación alguna.

No había tenido hijos, por firme decisión; tampoco le habían hecho falta. Sabía que lo más importante en su vida era su carrera, y muchos logros había acumulado en sus 78 años de vida.

Niña genio, adolescente aventajada, escritora renombrada y ganadora del Premio Planeta con tan solo 18 años, era el comienzo de su fructífera vida, que pesar de los gloriosos frutos recogidos, se sentía ahora tan desparramada y sin sentido, como el más árido desierto.

Ni siquiera la soledad era la culpable (la supuesta soledad por la ausencia de hijos y familia), pues las amistades acumuladas y una pareja que le había regalado la vida (de entre todas las cosas buenas en su historia, la mejor), habían terminado de llenar el almacén de trofeos de sus alma.

Mas ese día, por razones del destino (ese en el que confiaba casi ciegamente), le vino a la mente una amalgama de ideas perdidas, que en medio de este tormento, no había asimilado.

No había lógica a esto, pues, supuestamente, una vida repleta de notas positivas, debía ser feliz por naturaleza. Al menos eso era lo que reflejaba en sus novelas repletas de positivismo (muchas basadas en casos reales). Allí, en ese magnífico legado, tajantemente esclarecía, que la infelicidad está allí donde existe un vacío que, en muchas ocasiones, puede ser llenado por nosotros mismos, solo que carecemos de los recursos y capacidades para hacerlo.

Pues entonces, ¿Cómo no seguir sus propios consejos? Claramente había caído en una negación por casi dos lustros, que ahora, de manera mágica, comenzaba a mostrar razones y posibles soluciones.

Era tiempo de actuar. Ella no podía ir en contra de sus propias letras; sería demasiado cínico de su parte y, ciertamente, esta característica ausente en su personalidad, no podía revelarse en un ser maquiavélico desconocido (que sabía, no tenía escondido).

Pero sí que lo tenía, y se mostró en ese momento, provocando el alumbrón que comenzó a esclarecer su situación.

Lo irracional del hecho, que una persona con su intelecto hubiese tardado tanto, gastando tanto tiempo, ganas, fuerzas y dinero, en múltiples sesiones psicoterapéuticas era aberrante. Además de ser una completa ironía que alguien que tratara el tema de la magnífica resiliencia humana, tuviese, siquiera, que buscar ayuda psicológica profesional. Pero ya con esto había lidiado, cuando abrazó el hecho de que estaba en medio de la común "crisis de la tercera edad".

Pues ahí estaba la respuesta a la pregunta, había una oscuridad en su interior, que no la dejaba zafarse de esa infelicidad, ese vacío, quizás por tantos años, hecho de disfrazadas glorias.

Sentada en esa hamaca se percató de deseos ocultos, olvidados en recodos de su memoria, que, aunque sentía algo oscuros, le habían hecho feliz en algún momento (o al menos, así se sentía en el florecimiento del recuerdo)

¿Y por qué eran oscuros esos detalles, deseos, guardados por tantos años? No sabía precisar aún cuáles eran, pero se sentían malévolos. Pero; ¿Por qué?

Nueva claridad de ideas, mucho más transparentes esta vez

-No, no son oscuros, son humanos -gritó, levantándose enérgicamente. Su esposo, sentado a su lado, permaneció en su habitual estado de fuga mental. Últimamente, se pasaba muchas horas en de embeleso, mirando al horizonte que se sabía de memoria desde hacía más de 40 años. Quizás era ella la causa de esta situación; por algún sitio había leído que la depresión es contagiosa. Una razón más para librarse de ella, de una vez y por todas.

Eran deseos sin rostro, pálpitos inaguantables, sensaciones irracionales divinas, los que le habían aflorado en un fugaz instante.

Y recordó imágenes, relacionadas con esos deseos. Algunas parecían reales, de momentos pasados (no sabía definir si propios o ajenos, quizás relacionados con escenas de sus libros); o sueños, simplemente.

Caminó hacia el "cuarto de desahogo" (más bien corrió) y abrió el closet que, más que eso, parecía una caja hecha de polvo. Sofocada por todo ese residuo que casi hizo explotar sus vías respiratorias, lo vio. Ahí estaba, el pequeño baúl que por tanto tiempo había olvidado.

