Estaban hechos el uno para el otro, pero habían nacido en diferentes siglos. Ella, leía cada noche el mismo relato, sobre sus triunfos de antaño, sus conquistas en grandes y heroicas cruzadas. Él, miraba al cielo, cada amanecer, antes de salir a la jornada, viendo la misma estrella; luego escribía en su diario: para aquella, a la que nunca conoceré, a quien dedico mis memorias, y mi corazón.
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