Sentí el mismo sabor salado, y supe que estabas ahí. Quise correr a tus brazos y guardarte, encerrarte en algún sitio, para que no te fueras nunca más. Justo en ese momento, tragué el río de lágrimas que se había atorado en mi garganta; desapareciste, y una vez más volví a despertar.
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