Ya sabía lo que había dentro; bien que lo recordaba. Pero verlo otra vez, fue más allá de la emoción de un recuerdo, fue como vivirlo por primera vez. Todo estaba intacto, como si el tiempo no hubiese pasado por él. Su camisón transparente y todos los objetos sexuales que tanto placer le habían provocado en décadas pasadas, parecían recién comprados, y hasta brillar.

Los pálpitos se volvieron millones de latidos descontrolados. No pudo aguantarse y se puso el camisón. Destapó el espejo inmenso que se ocultaba tras una sábana (ya no tan blanca); esta vez, el polvo no le importó. Se miró, preciosa, sexy, suculenta, deseable. Primero comenzó a dar vueltas en círculo, palpando suavemente la medida tela. Se detuvo y comenzó acariciarse, gentilmente. Primero la cara y el pelo (largo y blanco como una mota de algodón); luego el cuello, los senos, la barriga (llena de estrías propias del continuo cambio de peso, durante tantos años).

Entonces, se sentó en el suelo; esta vez, las articulaciones no pusieron resistencia alguna. Cerró los ojos y dirigió sus manos a su pelvis, las metió dentro de la ancha pantaleta que guardaba sus colgajos de piel extrafina y reseca. Con los ojos cerrados, se tocó la vulva, el clítoris y toda la región perineal. En este punto, ya no pudo evitar acostarse en el suelo y cerró los ojos, masajeándose todos sus puntos erógenos (esos que había perdido su mente). Tomó el viejo vibrador de silicona, y siguió frotándose. Abrió los ojos y lo vio.

Ahí estaba su adorado esposo, acariciándole el rostro mientras ella llegaba al clímax. ¿Cómo había logrado salir de su habitual estado de indiferencia? No lo sabía , pero en ese momento, no le importó. Él sonreía y ella, estaba a punto de estallar. Al fin, el delicioso orgasmo (que, contrario a lo que pensaba, se sintió tan magnífico como lo recordaba; como aquel ultimo, de hacía más de 20 años)

Abrió los ojos, repletos de lágrimas de felicidad y lo vio sonreir, entre la imagen borrosa de su empañada vista mojada. Le apretó las manos, plagadas de fluidos corporales y le dio un beso en los labios. Cerró nuevamente los ojos. Diez segundos de descanso y los volvió a abrir; él ya no estaba. Ya lo sabía, pero igual lloró. Fue un lloro mezclado con felicidad y libertad.

Recogió todos los utensilios y los llevó a su habitación. Ya era de noche y realmente estaba agotada.

Al otro día se levantó y se vistió de rojo, con un vestido ceñido que hacía tiempo no usaba, porque lo veía muy atrevido; esta vez lo encontró perfecto. Además, lo necesitaba; tenía un lugar especial que visitar, uno, que tampoco veía hacía mucho, mucho tiempo.


-Te he traído tus flores preferidas. Bueno, las mías, porque siempre decías que eran las que más te gustaba regalarme. Prometo que vendré más a menudo. No dejaré que pasen dos décadas más, te lo aseguro. Ya he entendido todo, y "todo" estaba en mi mente, de la cual siempre fui dueña, sin saberlo. Gracias amor, por recordarme que aún estoy viva.

Puso el ramo de lirios blancos delante de la lápida de su amado esposo y se fue, con su vestido rojo, ardiente como el fuego, decorando el paisaje del frío camposanto.







viernes, 15 de marzo de 2019

El volcán

Aquella noche el volcán entró en erupción. Los pensamientos volaban por los aires, yendo de cabeza en cabeza. Así fue como entendimos lo parecidos que éramos entre nosotros, a pesar de las diferencias biopsicológicas.

jueves, 14 de marzo de 2019

Amor despeñado

Acercándose un poquito más al borde del barranco donde se esconde, logra divisar, al fin, un halo de la figura que tanto ha estado  buscado. Al principio la ve borrosa, luego ya la pierde por completo. Vuelve al punto de inicio, donde se convierte, nuevamente, en aquel sentimiento perdido en su memoria. El amor aún no se ha cansado de jugar con él al escondite suicida, despeñándose por aquel acantilado, noche tras noche, durante más de 50 años.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Los pulgares

Aquel pueblo griego tenía un Coliseo Romano, con todos los pulgares de los dioses egipcios.

