Por aquel entonces, no pensábamos en nada ni en nadie. Eso nos hacía felices, nos divertía sobremanera. Acabamos con el mundo millones de veces, sin tener en cuenta las órdenes del Altísimo. Ahora somos viejos y somos el Altísimo. Cuidamos mejor nuestra creación, aunque ella no crea que existimos alguna vez. Ya no es tan divertido jugar al Apocalipsis.
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