En una pequeña oficina, había una mujer sentada, cada día, haciendo el mismo trabajo. Tenía que velar, durante 8 horas, las cámaras de seguridad del Banco Central del País de la Desdicha. Un día entró un niño y la mató. Su cara quedó guardada en las grabaciones de aquel día, como una imagen repetida. Nadie se acordaba de ella.
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