martes, 12 de marzo de 2019

El propósito

Se convirtió en un niño y entendió el propósito de su vida. Los adultos lo habían creado para no estar solos cuando llegara el fin del mundo.

lunes, 11 de marzo de 2019

El árbol del conocimiento

La primera mujer y la serpiente, debían reconstruir el Jardín del Edén, tras la invasión de los dioses paganos. Probaron la única fruta del Árbol del Conocimiento, buscando respuestas; y lloraron al ver que los hombres fueron los culpables, al inventar la guerra entre religiones.

domingo, 10 de marzo de 2019

De sopetón

Hoy, durante el desayuno, pensé que sería más productivo escribir sobre el verdadero porqué de la humanidad. Miré por la ventana y la musa me llegó de sopetón. "El fin", escribí mientras respiraba todo el smog capaz de colarse por mi garganta.

sábado, 9 de marzo de 2019

Presunción

Nunca estuvo a su altura. Desde su lugar, solo podía ver su sombra reflejada en sus zapatos;  la misma que la salvó de las pisadas de los gigantes, el día que vinieron a apoderarse, del mundo que tanto él presumía de haber construido.

viernes, 8 de marzo de 2019

La verdadera historia de la Sirena Negra

La miraba nervioso, con el rabillo del ojo, a pesar de que fue él quien dio la invitación.

Una mujer mojada, en un viaje de 80 kilometros, por carretera, debía ser un gran premio para cualquier camionero (por lujuria o simple ansia de compañía), pero esta vez, era la sombra de una turbia situación. No se sentía relajado, sino con un pánico ilógico que casi no lo dejaba concentrarse en la vía.

Y es que había algo extraño en esta mujer. Su belleza (fantástica, literalmente), que emanaba de sus poros casi a manera de halo de luz, perfectamente visible, se mezclaban con un aura negra, que exudaba por sus poros, una esencia que se impregnaba en todo lo que los rodeaba, llegando a su propia piel.

Cuando la recogió, tenía unas 7 personas a su alrededor, estáticos, mirándola, sin más. Como estatuas vivientes, no atinaban a ayudarla. Sus rostros, nauseabundos y rojos, parecían bajo el efecto de una potente droga.

Entonces había tomado la decisión que ahora lo tenía amedrentado: cargarla en sus brazos y llevarla a su camión.

Después de varias horas inconsciente, al fin reaccionó. Se incorporó sobre el asiento trasero y se quedó automáticamente, mirando hacia el cielo, enajenada.

-¿Estás bien? ¿Estás herida? ¿Recuerdas qué te pasó? Estabas tirada en los arrecifes. ¿Recuerdas cómo llegaste a allí, o algo?-Fue su primer encuentro verbal, casi con lenguaje tropeloso.

-¿Estás bien?-repetía, haciendo rápidos vistazos por el espejo retrovisor-¿Oyes y entiendes lo que digo?

Ninguna reacción, ella seguía mirando al cielo, totalmente perdida.

-No, no estás bien, y no sé si me entiendes; pero pronto tendrás ayuda profesional-dijo, aún nervioso, embebido en aquella rara situación, rebasando una de las tantas curvas ciegas de esa angosta carretera.

El mar, con toda su amplia y perfectamente delimitada costa zafiro, bordeaba todo el límite derecho de la carretera.

-Creo que debes recostarte, aún faltan unos kilómetros para el hospital más cercano-hizo un ademán con su mano, (el típico gesto de "mandar a dormir")-Creo que no me oyes, o no me entiendes-otro ademán, girando la mano, como cuando quieres refrescarse del calor-El tiempo está fresco, ya casi estás seca, eso te hará bien, la humedad en el cuerpo, no es aliada de la buena salud.

Palabras al vacío, la misma actitud inamovible por unos cuantos metros más.

-Hemos llegado-fueron las primeras palabras que salieron de su boca, mientras hundía esos penetrantes ojos, tan negros como el profundo y tenebroso océano, en el reflejo del retorvisor.

La escena a continuación, fue más que alucinante. Aquella costa, previamente ataviada y rebelde, con las olas rompientes arremetiendo contra las piedras, se volvió mansa y plana, "como un plato".

El cielo se volvió más negro que nunca, y así, todo el alrededor.

Ella, con pasos fantasmales, bajó del auto; él, atónito, la veía alejarse hacia el borde del despeñadero.

Aquella piel, antes blanco marfil, ahora era el más reluciente ébano, totalmente mojado. ¿De dónde había salido el agua que la cubría? Otra pregunta sin respuesta.

A pesar de esa negrura, su corazón se activó y salió a todo trote del camión.

Ella se encontraba en el borde del muro.

-¿Estás loca, qué haces?

Corrió hacia ella a toda velocidad. Le tomó de la mano, fuertemente, tratando de retenerla, de evitar aquella demencia.

En ese momento, una ráfaga de viento, más oscura que todo aquel entorno, se coló en su mano, y haciendo doler sus nudillos, la separó de la de ella, empapada de un agua surgida de la nada.

La última imagen que tuvo, fue su rostro, ilógicamente pálido, y aquella negra lágrima, la más gruesa que había visto, rodando por la mejilla de aquella rara mujer, antes de perderse en el impenetrable océano.




-Llevo aquí casi 70 años; la gente dice que tengo suerte de haber vivido tantos; son 110 y contando. De ella, solo conservo esta escama verde, aunque algunos me dicen que se torna negruzca en días de tormenta.

-Las paredes acolchadas no me impiden jugar con el agua que me traen en las botellas de plástico. Dicen que no pueden darme vidrio, porque corro riesgo de cortarme, automutilarme; ya sabe, por el diagnóstico ese que se han inventado. Esquizofrenia Paranoide creo que le dicen.

La chica, sentada en la silla metálica, justo frente a la camita adosada a la pared de enfrente, cerró el bloc de notas, donde acababa de escribir el punto final. Se paró, y con ojos azorados pero vivarachos, se acercó a él y le pasó la mano, dulcemente, por la cabeza, que ya había perdido la mirada por la pequeña ventanita corroída por el salitre.

-Será un buen artículo, Señor Serpa; le gustará, estoy segura. Se llamará:  "La verdadera historia de La Sirena Negra" ¿Está bien así?


jueves, 7 de marzo de 2019

Sol desnudo

El pingüino no entendía porque aquel sol ardiente quemaba tanto, aun después de la avalancha de nieve . Entonces sintió aquella pelota de playa golpeándole la cabeza, notó el helado todo desparramado en su traje de baño y vio que el pobre Sol, estaba totalmente desnudo.

miércoles, 6 de marzo de 2019

martes, 5 de marzo de 2019

El planeta equivocado

Esa tarde decidí girar, me paré de cabeza y vi todo perfecto. Descubrí que no estaba loca, solo había caído en el planeta equivocado.

lunes, 4 de marzo de 2019

El baile de la vela

La vela se apagó justo en el momento en que la sombra iba a hacer su mejor baile. Él no tuvo más remedio que terminar su acto de onanismo, de la manera convencional. Otro día más sin contacto físico. La próxima vez, tendría que cerrar mejor la ventana.

domingo, 3 de marzo de 2019

sábado, 2 de marzo de 2019

La estrella

Aquella estrella le dio todo lo que el Sol no pudo; un pequeño lugar adonde escapar cada noche.

viernes, 1 de marzo de 2019

La Ciudad de Papel

"Bienvenidos a la Ciudad de Papel, donde todo pues ser posible, todo lo que tu imaginación pueda se capaz de crear, entre este y otros mundos, existe aquí, en esta mágica ciudad"

Esta era la frase de inicio del Cuentero, Chamán también del pueblo, el más austral del hemisferio.

Ella iba todas las noches a oír sus hermosas y fantásticas historias. Tenía solo 11 años, pero no era tonta, entendía todo lo que él decía (y lo que no decía), perfectamente.También entendía todo lo que nadie más, tampoco decía, por que no podían, y ya, no querían.

El ser una niña, no la dejaba ajena a las penurias del pueblo y de los otros cercanos (quizás los del mundo entero). Todas las tardes, al llegar del colegio, veía a su mamá llorar, al poner la cena. Cuando era más pequeña, creía que era la cebolla (o eso le decían ella y su padre). Lo veía muy lógico, su madre cocinaba como mucha cebolla; en realidad todos en el pueblo eran algo adictos a la cebolla, a pesar de que siempre los hacía crear eternos mares de llanto. Pero, ya más grande (mucho más en el último período), se había dado cuenta de que no era la cebolla lo que los hacía llorar, de hecho, se enteró de que había, hacía muchas eras, una total escacez de cebolla, y de todo lo verde en general.

Entonces, no era la cebolla ni nada material lo que los hacía llorar, sino la angustia propia, la traviesa tristeza que se había apoderado de las almas de los adultos hacía un buen tiempo.

Por eso, las noches con el Cuentero (al que todos seguían diciéndole Chamán), eran los preciosos y perfectos escapes a esas gotas perennes en los rostros de los adultos.

El Cuentero era también adulto, pero no lloraba, nunca lloraba; tampoco reía. Quizás lo hacía cuando era chamán, cuando aún conservaba el misticismo que dicen que, en un tiempo muy lejano, hizo prosperar esas tierras, que solían ser fértiles. Ahora, el viejo "chamán", con su rostro tan árido (como aquellas tierras) y casi afásico (por motivos algo inciertos o indeducibles), prefería contar historias (reales o imaginarias) y llevar un poco de felicidad a los que, como ella, eran aún algo inmunes a estos lamentos terrenales del alma adulta.

Todos los días una historia nueva ¿Cómo podía? Nadie lo sabía, pero tampoco importaba, porque eran los pequeños escapes que se podían aún permitir, y eso era más que suficiente.

Ya con 11 años, se daba cuenta de todo esto, y además, de que no eran solo los niños los que se refugiaban en estos pequeños espacios temporales, sino también los adultos; aun con sus caras agrietadas por los ríos de lágrimas, iban también, cada noche, a este, algo fugaz, viaje mental.

Esos minutos eran magníficos, mágicos. Pero el regreso a casa , cada noche, era lo mejor, pues en aquellos rostros, marcados indeleblemente, con el llanto, se podía ver (únicamente en esos momentos), un ligero aire de esperanza. Eso la emocionaba más que los cuentos del Cuentero, con su Ciudad de Papel.

Hacía tiempo que había empezado a creer, que al final, sí que había solución para tantos problemas, y estaba ahí, justo ante sus ojos; solo había que hallar la forma de darles forma. ¡Ya era hora! ¡Había que actuar!

Pero no estaba sola, el Cuentero la ayudaría. Tenía que hacerlo, era una solución magnífica, y solo él tenía el poder de convertirla en realidad.

Así que fue y le habló de su plan, que de tan sencillo que era, hizo explotar una risa que no pudo reconocer bien, en aquel anciano de más de 269 años

-Pero niña ¿Estás loca? ¿De qué hablas? ¿Cómo se te ha ocurrido esa idea? ¿Hacer un ritual para crear un árbol, con un producto, una esencia tan poderosa, que penetre en la tierra y dé vida a este desierto de antaño? ¿No crees que se te ha escapado un poco la imaginación? ¿No crees que yo mismo he tratado de que mi magia se reactive, para crear una solución definitiva? ¿Piensas que no me preocupa la situación de nuestro pueblo, del mundo?- decía el anciano, volviendo su cara un plato rasgado, de tanta rabia. Ella lo había sacado de sus cabales, y la risa extraña (si es que era risa aquella mueca) que había logrado formarse por unos segundos, se había transformado en la ira más candente que jamás había visto.

Pero ella no le temía, no le importaba (tampoco es que supiese mucho de las diversas emociones, rodeada toda la vida, de una afasia global casi epidémica)

-No estoy loca, y no se me ha ocurrido a mi, sino a ti, "Cuentero"- le dijo, con un pequeño toque ingenuo, despectivo.

El Cuentero se quedó asombrado y, haciendo ahora una mueca pedante, expiró pacientemente y se sentó en su cojín más alto y cómodo (el único que aún quedaba de la época de bonanza). Entonces recordó lo que su mente había encarcelado, guardado, o simplemente escondido. Recordó aquella noche, aquel cuento, aquella idea, que pensó puramente fantástica e imposible de cobrar vida; aquella vez en que mencionó un aceite ( "Aceite de Oliva" le llamó aquella vez), en el cuento del Olivo Madre.

-Sí, sí-gritaba emocionada, al ver que el anciano se calmaba, sucumbiendo al floreciente recuerdo- ya he hecho todo lo que dijiste. Guardé mi collar de piedras en la roca alta que está en la entrada del pueblo, y lo enterré justo debajo, donde nadie lo pueda ver. Hoy habrá Lluvia Violeta, que es más dulce y caliente, y en la noche; ablandará el suelo, y hará que las piedras se transformen en semillas. Dijiste que un día podríamos plantarlo a partir de un pequeño tronco, pero eso no lo entiendo bien; las semillas son mejores. Cuando nazca el Olivo Madre, todo se arreglará. Sus raíces penetrarán la tierra y abrirán canales subterráneos, rompiendo las piedras duras, grano a grano, hasta convertirlas en un suelo nuevo, fértil.

El Cuentero miraba absorto a aquel pedazo de persona que sabía más que él sobre sus propios procesos mentales (lagunas mentales, de hecho).

-Solo necesito tu magia, sin ella, las piedras se volverán más duras y se desintegrarán, convirtiéndose en polvo; no lograrán absorber las gotas de lluvia. Vamos, debes venir conmigo, aún estamos a tiempo, mis piedrecitas no se han hundido aún en el suelo.

Lo haló por su lánguida mano. Él, inconsciente y automáticamente, le siguió el paso, como guiado en un trance onírico. No podía creer que esto fuera cierto, pero lo era. Nadie lo había descubierto hasta el momento, pero sus relatos no eran más que vivencias de otras vidas y momentos, paralelos; posibles, y de hecho existentes. Aquellas escenas espacio temporales que ocurrían en esas dimensiones paralelas, eran otras posibilidades existenciales, y como posibilidades al fin, escenarios candidatos a darse en su propia realidad y la del pueblo en sí.

Ahora lo recordaba, de la mano de un extraño detonador en forma de niña.

Al llegar al lugar, se detuvo, no solo por haber llegado al destino sino por una fuerza interna que desaceleró sus pasos hasta velocidad cero. Si cuerpo hizo un movimiento convulsivo, totalmente fuera de lo normal. De la gran piedra, salieron millones de rayos luminosos que lo rodearon por todos lados y penetraron cuerpo, ahora puramente lumínico. Se envolvió en un halo violáceo, que se fundía con su cuerpo y todo su ser. Estaba en éxtasis, por sentirse nuevamente "en sus aguas", y reconoció su alma mágica, que había dado por perdida hacía más de dos siglos.

 Los rayos salieron de él, disparados como veloces petardos, directamente hacia ella (que se encontraba en un estado de confusión total). Ella se perdió también en este rato delirio. A su alrededor se formó un cono torcido de luz, semejante a un difusor LED, que giraba a cientos de revoluciones por segundo. Su cuerpo, de por sí pequeño, se volvió más y más chico, diminuto, centimétrico; se perdió del campo visual.

Él, que no había dejado de emitir estos magníficos rayos, comenzaba a comprender este  incidente y a sentir la creación que emanaba de su cuerpo, y lo disfrutó al máximo.

El resplandor reinante, desapareció. Aún agotado, se acercó al vacío que había dejado el pequeño cuerpo de la niña. Mas no era vacío, sino una asombrosa transformación. Una semilla, de tan solo 5 x 5 centímetros, con un radio perfecto, ocupaba el lugar donde ella había estado, tan solo 25 segundos atrás.

El éxtasis eufórico había pasado. Tomó la semilla y la besó, con un beso tierno, de esos que dan los abuelitos a sus nietos, de los que ya se habían perdido hace mucho tiempo en el mundo. La colocó de vuelta a la tierra y la empujó con delicada fuerza, hacia lo más profundo que pudo con sus manos. Le echó un poco más por arriba (para dejarla bien asegurada), se levantó (haciendo caso omiso del acreditar de sus rodillas), y salió con pasos lentos, de regreso al pueblo.

Por primera vez, desde hacía muchas décadas, rió; no con la anterior risa esquizofreniode, sino con una liberadora risa.

La Luna Nueva iluminaba su camino, que de una extraña manera, sentía ahora, algo resbaladizo. Al llegar a su pequeña casa, se quitó la túnica empapada y se pasó la lengua por los labios, sorbiendo pequeñas gotas de le empalagosa llovizna. Se recostó en su cojín preferido, no sin antes tocar sus pies para confirmar que aquello que había sentido en su piel, durante todo el trayecto, inundando sus dedos y sus uñas, era, simplemente, aceite de oliva.